El masón como intérprete del misterio presente
entre el silencio del templo y la voz del logos
El iniciado que cruza las columnas del
templo con el corazón dispuesto y la mente despierta, comprende que el rito no
es una cárcel de gestos, sino una vía hacia la plenitud del ser. El peligro no
está en pensar demasiado, sino en no pensar con amor; como escribió W. L.
Wilmshurst, “la Masonería es una escuela de autoconocimiento donde el ritual
no constituye un fin, sino un medio para alcanzar la iluminación interior”
(El significado de la Masonería, 1922). Tal iluminación no proviene del
cumplimiento mecánico de las formas, sino del encuentro armónico entre la razón
que interroga y el alma que siente.
El rito, cuando se vive con
profundidad, se convierte en un lenguaje simbólico que exige ser comprendido y
amado. La tradición ofrece la forma y el símbolo; la investigación despierta su
espíritu y lo renueva sin violentarlo. René Guénon sostenía que “la
verdadera iniciación requiere inteligencia simbólica y continuidad doctrinal”
(Apercepciones sobre la Iniciación, 1946). Pero esa inteligencia simbólica no
es un simple ejercicio racional: implica sensibilidad, humildad y apertura del
corazón. Quien estudia sin emoción se seca; quien celebra sin comprensión se
vacía.
La investigación masónica no debe nacer
del orgullo intelectual, sino del amor por la verdad. En esa búsqueda afectiva
se revela la auténtica fraternidad: el deseo de comprender para servir mejor,
de estudiar para no repetir los gestos del rito como autómatas, sino para
habitarlos con sentido. Oswald Wirth expresó esta idea con lucidez al afirmar
que “el simbolismo no fue hecho para dormir en los templos, sino para
despertar en los hombres la conciencia de su propio misterio” (El Libro del
Compañero, 1928). Así, el estudio se convierte en un acto de gratitud hacia la
tradición y hacia los hermanos, porque cada reflexión profunda es una piedra
pulida para el edificio común.
El deseo de conocer forma parte de la
esencia humana, Aristóteles, en su Metafísica, afirmó que “todos los hombres
desean por naturaleza saber”, y cuando ese deseo se orienta con amor, se
transforma en una plegaria. Investigar el rito, entonces, no es desarmarlo ni
profanarlo, sino orar con la mente; es una forma de acercarse al Gran
Arquitecto del Universo con la inteligencia tanto como con las manos. El
conocimiento sin ternura se vuelve estéril; la devoción sin pensamiento
degenera en fanatismo.
Desde la mirada existencialista,
Jean-Paul Sartre escribió que “el hombre no es otra cosa que lo que hace de
sí mismo” (El ser y la nada, 1943). En ese sentido, el masón es lo que hace
de su propio trabajo interior; en ese sentido, el masón es el artífice de su propia obra interior; si se limita a la forma, se convierte en piedra inerte, pero si se entrega a la búsqueda, se transforma en fuego vivificante. Pensar
el rito es avivarlo; sentirlo es darle alma. De allí que la verdadera Masonería
no se reduzca al rito, ni tampoco se pierda en la erudición: es un camino de
integración entre el pensamiento que ilumina y el corazón que calienta.
Cuando el masón estudia, no traiciona
el rito: lo honra; la reflexión no sustituye la práctica, la enriquece, así
como la comprensión intelectual del símbolo alimenta la vivencia ritual, y la
experiencia vivida del rito da sentido al estudio. El rito, sin la razón, corre
el riesgo de convertirse en un eco vacío; la razón, sin el rito, se queda sin
carne espiritual, ambas dimensiones deben caminar juntas.
El estudio masónico debe ser, por
tanto, un ejercicio de amor lúcido; cada símbolo es una palabra del Gran
Arquitecto que pide ser comprendida y encarnada. En el taller, el investigador
y el oficiante son dos aspectos del mismo ser: el primero busca la luz en los
textos; el segundo la enciende en el silencio del templo. La investigación sin
afecto genera vanidad; el rito sin reflexión genera oscuridad, pero, cuando
ambos se abrazan, nace la sabiduría: esa luz que no deslumbra, sino que guía.
Esta integración exige un modo
particular de trabajo, una metodología tanto científica como espiritual. No se
trata de estudiar la Masonería con los métodos fríos de la ciencia profana,
sino de aplicar una hermenéutica simbólica que parta de la vivencia del
iniciado; de promover un conocimiento dialógico y fraterno, donde la palabra de
cada hermano complemente la del otro; y de vivir una fenomenología iniciática
que comprenda la experiencia masónica como proceso de transformación interior.
De este modo, la investigación se convierte en prolongación del rito, y el rito
en fuente inagotable de conocimiento.
Cuando la razón ilumina y el corazón
vibra, el masón piensa con ternura y siente con claridad. Entonces el estudio
se convierte en meditación, el rito en reflexión, y ambos en expresión de una
misma llama: la del corazón que busca comprender al Gran Arquitecto en todas
las cosas. Porque la razón traza el sendero, pero sólo el corazón lo convierte
en camino.
Referencias bibliográficas
Guénon, R. (1996). Apercepciones sobre
la Iniciación. Madrid: Ediciones Obelisco.
Sartre, J.-P. (1983). El ser y la nada.
Buenos Aires: Losada.
Wirth, O. (1997). El Libro del
Compañero. Barcelona: Kier.
Wilmshurst, W. L. (2006). El
significado de la Masonería. Buenos Aires: Kier.

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