Cuando en el umbral del Templo se formula la
pregunta: “¿Sois Masón?”, no se trata de una simple
formalidad ritual, ni de una comprobación administrativa de identidad. Es una
invocación profunda, una interpelación existencial que toca los cimientos del
alma del iniciado. Es la voz del G••• A••• D••• U••• que, como en el jardín del Edén, pregunta: “¿Dónde
estás?”. Es, en su raíz más honda, la demanda de autenticidad que se eleva
desde el altar del corazón.
Responder afirmativamente no puede ser un mero acto de labio. Decirse
masón no es portar un título ni exhibir un mandil; es una afirmación ética, una
declaración de vida, una consagración continua. Ser masón es ser piedra viva en
el templo invisible del G••• A••• D••• U•••,
templo que se edifica no con manos humanas, sino con actos de justicia,
compasión y sabiduría.
La pregunta desgarra el velo de las apariencias, inquiere si has
penetrado los misterios no solo en lo externo, sino en lo interno. ¿Has tallado
tu piedra bruta? ¿Has vencido la ignorancia con la luz? ¿Has hecho de tu vida
una ofrenda sobre el altar del servicio y de la verdad? Porque solo quien ha
recorrido con humildad el sendero del silencio, del trabajo y de la fraternidad
puede con verdad responder: “Sí, lo soy.”
Desde la ética, esta pregunta nos devuelve al imperativo moral de la
coherencia. ¿Vive en ti la triple llama de la libertad, la igualdad y la
fraternidad? ¿Eres constructor de puentes o de muros? ¿Tienes limpio el
corazón, libre de odios y prejuicios, para que puedas llamar hermano a todo ser
humano? Si no es así, aún no eres masón, aunque estés inscrito en todos los
registros.
Desde lo trascendental, ser masón implica una experiencia de comunión
con lo sagrado, no como un dogma, sino como una vivencia. El masón es un
teósofo silencioso, que reconoce en cada símbolo una epifanía del G••• A••• D••• U••• Su
fe no se encierra en credos rígidos, sino que se expande en la contemplación
activa del cosmos como obra divina. Es en su vida, más que en sus palabras,
donde predica la luz.
Desde la dimensión esotérica, la pregunta revela su rostro
iniciático. “¿Sois Masón?” es el eco de la pregunta de
la Esfinge: “¿Quién eres?” Solo quien ha descendido al sótano
de su propio ser, y ha allí combatido con sus sombras, puede emerger con la
palabra sagrada en los labios. Ser masón es un estado del alma que trasciende
grados, obediencias y ritos; es ser consciente del eje vertical que une la
tierra y el cielo, - la plomada, la columna y la escalera - y saberse mediador
entre el caos y el cosmos.
A veces, la respuesta verdadera no se puede pronunciar con palabras. El
silencio es la única afirmación posible; un silencio cargado de obra, de
transformación, de fidelidad al Arte Real. Porque al final, masón no se dice,
se es. Se revela en la mirada, en las manos, en la conducta; se prueba en la
oscuridad, cuando nadie mira, cuando no hay medallas ni reconocimientos, es
allí donde la conciencia, como testigo inapelable, vuelve a preguntar: “¿Sois
Masón?”, y el que responde, lo haga con temblor y con fuego.
Hay preguntas que no vienen de afuera. Que no se formulan con palabras
audibles ni se pronuncian en logias visibles. Hay una voz que emana del Sanctum
Sanctorum del alma, que surge en la hora del quebranto o del despertar, en las
noches oscuras del espíritu o en los fulgores del éxtasis interior; es la voz
del templo interior, donde cada masón es a la vez altar, sacerdote y
sacrificio.
“¿Sois Masón?”, te pregunta el espejo cuando la máscara cae,
cuando fracasa tu orgullo, cuando tus errores hieren a los que amas, cuando el
mundo te exige rendirte a la mediocridad, cuando tu fe tambalea en medio de
tormentas que no comprendes, cuando tu espada se oxida y tu mandil se mancha,
esa voz no calla; vuelve, exige y despierta.
La pregunta no busca una defensa, busca una rendición, no ante el mundo,
sino ante la verdad. ¿Eres realmente constructor de ti mismo? ¿Has consagrado
tus herramientas a algo más alto que tu ego? ¿Tu templo se eleva sobre el
fundamento del amor?
En el silencio del oratorio interno, cuando el incienso invisible del
pensamiento asciende al cielo de tu conciencia, el G••• A••• D••• U••• no
te interroga como un juez, sino como un Padre. “¿Sois Masón?”,
significa: “¿Amas con obras? ¿Buscas la luz con humildad? ¿Reconstruyes lo que
otros destruyen? ¿Te mantienes firme cuando todos huyen?”
Porque ser masón en la vida exterior puede ser fácil: vestirse de
símbolos, hablar de virtudes, repetir fórmulas; pero ser masón en el alma, en
la intemperie de la existencia, es un fuego devorador, es tender la mano al
enemigo, callar cuando el orgullo clama, sostener al hermano caído, edificar
cuando el mundo solo quiere destruir y también, es mantener la esperanza cuando
todo se oscurece. Allí, en esa cripta interior donde guardas tus votos, tus
lágrimas, tus anhelos de justicia, es donde más claramente resuena la voz que
pregunta: “¿Sois Masón?”, y si en ese instante puedes
levantar la cabeza y decir, aunque con voz quebrada: “Lo intento. Lo sigo
intentando.”, entonces, el G••• A••• D••• U••• te
reconoce y el silencio del alma se convierte en templo y el templo se enciende.
Pero otras veces la pregunta resuena más allá del templo, más allá de
los muros rituales; resuena en las calles, en las plazas, en los campos donde
mueren de hambre los inocentes y donde la injusticia se levanta como ídolo
moderno; ya no es el V••• M••• quien
interroga, ahora es el pueblo, la historia, la humanidad herida la que se alza
y te pregunta: “¿Sois Masón?”
¿Dónde está el masón cuando se violan los derechos de los más débiles?
¿Dónde está cuando se aprueban leyes injustas, cuando los tiranos levantan su
cetro, cuando se profana la dignidad humana? ¿Dónde está cuando los pueblos
claman por pan y por libertad, cuando los muros se alzan y las fronteras matan?
¿Dónde estás tú, portador de la escuadra y el compás?
Ser masón en la polis no es aislarse en una torre de símbolos ni
refugiarse en el culto al misterio, es bajar al ágora, al polvo del camino, al
dolor del otro; es hacer de la palabra “hermano” una praxis política y no solo
un vocablo ritual; es ser incómodo para los poderosos, consuelo para los
humildes, faro entre las tinieblas.
Porque si el Arte Real no transforma la realidad social, si no encarna
sus principios en la historia viva de los pueblos, entonces se convierte en un
lujo estético sin alma, en una cáscara sin fruto. Ser masón es, o debería ser,
asumir un compromiso con la liberación integral del ser humano, es hacer de la logia
una escuela de ciudadanía activa, crítica y creadora; es rechazar toda forma de
servidumbre disfrazada de orden, todo autoritarismo envuelto en discursos de
paz, toda desigualdad justificada por el mérito o la cuna.
Al hacer la pregunta “¿Sois Masón?”, Pregunta también
la madre que llora por su hijo desaparecido; el campesino que ha sido
desplazado; la mujer oprimida por estructuras patriarcales; el niño sin
educación, sin techo, sin futuro; el migrante rechazado, el anciano olvidado,
el obrero explotado. Todos ellos son la piedra bruta que la sociedad desecha, y
que tú, si verdaderamente eres masón, estás llamado a redimir.
El mandil no es un adorno: es un compromiso, el compás no es un adorno:
es una trinchera moral y la escuadra no es un adorno: es una promesa de
justicia; porque al final, el juicio no vendrá de los libros ni de los títulos,
ni de los grados, sino de una sola pregunta que resonará en el umbral de la
historia: “¿Sois Masón?”
Y solo aquel que haya luchado por la dignidad humana, que haya puesto su
vida al servicio de la luz en el mundo, podrá responder, sin palabras: “Sí.
En la obra y en el alma.”
Al final del viaje, después del silencio del altar, del crisol del alma
y del clamor de los pueblos, la pregunta persiste: “¿Sois
Masón?” Ya no como eco ritual ni como examen ajeno, sino
como voz interior, conciencia colectiva y destino universal.
El verdadero masón no divide el mundo entre lo sagrado y lo profano,
entre el templo y la calle, entre la mística y la política. Para él, todo es
templo cuando el amor edifica, cuando la justicia alumbra, cuando la verdad no
se negocia; en su corazón, late una triple llama: La llama del espíritu, que lo
une al G••• A••• D••• U•••,
no como teología impuesta, sino como una vivencia interior de que hay un orden
superior, una armonía que le da sentido al caos. La llama de la ética, que lo guía en cada acto, que
le exige coherencia, humildad, trabajo, y lo obliga a pulir su piedra sin
descanso, sabiendo que la perfección no es meta, sino camino y la llama del
compromiso, que lo lanza al mundo como obrero de la humanidad. Que lo hace
constructor de una civilización más libre, más fraterna, más justa.
Porque ser masón es vivir entre columnas invisibles, es cargar un mandil
que no se ve, pero que arde en el alma; Es reconocer que no hay templo más
sagrado que el ser humano, ni logia más alta que el corazón que ama y cuando,
en el gran juicio de la historia, en el ocaso de los tiempos o en el último
suspiro, vuelva a escucharse la pregunta: “¿Sois Masón?”, no
bastarán los títulos ni los grados, ni las medallas.
Solo podrá responder con verdad quien haya hecho de
su vida una piedra bien labrada, una palabra luminosa, una acción redentora,
una oración sin palabras; entonces, el silencio hablará y el G••• A••• D••• U•••, al ver su obra, dirá: “Sí. Este hombre,
esta mujer, este ser… fue Masón.”