En el
silencio sagrado del taller, donde la palabra se escucha con el corazón y el
martillo labra la piedra bruta del alma, quiero hoy reflexionar sobre uno de
los pilares invisibles pero fundamentales de nuestra orden: el respeto fraterno.
No es casual
que la masonería se llame una fraternidad. En esta palabra resuena una vocación
trascendente: reconocernos en el otro como en un espejo, aceptar nuestras
diferencias como riqueza simbólica, y construir juntos, desde la diversidad, el
templo ideal de la humanidad.
Respeto, en
su etimología, implica mirar de nuevo, volver a observar al otro no desde el
prejuicio, sino desde la conciencia. En el marco iniciático, esto se eleva a
una práctica constante: ver al Q•••
H••• o a la Q••• Hna•••
no
por sus defectos, sino por su potencial de perfección.
Hablar del
respeto fraterno en masonería es mucho más que abordar una norma de convivencia
o una regla de etiqueta. Es ahondar en el principio ontológico que sustenta la
posibilidad misma de la fraternidad masónica y, por extensión, del progreso
moral y espiritual del ser humano. El respeto fraterno no es un accesorio: es
una columna invisible que sostiene la bóveda celeste de nuestros trabajos.
Desde el
momento en que un profano es iniciado y se convierte en un aprendiz, se le
recibe con una frase que es a la vez acogida y compromiso: “Recibe entre
nosotros el ósculo fraternal”. Ese acto simbólico marca el nacimiento de un
nuevo vínculo espiritual que trasciende la sangre, la nacionalidad, la
ideología y la historia individual. Pero ese vínculo no se sostiene por sí
mismo: requiere del ejercicio constante del respeto, entendido como la
conciencia de la alteridad sagrada del Q•••
H••• o a la Q••• Hna•••.
¿Qué es el
respeto fraterno? No es mera tolerancia. La tolerancia puede ser pasiva, e
incluso condescendiente. El respeto fraterno es activo, vibrante, cargado de
intención espiritual. Es la decisión libre de considerar al otro como un espejo
de mi propia humanidad, como una chispa del G••• A••• D••• U•••
El Q••• H•••
o a la Q••• Hna•••
que
piensa diferente, que proviene de otro horizonte cultural, que tropieza o se
eleva, es siempre una piedra viva del templo. Y como tal, debe ser tratada con
la reverencia que corresponde a todo lo que participa del misterio. Respetar a
los HH•••
Y Hna••• es reconocer su lugar en el cosmos
simbólico de la logia, aunque aún esté en proceso de desbastar su piedra bruta.
Y también es aceptar humildemente que el espejo que me ofrece su diferencia me
ayuda a tallar mejor la mía.
El respeto
fraterno es la argamasa invisible que une nuestras piedras. Sin él, el templo
se desmorona. Con él, incluso las diferencias ideológicas, sociales o
generacionales se transforman en columnas que sostienen la bóveda celeste del
entendimiento mutuo.
El respeto
fraterno adopta matices aún más profundos: Es respeto a la palabra velada, al
silencio del Q•••
H••• o a la Q••• Hna•••
que
aún no puede hablar, pero cuya búsqueda es tan legítima como la de quien ya
maneja con soltura los arcanos del simbolismo. Es respeto a la duda del que
todavía busca sentido, sin imponer certeza ni dogma. Es respeto al dolor
oculto, porque toda alma que entra al templo carga alguna herida invisible. Es
respeto al secreto de su ser, pues cada H••• o Hna••• es un santuario que solo
el G••• A••• D••• U•••conoce plenamente.
También
debemos considerar el aspecto iniciático y esotérico del respeto. La masonería,
como escuela iniciática, no es una democracia vulgar ni una reunión de iguales
por nivel social o académico. Es una fraternidad que reconoce la igual dignidad
espiritual de sus miembros, aunque se encuentren en distintas etapas del sendero.
El respeto fraterno, en este sentido, es la expresión concreta del principio
hermético: “Lo que está abajo es como lo que está arriba”. Si quiero
honrar la luz, debo respetar a quien también la busca.
Cuando una
palabra dicha en cólera irrumpe en la armonía del taller, dentro o fuera del
templo, el respeto fraterno debe recordarnos que el otro es un peregrino del
mismo camino. Cuando el juicio aflora antes del análisis, el respeto fraterno
nos exige volver al centro, donde la compasión y la razón se encuentran.
Finalmente,
el respeto fraterno tiene una dimensión trascendental y ritual: cuando formamos
la cadena de unión, nuestras manos unidas no son un gesto vacío. son un acto
mágico de comunión espiritual. En esa cadena, no hay eslabones débiles o
fuertes, superiores o inferiores. Solo hay voluntades enlazadas en la búsqueda
de la verdad y el bien. Romper ese respeto, con palabras hirientes, juicios
infundados o actitudes excluyentes, no es una simple falta de urbanidad. Es una
profanación del templo interior.
Q•••
H•••, y Q•••
Hna••• que el respeto fraterno no
sea solo una consigna repetida, sino una virtud vivida. Que cada encuentro en
Log••• sea una oportunidad para ver al otro como
un reflejo del propio camino iniciático, y que la piedra angular de nuestro templo
sea siempre el amor envuelto en respeto.
Porque, al
final, ¿qué es la masonería sino una escuela del alma donde se aprende a convivir
con nobleza, a discrepar con dignidad y a construir con manos distintas una
sola gran obra?
Así sea en nuestros corazones como en nuestros Talleres. Porque sólo respetando profundamente a nuestros QQ••• HH••• y QQ••• Hnas••• podemos edificar un Templo digno del G••• A••• D••• U•••