San Juan Evangelista ha sido reconocido por la
tradición masónica como patrono no por razones devocionales ni por una
continuidad confesional acrítica, sino por la profunda afinidad simbólica, epistemológica
e iniciática que su pensamiento representa respecto a los principios
estructurales de la Masonería; Su figura es asumida como arquetipo del
conocimiento interior, de la conciencia iluminada y de la fidelidad a la verdad
más allá de las apariencias. En este sentido, la Masonería no se vincula a San
Juan Evangelista como a un santo, sino como a un símbolo vivo de un modo de
comprender el mundo, al ser humano y su proceso de perfeccionamiento.
Desde los primeros versículos de su evangelio se
establece una clave que resulta central para la comprensión masónica de la
realidad: “En el principio era el logos, y el logos estaba con Dios, y el
logos era Dios” (Jn 1,1). Esta afirmación no debe ser leída
exclusivamente en clave teológica confesional, sino como expresión de un
principio universal de orden, sentido y racionalidad. El logos joánico coincide
plenamente con la noción masónica del Gran Arquitecto Del Universo entendido
como principio ordenador del cosmos, fundamento de la armonía, la proporción y
la inteligibilidad del mundo. Para la Masonería, como para San Juan
Evangelista, la realidad no es absurda ni caótica: es una obra estructurada que
puede ser leída, interpretada y construida conscientemente.
El Evangelio de San Juan no narra simplemente
hechos históricos; propone una arquitectura del sentido. Cuando afirma que “todas
las cosas fueron hechas por medio de él, y sin él nada de lo que ha sido hecho
fue hecho” (Jn 1,3), introduce una visión constructiva del universo que
resuena profundamente con la simbología masónica del trabajo, la edificación y
la responsabilidad humana. El masón, como obrero simbólico, participa de esta
lógica del logos al trabajar sobre la piedra bruta de su propia naturaleza,
ordenando el caos interior para contribuir a la armonía del templo universal.
La categoría de la luz constituye otro eje de
convergencia fundamental. San Juan Evangelista afirma con claridad: “La
luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la vencieron” (Jn 1,5).
En clave masónica, esta luz no es información ni acumulación de saberes, sino
despertar de la conciencia, clarificación del ser y transformación interior. El
masón no recibe la luz como un objeto externo, sino que la reconoce
progresivamente en la medida en que se dispone interiormente para ella. De ahí
que San Juan Evangelista afirme también: “Yo soy la luz del mundo; el que
me sigue no caminará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida” (Jn 8,12),
expresión que, leída simbólicamente, remite al seguimiento de un principio de
vida consciente y no a la adhesión a una figura histórica concreta.
La afinidad entre San Juan Evangelista y la
Masonería se hace aún más evidente en la comprensión joánica del conocimiento. “La
verdad os hará libres” (Jn 8,32) no es una consigna moral, sino una afirmación
iniciática: el conocimiento auténtico libera porque transforma al sujeto. La
Masonería comparte esta convicción al proponer un proceso de formación que no
busca producir obediencia, sino libertad responsable. El masón trabaja para
conocerse, y al conocerse se libera de la ignorancia, del fanatismo y de la
servidumbre interior.
En el plano ético y antropológico, San Juan
Evangelista aporta una comprensión del amor que trasciende toda moral
superficial. “Dios es amor, y quien permanece en el amor permanece en
Dios” (1 Jn 4,16). Este amor no es emoción pasajera ni norma impuesta,
sino principio constitutivo del ser. La Masonería, al proclamar la fraternidad
universal, encuentra en esta visión joánica un fundamento profundo: la
fraternidad no se decreta, se vive como reconocimiento del otro como piedra
viva del mismo templo, por ello, cuando San Juan afirma: “En esto
conocerán todos que sois mis discípulos: si os amáis unos a otros” (Jn 13,35),
puede leerse masónicamente como un llamado a una ética de la coherencia, donde
la calidad del vínculo humano revela el grado de trabajo interior realizado.
San Juan Evangelista encarna también el arquetipo
del iniciado maduro, del discípulo que permanece fiel incluso en el silencio y
la oscuridad. Es el único que, según la tradición, permanece al pie de la cruz,
no por heroísmo exterior, sino por comprensión profunda del sentido del
proceso. Esta fidelidad silenciosa resuena con la ética masónica del trabajo
constante y discreto, alejado de la ostentación. El masón joánico comprende que
la verdadera obra no siempre es visible y que la transformación más profunda
ocurre en el ámbito de la conciencia.
Incluso el lenguaje simbólico del apocalipsis,
tradicionalmente atribuido a San Juan, adquiere una resonancia masónica cuando
se lee en clave iniciática. “Vi la ciudad santa, la nueva Jerusalén, que
descendía del cielo, preparada como una esposa” (Ap 21,2). No se trata
del anuncio de una catástrofe, sino de la revelación de una humanidad
transfigurada, de una ciudad interior construida con medida, proporción y
justicia. Las constantes referencias a la medida, al templo y a la piedra
refuerzan la afinidad con una institución que concibe la evolución humana como
una obra de construcción progresiva y consciente.
Reconocer a San Juan Evangelista como patrono de
la Masonería implica, por tanto, asumir criterios concretos de vida masónica.
En primer lugar, la búsqueda permanente de la verdad como proceso interior,
recordando que “el que practica la verdad viene a la luz” (Jn 3,21).
En segundo lugar, la primacía de la conciencia sobre la norma, actuando desde
la coherencia interior y no desde el temor o la conveniencia. En tercer lugar,
la vivencia de la fraternidad como experiencia ontológica, sabiendo que “el
que no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve” (1 Jn
4,20), afirmación que, leída simbólicamente, interpela directamente a
la autenticidad del compromiso masónico.
A ello se suma la centralidad del trabajo interior
sobre la visibilidad externa, asumiendo que la luz no se exhibe, sino que se
irradia naturalmente cuando ha sido verdaderamente integrada. Asimismo, la
comprensión simbólica de la realidad se convierte en un criterio esencial, pues
permite leer la propia vida como un texto iniciático en permanente revelación.
Finalmente, el compromiso con la humanidad se impone como consecuencia ética de
la luz recibida, ya que “vosotros sois la luz del mundo” (Jn 8,12),
leído en clave simbólica universal, no implica privilegio, sino
responsabilidad.
San Juan Evangelista, como patrono de la
Masonería, no señala un objeto de veneración, sino un horizonte de sentido. Su
legado invita al masón a convertirse en constructor consciente del templo
interior y social, guardián de una Luz que no impone ni divide, sino que
ilumina, libera y humaniza. En tiempos marcados por la superficialidad y la
fragmentación, la voz joánica recuerda a la Masonería su vocación más profunda:
ser escuela de conciencia, fraternidad y verdad vivida.
AUTOR: Villar Peñalver, Andy. SAN JUAN
EVANGELISTA, HORIZONTE DEL CAMINO MASÓNICO" en https://andyvillar.blogspot.com/2025/12/san-juan-evangelista-horizonte-del.html
Blog: "SER APRENDIZ MASÓN" Año: 2025

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