Buscar este blog

martes, 24 de junio de 2025

SAN JUAN BAUTISTA, PATRONO DE LA MASONERÍA, FORJADOR DEL CAMINO HACIA LA LUZ

 

San Juan Bautista, figura venerada en múltiples tradiciones espirituales, ocupa un lugar privilegiado en la cosmovisión masónica, no solo como patrón emblemático, sino como arquetipo del iniciado, del asceta del desierto, el heraldo de la luz. Su figura, muchas veces eclipsada en los relatos dominantes, emerge en la Masonería como símbolo de purificación, renovación y tránsito hacia un conocimiento superior. No es casual que las logias celebren el solsticio de verano bajo su advocación, pues el mismo Juan Bautista señala, en palabras profundamente simbólicas: “Es necesario que Él crezca y que yo disminuya”, aludiendo al ciclo solar que empieza a declinar tras alcanzar su máxima expresión. Esta afirmación encierra una verdad espiritual: el yo profano debe menguar para que el principio crístico –la luz interior– crezca en nosotros.

San Juan Bautista representa la tensión entre la interioridad y la acción, entre la verdad y el poder. No era sacerdote del templo, sino voz en el desierto. No se encontraba en el centro del sistema religioso, sino en su margen. Así también el masón, al ser iniciado, se convierte en un buscador que abandona las estructuras establecidas del dogma y se adentra en los territorios simbólicos del alma para encontrar la verdad que no se impone por la fuerza, sino que se revela en la humildad. San Juan denuncia la corrupción del poder y, al hacerlo, entrega su vida, anticipando así el sacrificio del justo por la verdad. Es la expresión de la conciencia que no se doblega ante el mundo profano. En él se funden el ideal estoico y la ética profética: vivir conforme a una ley superior, incluso a costa del sufrimiento.

Por otra parte, San Juan Bautista personifica el fuego purificador. No el fuego que destruye, sino el que refina. Su bautismo en las aguas del río Jordán es el preludio del bautismo de fuego anunciado por él mismo. Esta dualidad, agua-fuego, marca una transición iniciática. Las aguas, símbolo de lo emocional y lo pasivo, purifican al profano; el fuego, emblema de la voluntad espiritual, transforma al iniciado. En muchos ritos masónicos, esta alquimia del alma se representa mediante el paso por las columnas del templo, pero también a través de las pruebas elementales. San Juan, en su austeridad, recuerda al masón que no basta con recibir la luz: es necesario convertirse en su portador activo, en su testigo. Así, el Bautista es el guardián del umbral, el que prepara el camino para el logos, la palabra perdida que el masón busca.

Juan representa al precursor, al que no es la luz, pero da testimonio de ella. Esta es una clave que ilumina la función espiritual del masón en el mundo: no es él quien debe ser adorado, ni su obra debe convertirse en ídolo, sino que su vocación es señalar, como Juan, hacia lo trascendente. Su ética no es de dominio, sino de servicio. Su conocimiento no es de posesión, sino de iluminación. El masón, como Juan, es llamado a ser voz, no eco; guía, no caudillo. Esta perspectiva encuentra profundas resonancias en las enseñanzas iniciáticas que enfatizan la humildad, el desapego y la obediencia a la voluntad superior. Así como Juan reconoce su papel subsidiario respecto al Cristo, el masón reconoce que su labor no es glorificarse a sí mismo, sino trabajar en la edificación del templo interior, reflejo del templo universal del G A D U.

El patronazgo de San Juan Bautista en la Masonería remite también a una antigua tradición solar que entrelaza ciclos cósmicos y procesos iniciáticos. El solsticio de verano, cuando el día alcanza su plenitud antes de iniciar su descenso, representa el punto culminante de la manifestación antes del retorno hacia lo invisible. En este sentido, Juan es símbolo de madurez espiritual, pero también de entrega. Su vida, truncada por la injusticia de un poder profano, se convierte en semilla de redención. El masón, que se reconoce en la logia como hijo de la luz, sabe que todo poder auténtico proviene del sacrificio, que toda palabra verdadera nace del silencio, y que toda transformación espiritual implica renuncia. Así, en cada solsticio, el iniciado recuerda no solo a un profeta del pasado, sino a un principio viviente que debe actualizar en sí mismo: ser un anunciador del reino interior.

San Juan Bautista, en su soledad, su firmeza y su visión, nos entrega un modelo del camino iniciático: retirarse del ruido del mundo, sumergirse en las aguas de la purificación, ascender por el fuego del espíritu, y, finalmente, señalar con el gesto de la entrega lo que es más grande que uno mismo. Por ello, su figura trasciende credos, religiones y épocas. Es un símbolo universal del despertar de la conciencia, del equilibrio entre el rigor y la gracia, del tránsito entre las tinieblas de la ignorancia y la aurora de la verdad. Que él sea el patrono de la Masonería no es un hecho circunstancial, sino una clave simbólica de profundo alcance espiritual: cada masón está llamado a ser, como él, un forjador del camino hacia la Luz, un artesano de la verdad, un servidor del Verbo eterno.

Pero ¿Por qué San Juan Bautista es forjador del camino hacia la luz?

Porque en el corazón de la tradición masónica resplandece una paradoja fundamental: solo quien desciende al silencio del desierto interior puede alzar la voz que clama por la luz. San Juan Bautista, ese heraldo ascético que renunció a los salones del poder religioso para vestir un sayal de humildad y alimentarse de lo que brinda la naturaleza, encarna en lo simbólico el modelo mismo del iniciado: un hombre que, sin ser la luz, la presiente, la anuncia y la prepara. El masón, en su propia vía iniciática, está llamado a realizar ese mismo tránsito, ese mismo ministerio espiritual. San Juan Bautista no es simplemente una figura venerada por la tradición, sino el eslabón entre lo profano y lo sagrado, entre el hombre viejo y el hombre regenerado. Es, por excelencia, el forjador del camino hacia la luz porque representa la etapa indispensable de toda verdadera iniciación: la preparación.

Desde los primeros grados de la Masonería se pone en marcha un proceso de muerte y renacimiento simbólicos. El admitido, velado, rodeado de oscuridad, es imagen del hombre profano, ciego aún a la verdad, pero anhelante de ella. Antes de recibir la luz, debe purificarse. Aquí entra la figura de Juan Bautista: él es el que sumerge en las aguas, el que introduce en el río de la conciencia la necesidad de cambio. Su bautismo no es mera ceremonia exterior, sino símbolo de una inmersión interior, un desprendimiento del ego y de las pasiones que obstaculizan la claridad del alma. Esta purificación, este primer acto de renuncia y de apertura, es la fragua donde el masón empieza a forjar su camino hacia la luz. Y Juan, en su rol profético, es el guía que custodia ese umbral.

La tradición masónica no venera a figuras por su valor dogmático, sino por su poder simbólico y transformador. San Juan Bautista representa la voz recta, la espada de la verdad que no teme denunciar el error, aunque le cueste la vida. En él, el masón reconoce la necesidad de erguirse como columna de justicia en medio de un mundo corrupto, pero también como humilde servidor de una causa que lo trasciende. Porque el verdadero iniciado no busca el poder para dominar, sino la sabiduría para servir. Juan señala al que ha de venir, pero no se adueña del mensaje. No busca fundar un culto en torno a sí mismo, sino allanar el camino al Logos, a la Palabra, a la Luz que da sentido a todo símbolo. En este acto de desprendimiento, de negación de sí, se revela la mayor virtud iniciática: la conciencia de que somos instrumentos, no autores de la verdad.

El desierto donde Juan predica no es solo un lugar físico, sino un espacio arquetípico: la soledad del alma que busca sin distraerse, que escucha en el silencio, que se vacía de toda vanidad para poder recibir la voz interior. Este desierto es el mismo en el que el masón medita antes de subir al Oriente. No se trata de un retiro pasivo, sino de un combate interior. San Juan es el arquetipo del que ha vencido ese combate, no por fuerza, sino por claridad. En la Masonería, donde cada símbolo es un espejo del alma, la figura del Bautista enseña que el camino hacia la luz comienza con la ruptura del ego, con la confesión de nuestra ceguera, con la aceptación humilde de que estamos llamados a ser algo más que constructores de templos exteriores: somos templos vivientes, piedras vivas que deben ser talladas con el cincel de la verdad.

Cuando el masón, en su progreso iniciático, busca la palabra perdida, lo hace en un viaje que no es lineal, sino espiral. Cada nuevo grado es una profundización, un ascenso que pasa por una nueva muerte. Y siempre, en cada umbral, se encuentra la voz del Bautista: “Enderezad los caminos del Señor.” En otras palabras, haced rectos los senderos del alma. No puede haber recepción de la luz si antes no hay purificación, no puede haber revelación si antes no hay disposición. Por eso San Juan es forjador del camino: porque enseña el arte de preparar el terreno donde la semilla de la sabiduría puede germinar.

Desde una perspectiva más profunda, el Bautista representa el tránsito del caos al cosmos, del desorden a la armonía. Su figura está entre dos mundos: el del antiguo testamento que declina, y el del nuevo que comienza. Así también, el masón está siempre entre dos columnas, entre la oscuridad que deja atrás y la claridad que aún no alcanza. Juan es el mediador, el que permite el paso, como un maestro de obra que da el primer trazo, sabiendo que él no colocará la última piedra. Su tarea no es culminar, sino comenzar. Y en esto reside la grandeza del iniciado: no busca los frutos inmediatos, sino el sentido profundo del proceso.

Celebrar a San Juan en la Masonería es reconocer que la vía iniciática no comienza con la gloria sino con la renuncia, no con la posesión sino con la búsqueda, no con la palabra sino con el silencio. Es aceptar que el verdadero conocimiento no se impone, se revela; que la luz no se alcanza por el orgullo sino por la humildad. El Bautista, al señalar al que ha de venir, entrega la lección más alta del oficio masónico: no somos el fin, somos instrumentos de un fin mayor, servidores del G A D U, obreros en la vasta construcción del templo invisible de la humanidad.

Por estas razones, San Juan Bautista no solo es patrono externo, sino principio interno. No solo figura histórica, sino símbolo vivo. No solo hombre del pasado, sino modelo eterno. En él, la Masonería reconoce el comienzo del sendero, la voz que llama al despertar, la fragua en la que se templa el alma antes de recibir la luz. Y en cada ceremonia, en cada meditación, en cada gesto simbólico del taller, su eco resuena como un llamado: “Prepara el camino, hermano, porque la Luz no se impone: se merece.”

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Tus comentarios son importantes para mi, ¡ánimo lo estoy esperando!

¿TIENES ALGÚN INTERES POR PARTICIPAR EN LA MASONERÍA DE BARRANQUILLA?

  "MASONERÍA MIXTA EN BARRANQUILLA:  SOMOS HOMBRES Y MUJERES LIBRES Y DE BUENAS COSTUMBRES" VIENEN LOS MASONES Hijo, ven a ver, ...