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miércoles, 4 de junio de 2025

EL RESPETO A LA LITURGIA EN EL GRADO DE APRENDIZ ES EL SILENCIO ANTE LO SAGRADO


En el corazón de esta reflexión late una verdad sencilla pero profunda: la liturgia no es una formalidad, sino una vía sagrada hacia la transformación interior.

El grado de aprendiz representa el inicio del sendero iniciático, el momento en que se enciende la primera chispa de luz en medio de la oscuridad profana. Desde el primer paso dentro del Templo, el neófito es envuelto por el simbolismo de la liturgia: la venda que cubre sus ojos, el martillo que llama, la marcha ritual, las palabras que le son dirigidas, y el silencio que se le exige. Nada es trivial, nada es decorativo. Cada gesto tiene un sentido, cada palabra resuena como eco de una enseñanza antigua.

La liturgia del aprendiz es el primer lenguaje que el alma masónica aprende. Es una lengua que no se pronuncia con la voz, sino con la actitud reverente, con el recogimiento, con la disposición interior. Respetar la liturgia es aprender a escuchar lo invisible, a percibir la voz del G A D U en los silencios y los símbolos.

En el R E A y A, la liturgia no es una simple recitación de fórmulas, sino una verdadera acción sagrada. El templo se convierte en un espacio consagrado, y nosotros, en piedras vivas de una construcción espiritual. Así, el respeto a la liturgia no es una obediencia externa, sino una manifestación de una disposición interna: la apertura del corazón a lo trascendente.

Como aprendices, muchas veces no comprendemos completamente lo que vemos o escuchamos en el ritual. Pero esa incomprensión no debe convertirse en indiferencia, sino en veneración humilde. Tal como el obrero que pule la piedra sin conocer aún la forma completa del edificio, también nosotros participamos del rito sin saber toda su profundidad, pero confiando en su poder formativo.

La liturgia forma parte del método iniciático. Su repetición constante, su precisión simbólica, su belleza estructurada nos va moldeando desde dentro. No hay progreso masónico sin respeto al rito. No hay perfección sin reverencia. Porque la liturgia es el espejo donde el alma comienza a reconocerse como buscadora de luz.

Respetarla significa llegar puntualmente, vestir adecuadamente, guardar silencio durante los trabajos, escuchar con atención las palabras del V M, no trivializar los símbolos, y, sobre todo, tener presencia de espíritu en el acto masónico. Estar verdaderamente allí, con todo nuestro ser.

Recordemos que fuimos introducidos en el templo con los ojos vendados. Esa venda no fue un símbolo de ceguera, sino de esperanza: la esperanza de ver, cuando se nos instruya; la esperanza de comprender, cuando estemos preparados. Y la liturgia es el camino que nos conduce de la oscuridad a la luz. Respetarla es honrar el camino.

Que cada uno de nosotros, desde el grado de aprendiz, asuma con conciencia y amor el rito como herramienta de perfección. Que no lo veamos como una carga, sino como una llave. Que no lo temamos como una forma muerta, sino que lo vivamos como un espíritu que nos transforma.

Porque en el respeto a la liturgia reside el respeto a la masonería misma. Y respetar la masonería es, en última instancia, respetar lo divino que en nosotros anhela manifestarse.

Es por eso que, “la intangibilidad del rito se manifiesta a través de la inviolabilidad de la liturgia del aprendiz masón.” la necesidad de preservar sin alteraciones la liturgia del grado de aprendiz masón en el R E A y A. Esta cuestión no es menor, pues atañe directamente a la integridad del método iniciático, a la fidelidad a nuestra tradición y a la eficacia espiritual del trabajo masónico.

Cuando un profano es recibido como aprendiz, no se le entrega un discurso ni una doctrina, sino una experiencia ritual. Esa experiencia está cuidadosamente estructurada, como una arquitectura sagrada, en la que cada palabra, cada silencio, cada símbolo, cada paso y cada posición corporal forman parte de un lenguaje espiritual que ha sido transmitido de generación en generación.

Modificar la liturgia, por capricho, ignorancia o búsqueda de originalidad, es como alterar los planos de una catedral mientras se construye: puede parecer un cambio menor, pero afecta la solidez del conjunto. En la masonería, la forma no es secundaria al fondo; la forma es el vehículo del fondo. El rito es el vaso donde se derrama el vino de la iniciación. Si se rompe el vaso, el contenido se pierde.

La liturgia del grado de aprendiz ha sido diseñada para provocar en el iniciado una serie de conmociones interiores: la sorpresa, el recogimiento, la humildad, el silencio, la obediencia, el despertar de la conciencia moral. Estos efectos no se producen por azar, sino gracias a una secuencia simbólica precisa, milimétricamente construida.

Alterar esa secuencia, añadir, omitir o reinventar elementos, es una forma de profanación simbólica. Es pretender saber más que la tradición, es confiar en el ego más que en la herencia sagrada que nos ha sido confiada. La liturgia no nos pertenece: nos ha sido transmitida como un legado que debemos custodiar y vivificar, no modificar.

El respeto a la liturgia del aprendiz es también un acto de humildad. En los primeros pasos del camino iniciático, el aprendiz no está llamado a interpretar ni a modificar, sino a escuchar, observar, interiorizar y trabajar en silencio. Todo intento de “mejorar” la liturgia en esta etapa es, paradójicamente, un obstáculo para el verdadero trabajo de perfección.

Recordemos que en el R E A y A, el ritual es considerado una teúrgia simbólica, un acto sagrado que construye un espacio arquetípico donde el alma puede ser tocada por la Luz. Ese acto necesita ser puro, íntegro, exacto. Un cambio, por mínimo que parezca, interrumpe la vibración armónica del rito y desconecta el trabajo de su fuente espiritual.

Además, hay una dimensión colectiva que no debe olvidarse: la liturgia compartida es el idioma común de nuestra O M . Permite que un aprendiz de cualquier parte del mundo pueda reconocerse y participar del mismo rito, de la misma estructura simbólica, de la misma Luz. Modificar el ritual rompe esta unidad, nos aísla, y pone en riesgo la universalidad del arte real.

Defender la liturgia del grado de aprendiz es custodiar el corazón mismo del método masónico. Es proteger la puerta sagrada por la que todos hemos entrado, y por la que seguirán entrando muchos buscadores sinceros. Que cada uno de nosotros comprenda que el verdadero progreso en masonería no está en alterar la forma, sino en dejar que la forma nos transforme.


 



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