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sábado, 27 de diciembre de 2025

SAN JUAN EVANGELISTA, HORIZONTE DEL CAMINO MASÓNICO

 

San Juan Evangelista ha sido reconocido por la tradición masónica como patrono no por razones devocionales ni por una continuidad confesional acrítica, sino por la profunda afinidad simbólica, epistemológica e iniciática que su pensamiento representa respecto a los principios estructurales de la Masonería; Su figura es asumida como arquetipo del conocimiento interior, de la conciencia iluminada y de la fidelidad a la verdad más allá de las apariencias. En este sentido, la Masonería no se vincula a San Juan Evangelista como a un santo, sino como a un símbolo vivo de un modo de comprender el mundo, al ser humano y su proceso de perfeccionamiento.

Desde los primeros versículos de su evangelio se establece una clave que resulta central para la comprensión masónica de la realidad: “En el principio era el logos, y el logos estaba con Dios, y el logos era Dios” (Jn 1,1). Esta afirmación no debe ser leída exclusivamente en clave teológica confesional, sino como expresión de un principio universal de orden, sentido y racionalidad. El logos joánico coincide plenamente con la noción masónica del Gran Arquitecto Del Universo entendido como principio ordenador del cosmos, fundamento de la armonía, la proporción y la inteligibilidad del mundo. Para la Masonería, como para San Juan Evangelista, la realidad no es absurda ni caótica: es una obra estructurada que puede ser leída, interpretada y construida conscientemente.

El Evangelio de San Juan no narra simplemente hechos históricos; propone una arquitectura del sentido. Cuando afirma que “todas las cosas fueron hechas por medio de él, y sin él nada de lo que ha sido hecho fue hecho” (Jn 1,3), introduce una visión constructiva del universo que resuena profundamente con la simbología masónica del trabajo, la edificación y la responsabilidad humana. El masón, como obrero simbólico, participa de esta lógica del logos al trabajar sobre la piedra bruta de su propia naturaleza, ordenando el caos interior para contribuir a la armonía del templo universal.

La categoría de la luz constituye otro eje de convergencia fundamental. San Juan Evangelista afirma con claridad: “La luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la vencieron” (Jn 1,5). En clave masónica, esta luz no es información ni acumulación de saberes, sino despertar de la conciencia, clarificación del ser y transformación interior. El masón no recibe la luz como un objeto externo, sino que la reconoce progresivamente en la medida en que se dispone interiormente para ella. De ahí que San Juan Evangelista afirme también: “Yo soy la luz del mundo; el que me sigue no caminará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida” (Jn 8,12), expresión que, leída simbólicamente, remite al seguimiento de un principio de vida consciente y no a la adhesión a una figura histórica concreta.

La afinidad entre San Juan Evangelista y la Masonería se hace aún más evidente en la comprensión joánica del conocimiento. “La verdad os hará libres” (Jn 8,32) no es una consigna moral, sino una afirmación iniciática: el conocimiento auténtico libera porque transforma al sujeto. La Masonería comparte esta convicción al proponer un proceso de formación que no busca producir obediencia, sino libertad responsable. El masón trabaja para conocerse, y al conocerse se libera de la ignorancia, del fanatismo y de la servidumbre interior.

En el plano ético y antropológico, San Juan Evangelista aporta una comprensión del amor que trasciende toda moral superficial. “Dios es amor, y quien permanece en el amor permanece en Dios” (1 Jn 4,16). Este amor no es emoción pasajera ni norma impuesta, sino principio constitutivo del ser. La Masonería, al proclamar la fraternidad universal, encuentra en esta visión joánica un fundamento profundo: la fraternidad no se decreta, se vive como reconocimiento del otro como piedra viva del mismo templo, por ello, cuando San Juan afirma: “En esto conocerán todos que sois mis discípulos: si os amáis unos a otros” (Jn 13,35), puede leerse masónicamente como un llamado a una ética de la coherencia, donde la calidad del vínculo humano revela el grado de trabajo interior realizado.

San Juan Evangelista encarna también el arquetipo del iniciado maduro, del discípulo que permanece fiel incluso en el silencio y la oscuridad. Es el único que, según la tradición, permanece al pie de la cruz, no por heroísmo exterior, sino por comprensión profunda del sentido del proceso. Esta fidelidad silenciosa resuena con la ética masónica del trabajo constante y discreto, alejado de la ostentación. El masón joánico comprende que la verdadera obra no siempre es visible y que la transformación más profunda ocurre en el ámbito de la conciencia.

Incluso el lenguaje simbólico del apocalipsis, tradicionalmente atribuido a San Juan, adquiere una resonancia masónica cuando se lee en clave iniciática. “Vi la ciudad santa, la nueva Jerusalén, que descendía del cielo, preparada como una esposa” (Ap 21,2). No se trata del anuncio de una catástrofe, sino de la revelación de una humanidad transfigurada, de una ciudad interior construida con medida, proporción y justicia. Las constantes referencias a la medida, al templo y a la piedra refuerzan la afinidad con una institución que concibe la evolución humana como una obra de construcción progresiva y consciente.

Reconocer a San Juan Evangelista como patrono de la Masonería implica, por tanto, asumir criterios concretos de vida masónica. En primer lugar, la búsqueda permanente de la verdad como proceso interior, recordando que “el que practica la verdad viene a la luz” (Jn 3,21). En segundo lugar, la primacía de la conciencia sobre la norma, actuando desde la coherencia interior y no desde el temor o la conveniencia. En tercer lugar, la vivencia de la fraternidad como experiencia ontológica, sabiendo que “el que no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve” (1 Jn 4,20), afirmación que, leída simbólicamente, interpela directamente a la autenticidad del compromiso masónico.

A ello se suma la centralidad del trabajo interior sobre la visibilidad externa, asumiendo que la luz no se exhibe, sino que se irradia naturalmente cuando ha sido verdaderamente integrada. Asimismo, la comprensión simbólica de la realidad se convierte en un criterio esencial, pues permite leer la propia vida como un texto iniciático en permanente revelación. Finalmente, el compromiso con la humanidad se impone como consecuencia ética de la luz recibida, ya que “vosotros sois la luz del mundo” (Jn 8,12), leído en clave simbólica universal, no implica privilegio, sino responsabilidad.

San Juan Evangelista, como patrono de la Masonería, no señala un objeto de veneración, sino un horizonte de sentido. Su legado invita al masón a convertirse en constructor consciente del templo interior y social, guardián de una Luz que no impone ni divide, sino que ilumina, libera y humaniza. En tiempos marcados por la superficialidad y la fragmentación, la voz joánica recuerda a la Masonería su vocación más profunda: ser escuela de conciencia, fraternidad y verdad vivida.

AUTOR: Villar Peñalver, Andy.  SAN JUAN EVANGELISTA, HORIZONTE DEL CAMINO MASÓNICO" en https://andyvillar.blogspot.com/2025/12/san-juan-evangelista-horizonte-del.html Blog: "SER APRENDIZ MASÓN" Año: 2025


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