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lunes, 17 de noviembre de 2025

ENTRE EL RITO Y LA RAZÓN : CUANDO EL CORAZÓN DEL MASÓN PIENSA

 

Imagen generada con I. A.

El masón como intérprete del misterio presente entre el silencio del templo y la voz del logos

 Esta reflexión se levanta desde una mirada hermenéutica, fenomenológica y afectiva del quehacer masónico, no pretende solamente analizar ideas o contrastar métodos, sino comprender la experiencia viva del iniciado frente al dilema del conocimiento: ¿Debe el masón limitarse al cumplimiento ritual o abrazar también la investigación reflexiva y científica del sentido que lo sustenta? La respuesta, antes que una disyuntiva, es un acto de integración; rito y razón no son polos opuestos, sino dos corrientes de un mismo río espiritual que se encuentran en el corazón del masón consciente.

El iniciado que cruza las columnas del templo con el corazón dispuesto y la mente despierta, comprende que el rito no es una cárcel de gestos, sino una vía hacia la plenitud del ser. El peligro no está en pensar demasiado, sino en no pensar con amor; como escribió W. L. Wilmshurst, “la Masonería es una escuela de autoconocimiento donde el ritual no constituye un fin, sino un medio para alcanzar la iluminación interior” (El significado de la Masonería, 1922). Tal iluminación no proviene del cumplimiento mecánico de las formas, sino del encuentro armónico entre la razón que interroga y el alma que siente.

El rito, cuando se vive con profundidad, se convierte en un lenguaje simbólico que exige ser comprendido y amado. La tradición ofrece la forma y el símbolo; la investigación despierta su espíritu y lo renueva sin violentarlo. René Guénon sostenía que “la verdadera iniciación requiere inteligencia simbólica y continuidad doctrinal” (Apercepciones sobre la Iniciación, 1946). Pero esa inteligencia simbólica no es un simple ejercicio racional: implica sensibilidad, humildad y apertura del corazón. Quien estudia sin emoción se seca; quien celebra sin comprensión se vacía.

La investigación masónica no debe nacer del orgullo intelectual, sino del amor por la verdad. En esa búsqueda afectiva se revela la auténtica fraternidad: el deseo de comprender para servir mejor, de estudiar para no repetir los gestos del rito como autómatas, sino para habitarlos con sentido. Oswald Wirth expresó esta idea con lucidez al afirmar que “el simbolismo no fue hecho para dormir en los templos, sino para despertar en los hombres la conciencia de su propio misterio” (El Libro del Compañero, 1928). Así, el estudio se convierte en un acto de gratitud hacia la tradición y hacia los hermanos, porque cada reflexión profunda es una piedra pulida para el edificio común.

El deseo de conocer forma parte de la esencia humana, Aristóteles, en su Metafísica, afirmó que “todos los hombres desean por naturaleza saber”, y cuando ese deseo se orienta con amor, se transforma en una plegaria. Investigar el rito, entonces, no es desarmarlo ni profanarlo, sino orar con la mente; es una forma de acercarse al Gran Arquitecto del Universo con la inteligencia tanto como con las manos. El conocimiento sin ternura se vuelve estéril; la devoción sin pensamiento degenera en fanatismo.

Desde la mirada existencialista, Jean-Paul Sartre escribió que “el hombre no es otra cosa que lo que hace de sí mismo” (El ser y la nada, 1943). En ese sentido, el masón es lo que hace de su propio trabajo interior; en ese sentido, el masón es el artífice de su propia obra interior; si se limita a la forma, se convierte en piedra inerte, pero si se entrega a la búsqueda, se transforma en fuego vivificante. Pensar el rito es avivarlo; sentirlo es darle alma. De allí que la verdadera Masonería no se reduzca al rito, ni tampoco se pierda en la erudición: es un camino de integración entre el pensamiento que ilumina y el corazón que calienta.

Cuando el masón estudia, no traiciona el rito: lo honra; la reflexión no sustituye la práctica, la enriquece, así como la comprensión intelectual del símbolo alimenta la vivencia ritual, y la experiencia vivida del rito da sentido al estudio. El rito, sin la razón, corre el riesgo de convertirse en un eco vacío; la razón, sin el rito, se queda sin carne espiritual, ambas dimensiones deben caminar juntas.

El estudio masónico debe ser, por tanto, un ejercicio de amor lúcido; cada símbolo es una palabra del Gran Arquitecto que pide ser comprendida y encarnada. En el taller, el investigador y el oficiante son dos aspectos del mismo ser: el primero busca la luz en los textos; el segundo la enciende en el silencio del templo. La investigación sin afecto genera vanidad; el rito sin reflexión genera oscuridad, pero, cuando ambos se abrazan, nace la sabiduría: esa luz que no deslumbra, sino que guía.

Esta integración exige un modo particular de trabajo, una metodología tanto científica como espiritual. No se trata de estudiar la Masonería con los métodos fríos de la ciencia profana, sino de aplicar una hermenéutica simbólica que parta de la vivencia del iniciado; de promover un conocimiento dialógico y fraterno, donde la palabra de cada hermano complemente la del otro; y de vivir una fenomenología iniciática que comprenda la experiencia masónica como proceso de transformación interior. De este modo, la investigación se convierte en prolongación del rito, y el rito en fuente inagotable de conocimiento.

Cuando la razón ilumina y el corazón vibra, el masón piensa con ternura y siente con claridad. Entonces el estudio se convierte en meditación, el rito en reflexión, y ambos en expresión de una misma llama: la del corazón que busca comprender al Gran Arquitecto en todas las cosas. Porque la razón traza el sendero, pero sólo el corazón lo convierte en camino.

 

Referencias bibliográficas

 Aristóteles. (1995). Metafísica. Trad. García Yebra. Madrid: Gredos.

Guénon, R. (1996). Apercepciones sobre la Iniciación. Madrid: Ediciones Obelisco.

Sartre, J.-P. (1983). El ser y la nada. Buenos Aires: Losada.

Wirth, O. (1997). El Libro del Compañero. Barcelona: Kier.

Wilmshurst, W. L. (2006). El significado de la Masonería. Buenos Aires: Kier.

 

 


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