Cuando
el Sol alcanza su cénit y la luz se derrama plena sobre la tierra, los antiguos
sabios detenían su andar, elevaban la mirada al cielo y encendían fuegos
rituales. No lo hacían para adorar al astro, sino para recordar que la luz,
cuando no se honra con virtud, se convierte en sombra más densa. El Solsticio de Verano no es solo un fenómeno astronómico: es un lenguaje sagrado, una
palabra silenciosa que el G••• A•••
D••• U•••
inscribe en el firmamento. Y nosotros, QQ••• HH••• y QQ••• Hnas••• , que nos hemos comprometidos
a leer los signos de lo alto para obrar en lo bajo, no podemos pasar
indiferente ante este instante de plenitud solar.
En el plano
personal, este momento del año nos exige revisar nuestro progreso interior.
¿Hemos labrado nuestra piedra bruta con disciplina y constancia? ¿Hemos
convertido nuestras pasiones en herramientas de servicio? ¿Hemos cultivado la
templanza, la justicia, la fortaleza y la prudencia como virtudes rectoras de
nuestra conducta? El solsticio de verano, como plenitud de luz, invita a un juicio
simbólico: no hay sombra en la luz cenital; todo se revela. Por ello, este
tiempo sagrado nos conmina a la autenticidad, a la coherencia entre
pensamiento, palabra y acción.
La
masonería nos enseña que toda iniciación es un nacimiento a la luz, y que todo
ascenso ritual representa un progresivo despliegue de conciencia. Así, el Solsticio de Verano se convierte en un espejo espiritual en el cual nosotros
contemplamos cuánto hemos crecido, cuánta sombra hemos vencido, cuántas verdades
hemos sido capaz de abrazar. Es tiempo de la cosecha interior. Si hemos
trabajado con rectitud, nuestra piedra bruta ha comenzado a revelarse como una
forma útil. Si hemos sido negligente, este momento nos llama al arrepentimiento
activo, al retorno consciente, a la vigilancia renovada.
La luz, en
su cenit, también representa el punto más alto del ego si no se ha purificado.
Por eso, el compromiso personal que renovamos en esta fecha no es de vanagloria
por lo alcanzado, sino de humildad activa: reconocer que el verdadero crecimiento
interior lleva a ponerse al servicio de los demás. La plenitud no es un trofeo,
sino una plataforma desde donde construir el bien común.
En el plano
social, el Solsticio de Verano nos impulsa como QQ•••
HH••• y QQ••• Hnas.••• a examinar el impacto de
su acción en el mundo. ¿Qué hemos hecho con la luz que nos fue confiada? ¿Nos
hemos convertidos en un faro en medio de las tinieblas sociales, morales y
culturales? ¿Hemos sido voz por la justicia, ejemplo de rectitud, obreros del amor
fraterno?
Todos los QQ••• HH••• y QQ••• Hnas••• no trabajan sólo para sí
mismo, la verdadera piedra que talla no es su ego, sino su humanidad
compartida. La sociedad, en muchos sentidos, aún vive en solsticios de
invierno: desigualdad, ignorancia, violencia, manipulación. Ante ello, el Solsticio de Verano se convierte en un llamado ético a irradiar luz donde aún
reina la oscuridad, a ser un actor comprometido con la transformación social, a
participar en la reconstrucción de la justicia, la dignidad y la verdad.
El fuego
simbólico del solsticio no debe arder solo en los altares del templo, sino en
las acciones concretas: en la defensa de los derechos humanos, en la promoción
de la educación, en el cultivo del diálogo, en la construcción de comunidades
solidarias. El masón es portador de una antorcha: la antorcha del pensamiento
libre, de la acción ética, de la espiritualidad viva. No puede permitir que esa
llama se apague por comodidad, apatía o miedo.
Así, el
Solsticio de Verano marca un ritual de renovación del compromiso, una
reafirmación silenciosa pero poderosa: seguir edificando, seguir iluminando,
seguir sirviendo. Porque cuanto más alta es la luz, mayor es la sombra que se
proyecta si se abandona el trabajo.
Pero
no basta con contemplar la luz, es necesario actuar con ella; la luz sin acción
es mera vanidad, y el conocimiento sin servicio es egoísmo refinado. Los
masones que hemos recibido la luz tenemos el deber de transformarla en calor
para los que tienen frío, en claridad para los que andan perdidos, en fuego
interior para los que han apagado su esperanza. El Solsticio de Verano es el
instante para recordar que la fraternidad no es solo un principio simbólico,
sino una tarea diaria: acompañar al hermano enfermo, tender la mano al
necesitado, mediar en los conflictos, sembrar palabras de consuelo y obras con
justicia. Cada gesto luminoso en el mundo profano es una extensión del templo,
un signo vivo del Arte Real.
Este
es también el momento de renovar compromisos concretos. Así como el sol renueva
su marcha en el cielo, nosotros, QQ••• HH••• y QQ••• Hnas.•••, renovamos nuestras promesa
de erguirnos cada día como columna de sabiduría, fuerza y belleza en medio de
un mundo desordenado. Podemos escribir nuestros compromisos solares como un
voto silencioso: vencer un defecto moral, cultivar una virtud olvidada, leer y
meditar una obra transformadora, apoyar un proyecto de justicia social,
reconciliarse con un hermano o con su propia conciencia. Que cada compromiso
sea como una chispa encendida del fuego sagrado.
En
el templo, lo celebramos con solemnidad, hoy tenemos una tenida dedicada al Solsticio de Verano que nos permite recordar a San Juan Bautista, símbolo de
preparación, pureza y anuncio de la luz, hoy en este templo se prenden las
luces del taller no solo como rito, sino como proclamación viva: estamos listos
para trabajar por la verdad, para servir a la humanidad, para reconstruir el templo
del hombre en medio de las ruinas del egoísmo. Que en el oriente se alce una
palabra luminosa. Que en el sur se celebre la vitalidad del compromiso. Que en
el norte se resguarde la memoria del esfuerzo. Y que el occidente se abra como
portal para la entrada del que viene en busca de más luz.
Pero
más allá de los rituales, el solsticio se manifiesta en la vida concreta. En la
mirada con la que enfrentamos nuestras responsabilidades. En el ejemplo que
ofrecemos a nuestras familias, trabajos y comunidades. En la fidelidad
silenciosa con la que honramos los valores que proclamamos en la logia. Porque
la verdadera luz no enceguece ni se exhibe: guía, calienta, y permite ver
mejor.
Así,
cuando el sol esté en su cúspide y los rayos caigan verticales sobre la tierra,
debemos recordar que también nosotros hemos sido llamados a irradiar luz desde
el lugar más alto de nuestra conciencia. Y que esa luz, antes que conocimiento
o prestigio, debe ser una llama de amor, de justicia y de verdad en un mundo
que aún anhela el amanecer. Entonces, y solo entonces, el solsticio habrá
cumplido su misión, y el obrero habrá cumplido con la suya.
Al igual que
el Sol, que a partir de este punto comienza su descenso gradual, nosotros
comprendemos que toda exaltación debe ser seguida de humildad, que todo ciclo
culminante es también el umbral de uno nuevo. Por eso, el compromiso que
renueva no es efímero ni teatral: es íntimo, concreto, fecundo.
En suma, el
solsticio de verano no es un cierre, sino una consagración. Es el tiempo en que
la Luz le pregunta al masón: ¿Qué harás ahora que has visto? ¿Qué edificarás
ahora que comprendes? ¿a quién servirás ahora que sabes?