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lunes, 27 de octubre de 2025

LA MASONERÍA, ALGO MÁS QUE UN RITO

 


A primera vista, la masonería parece un conjunto de rituales solemnes, palabras secretas y símbolos arcanos, para el recién iniciado, ese universo puede parecer un misterio profundo, una estructura cerrada que sólo se revela parcialmente a través de ceremonias cuidadosamente ordenadas, pero con el tiempo y el trabajo silencioso en el taller, los QQ HHy QQ Hnascomienzan a descubrir que detrás del rito, más allá de los signos y las palabras, existe una riqueza invisible: un camino de transformación personal, espiritual y humana que trasciende cualquier formalismo.

La masonería es, en su esencia, una escuela del alma; no es una religión, aunque enseña reverencia por lo sagrado; no es una filosofía cerrada, aunque contiene sabiduría milenaria; no es sólo una fraternidad, aunque promueve el amor fraternal por encima de todo. Es, como decía Albert Pike, “una ciencia de la moralidad, velada por alegorías y explicada por símbolos” (Moral y Dogma, 1871, p. 27). Su verdadero propósito no es que el masón aprenda los rituales, sino que viva el espíritu que los anima.

Cada ceremonia, cada palabra, cada silencio, es una herramienta que conduce al iniciado hacia su propia transformación, recordemos que la masonería no enseña teorías, enseña a ser. El aprendiz comienza su viaje en la oscuridad, simbolizando el desconocimiento de sí mismo, pero con cada trabajo, con cada reflexión, la luz va penetrando las sombras de su alma. El compañero descubre la importancia de la acción consciente, del equilibrio entre razón y emoción, mientras que el maestro alcanza la comprensión profunda del misterio de la vida y la muerte, comprendiendo que todo lo que muere, en verdad, renace.

Detrás del rito se encuentra un mensaje íntimo y universal: la búsqueda del equilibrio entre el espíritu y la materia, entre el deber y el amor, entre el conocimiento y la humildad. La riqueza masónica consiste en que esa búsqueda no es teórica ni impuesta, sino libre y personal; cada Q HH• o Q Hna., recorre el sendero a su propio ritmo, tallando su piedra bruta con las herramientas simbólicas que la orden ofrece.

René Guénon escribió que “el simbolismo masónico es una lengua viva del espíritu, que transmite lo que las palabras ya no pueden expresar” (Símbolos Fundamentales de la Ciencia Sagrada, 1962, p. 134). En esa lengua simbólica, el masón encuentra su espejo. La escuadra y el compás no son meros adornos: son principios universales. La escuadra representa la rectitud moral, el deber de ajustar las acciones a la justicia; el compás, la medida del corazón, la capacidad de contener las pasiones y trazar el límite del deseo. Juntas, estas herramientas enseñan que el equilibrio es la base de la sabiduría y que el perfeccionamiento humano comienza por la armonía interior.

Pero, mi Q H, Q Hna.la verdadera riqueza de la masonería no se encierra en los símbolos, ni siquiera en los templos, la riqueza está en el corazón del masón que la comprende. La logia se convierte en un taller de almas, donde hombres y mujeres de distintas edades, creencias y caminos se encuentran como iguales, unidos por la búsqueda de la luz; allí se aprende a escuchar, a respetar, a servir.

La fraternidad se convierte en una experiencia tangible, en un lazo invisible que une a todos los iniciados bajo el signo del amor universal. Esa fraternidad, cuando es auténtica, transforma, transforma el carácter, ennoblece el espíritu, y hace del masón un ser más consciente de su papel en la sociedad; ya que la masonería no busca apartar al hombre del mundo, sino devolverlo a él con una mirada renovada, con una conciencia más clara, con una mano más dispuesta a construir y no a destruir. El verdadero iniciado comprende que el templo que construye no está en el mármol, ni en la piedra, ni en los muros del taller, sino en su interior, en su pensamiento, en su conducta, en su vida cotidiana.

Albert Mackey afirmaba que “el secreto de la Masonería no está en los libros ni en las palabras, sino en el alma del iniciado” (Enciclopedia de Masonería, 1917, p. 455). Y es cierto: la masonería se revela no cuando se memorizan los rituales, sino cuando se viven. El verdadero secreto no se pronuncia, se experimenta. Es el despertar interior, el momento en que el masón siente que algo ha cambiado dentro de él; cuando comprende que el templo, la logia, el rito, el símbolo, todo lo externo, no era más que una representación de su propia evolución interna.

La riqueza que esconde la masonería es, por tanto, una experiencia espiritual, un proceso de autoconocimiento y elevación del alma. En el silencio del templo, en el sonido del mazo sobre la piedra, en la reflexión sobre un símbolo aparentemente simple, el masón aprende el lenguaje del alma; aprende que el trabajo más grande que puede realizar no es hacia fuera, sino hacia adentro, porque sólo quien ha conquistado su interior puede edificar en el exterior con justicia, con verdad y con amor.

Cuando comprendemos que la Masonería es algo más que el rito, dejamos de ser observadores de un drama simbólico y nos convertimos en protagonistas de una transformación real. El rito es el mapa; la experiencia interior es el viaje, y en ese viaje, cada hermano y cada hermana descubre que la luz que buscaba no estaba fuera, sino dentro de sí.

La masonería nos enseña a reconciliarnos con nuestra humanidad, a reconocernos como imperfectos pero perfectibles, a amar el trabajo silencioso del alma tanto como la construcción visible del mundo. Nos enseña que ser masón no es conocer los misterios, sino vivirlos, no es guardar secretos, sino encarnar valores.

La Masonería, mis QQ HHy QQ Hnases algo más que el rito, es un camino de belleza, de silencio, de verdad; es la historia de una transformación que comienza en el instante en que el hombre o la mujer decide dejar de ser piedra bruta para convertirse en piedra cúbica, apta para la obra del Gran Arquitecto del Universo.

Cuando la luz interior se enciende, el rito se convierte en vida, y la vida en rito; entonces comprendemos que el trabajo no termina con la ceremonia, sino que apenas empieza con ella y en ese instante de comprensión silenciosa, el masón sabe que ha encontrado el verdadero tesoro que la orden custodia desde tiempos inmemoriales: la certeza de que la divinidad habita en su interior y que su deber es manifestarla en el mundo.

Esa es, mis QQ HHy QQ Hnas la riqueza que la masonería oculta detrás del velo ritual: la transformación del ser humano en un ser de luz, de amor y de verdad.

 

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

Pike, A. (1871). Moral y Dogma del Rito Escocés Antiguo y Aceptado de la Masonería. Charleston: Supremo Consejo, Jurisdicción del Sur.

Guénon, R. (1962). Símbolos Fundamentales de la Ciencia Sagrada. Buenos Aires: Editorial Kier.

Mackey, A. G. (1917). Enciclopedia de la Masonería. Chicago: Compañía de Historia Masónica.

Fernández, J. (2023). La Masonería Interior: Ritos, símbolos y conciencia del ser. Madrid: Editorial Masónica


lunes, 20 de octubre de 2025

EL CONFLICTO ENTRE LA VIDA PROFANA Y LA VIDA MASÓNICA ¿Cómo equilibrar dos mundos que a veces parecen irreconciliables?

 

                                                                                                         Imagen generada con I. A.

El conflicto entre la vida profana y la vida masónica es una herida abierta en el corazón del iniciado, no hay manera de ignorarla, porque late en cada instante de nuestra existencia; vivimos con los pies en la tierra de lo profano, donde todo se mide por la utilidad, la prisa y la apariencia pero, al mismo tiempo llevamos en el alma el eco del templo, donde todo se orienta hacia lo eterno, lo justo y lo verdadero, es allí, en esa tensión que a veces nos desgarra, donde se juega la autenticidad de nuestra iniciación.

La logia nos enseña a dejar los metales en la puerta, a entrar desnudos de todo lo superfluo, a mirar con ojos nuevos la luz que nos es revelada. Pero apenas salimos al mundo, los metales regresan disfrazados de necesidades, compromisos, ambiciones y temores y el hermano se pregunta: ¿Cómo mantener encendida la lámpara de la logia en medio de la oscuridad cotidiana? ¿Cómo no sentir que lo sagrado se diluye entre los afanes del trabajo, las tensiones familiares, las trampas de la política o las exigencias del dinero?

La tentación es doble, algunos se refugian en lo profano y hacen de la masonería un pasatiempo inofensivo, un rito estético sin consecuencias; otros, por el contrario, huyen hacia lo masónico como evasión, encerrándose en símbolos que nunca se encarnan en la vida real. Ambos caminos son trampas porque el secreto no está en elegir entre dos mundos, sino en descubrir que ambos son uno solo, y que la tarea del masón es integrarlos, no separarlos.

Como vemos la vida masónica está orientada hacia la construcción interior, el silencio reflexivo, la templanza y la fraternidad universal, a menudo entra en tensión con las dinámicas de la vida profana, como la barranquillera y de todo el Caribe colombiano, marcada por el bullicio, el individualismo competitivo y el ritmo acelerado del mundo contemporáneo. Estas tensiones no deben entenderse como contradicciones irreconciliables, sino como espacios de aprendizaje iniciático, donde el masón y la masona ponen a prueba la coherencia entre lo que piensan, lo que sienten y lo que hacen.

En el caso de la cultura barranquillera y caribeña predomina una fuerte tendencia hacia la exteriorización: se valora la imagen, la alegría desbordante, el reconocimiento público. En contraste, la masonería invita al trabajo silencioso del alma, al pulimiento interior de la piedra bruta. El conflicto surge cuando el hermano o la hermana se ven tentados a buscar validación social antes que autenticidad espiritual, olvidando que “la verdadera luz no se muestra, se irradia”.

Esta glocalización debe ser comprendida para su vivencia interior, es eso lo que se pretende en este escrito, ya René Guénon advertía que el mundo moderno ha fragmentado la vida hasta volverla incoherente (La crisis del mundo moderno, 1927, p. 45). El iniciado, en cambio, está llamado a rehacer la unidad perdida. Y esa unidad no se logra negando el conflicto, sino abrazándolo. Como enseñó Hegel, es en la contradicción donde el espíritu encuentra el impulso para elevarse (Fenomenología del espíritu, 1807, p. 134). El masón que vive la tensión entre lo profano y lo masónico no está condenado: está siendo iniciado de nuevo, porque el conflicto mismo es el cincel que le obliga a pulir su piedra.

Pero no basta con comprenderlo: hay que vivirlo con radical honestidad. Sartre denunciaba la mala fe de quien se miente a sí mismo para evitar su libertad (El ser y la nada, 1943, p. 86). Nosotros caemos en esa mala fe cuando hablamos de fraternidad en logia y practicamos el egoísmo en la calle; cuando proclamamos libertad en el templo y aceptamos las cadenas de la conveniencia; cuando alabamos la verdad bajo la bóveda estrellada y mentimos en nuestras relaciones cotidianas. Ese autoengaño hiere más que cualquier ataque externo, porque es la traición interior que nos fragmenta.

El verdadero equilibrio no consiste en vivir sin tensiones, sino en transformar la tensión en un puente. Boff recordaba que la fe se mide en el contacto con el dolor y la esperanza de los hombres (El Padre Nuestro, 1976, p. 23). Del mismo modo, la masonería se prueba en el mercado, en la oficina, en el hogar, en la plaza pública. Allí, donde la vida profana se muestra con toda su crudeza, es donde el símbolo debe volverse carne. Wilmshurst decía que el templo interior es la obra verdadera, y que cada piedra exterior no es sino reflejo de esa construcción secreta (El significado de la masonería, 1922, p. 56). El masón debe, entonces, aprender a ver en lo cotidiano el altar oculto, en lo común la chispa sagrada, en lo banal la ocasión de trabajar la gran obra.

Cuando esta visión comienza a madurar, la dualidad se disuelve. El mundo profano deja de ser enemigo, y el templo deja de ser refugio. Ambos se revelan como dos rostros de una misma realidad, dos lenguajes de un único misterio. El iniciado descubre que la verdadera logia no se limita a cuatro paredes, sino que se extiende hasta los confines de su vida. Y entiende que el Gran Arquitecto del Universo no solo habita en la solemnidad del ritual, sino también en la risa de un niño, en la fatiga del trabajo, en el gesto de justicia o en el abrazo de la fraternidad.

El conflicto, entonces, no desaparece, pero se convierte en camino. No es una contradicción a resolver, sino un ritmo a habitar: entrar en el templo para aprender, salir al mundo para encarnar, volver al templo para purificar, regresar al mundo para transformar. Así, la vida entera se convierte en un ir y venir donde lo profano se vuelve masónico y lo masónico se vuelve profano, hasta que ya no hay frontera posible entre ambos.

El masón que logra vivir de esta manera entiende que su tarea no es huir de los metales, sino transmutarlos; no es negar la vida, sino santificarla; no es escapar del mundo, sino iluminarlo. Y solo entonces, en la profundidad de su ser, la herida entre lo profano y lo masónico se convierte en fuente de luz, porque ha aprendido que el templo verdadero no está en un lugar, sino en su propia existencia reconciliada.

Al final, Q H, lo que llamamos conflicto entre la vida profana y la vida masónica no es un obstáculo externo, sino el fuego secreto que nos forja en el crisol de la existencia. Ese desgarramiento, que tantas veces sentimos como un peso insoportable, es también la oportunidad de despertar de la comodidad y de la incoherencia. Sin él, la masonería correría el riesgo de volverse un refugio ornamental, un rito estético sin trascendencia; pero gracias a él, estamos obligados a preguntarnos quiénes somos en verdad cuando la logia se apaga y las calles nos reclaman. La tensión nos recuerda que la iniciación no es un momento, sino un camino; que la fraternidad no se mide en palabras, sino en gestos concretos; que la verdad no se reduce a símbolos, sino que se verifica en la coherencia de nuestra vida. Y si aprendemos a abrazar esa herida, a vivirla no como división sino como impulso hacia la unidad, descubriremos que el verdadero templo no se construye en paralelo a la vida, sino con la propia vida; que no hay dos mundos, sino un solo mundo iluminado por la luz que nosotros mismos nos atrevemos a encender. He ahí la gran obra: hacer que lo masónico se vuelva carne en lo profano, y que lo profano se eleve a lo masónico, hasta que nuestra existencia entera se transforme en un testimonio silencioso y luminoso de aquello que un día juramos ser ante el Gran Arquitecto del Universo.

Nunca se nos olvide que La masonería no separa al ser humano del mundo, sino que lo reintegra con conciencia, recordándole que la verdadera iniciación no termina en la logia: comienza cada día, en cada acto, en cada mirada hacia el otro.

 

Bibliografía

Boff, Leonardo. El Padre Nuestro. Sal Terrae, Santander, 1976.

Guénon, René. La crisis del mundo moderno. Paidós, Barcelona, 1995.

Hegel, G.W.F. Fenomenología del espíritu. FCE, México, 1966.

Sartre, Jean-Paul. El ser y la nada. Losada, Buenos Aires, 1947.

Wilmshurst, W.L. El significado de la masonería. Kier, Buenos Aires, 1993.

Wirth, Oswald. El libro del aprendiz. Kier, Buenos Aires, 1922.

 


martes, 14 de octubre de 2025

SOY UN ETERNO APRENDIZ ¿Qué tan cierto es que siempre somos aprendices?

 

Soy un eterno aprendiz. Lo proclamo no como un gesto de falsa modestia, sino como una convicción que atraviesa mi ser y da sentido a mi vida masónica. La masonería me reveló que el aprendizaje no concluye en el umbral del primer grado, sino que constituye la esencia de toda la iniciación: quien deja de ser aprendiz ha dejado de ser masón.

Pero, ¿qué tan cierto es que siempre somos aprendices? La pregunta no es menor. A primera vista podría parecer una exageración, una renuncia a la madurez, un apego a la etapa inicial del camino. Sin embargo, la reflexión masónica, filosófica y existencial muestra que esta afirmación tiene una profundidad ineludible.

El ser humano nunca alcanza la plenitud de la verdad. Sócrates lo expresó con sencillez: “solo sé que no sé nada” (Platón, Apología). Aristóteles lo complementó al afirmar que “todos los hombres desean por naturaleza saber” (Metafísica, I, 1), recordándonos que el deseo de aprender nunca se sacia por completo. Y Hegel nos mostró que “la verdad es el devenir de sí misma” (Fenomenología del espíritu, Prefacio), es decir, que nunca está fija, sino en constante movimiento. Toda verdad descubierta abre el horizonte de nuevas preguntas. Todo grado alcanzado revela la existencia de grados más altos de comprensión. En este sentido, ser aprendiz es una condición ontológica: no una etapa, sino una manera de ser en el mundo.

En la masonería, esta certeza se encarna en los símbolos. La piedra bruta nunca se pule del todo, siempre queda en ella una arista, un ángulo imperfecto, una superficie que reclama el mallete. Incluso la piedra cúbica, aparentemente perfecta, es un símbolo de perfección relativa, jamás absoluta. Oswald Wirth nos lo recuerda: “el Aprendiz no progresa por acumular grados, sino porque cada grado despierta en él nuevas fuerzas latentes” (El libro del Aprendiz). Lo mismo ocurre con la luz: el Aprendiz recibe una chispa, pero esa chispa nunca se convierte en sol pleno; cada incremento de luz es siempre parcial, porque la Luz verdadera es inabarcable. Así, la masonería enseña que el aprendiz habita en todos los grados, y que el Maestro más sabio sigue siendo aprendiz frente al misterio del Gran Arquitecto del Universo.

Decir que siempre somos aprendices es cierto porque la vida misma es un proceso de aprendizaje sin clausura. Cada día nos confronta con algo que ignorábamos, cada encuentro con otro ser humano nos muestra una perspectiva que no habíamos considerado, cada error nos revela la fragilidad de nuestro saber y nos invita a comenzar de nuevo. Como señala René Guénon: “la iniciación no es jamás un punto de llegada, sino la entrada en un camino indefinidamente prolongado” (Símbolos fundamentales de la ciencia sagrada). Incluso en el último aliento, la vida nos sigue enseñando la lección más radical: la del tránsito hacia el Oriente Eterno.

No obstante, la afirmación también debe entenderse en su contradicción. Ser eterno aprendiz no significa permanecer en la ignorancia o en la pasividad, como si nunca hubiese avances, como si todo fuese siempre inicio y jamás llegada. El aprendizaje real implica acumulación, transformación y responsabilidad. Jules Boucher advierte: “el simbolismo masónico no es un simple objeto de contemplación, sino una enseñanza activa que debe traducirse en la vida del iniciado” (La simbólica masónica). Un aprendiz verdadero no se justifica en su condición para no actuar, sino que aprende actuando. Siempre somos aprendices, sí, pero aprendices que crecen, que se perfeccionan, que transforman la luz recibida en obras de justicia, fraternidad y servicio.

La verdad, entonces, es que ser un eterno aprendiz no es una limitación, sino una dignidad. Somos aprendices no porque estemos incompletos en un sentido negativo, sino porque la plenitud del ser y del saber nunca se agota. Wilmshurst lo expresa con fuerza: “toda la Masonería, desde la iniciación hasta los más altos grados, es un aprendizaje del alma en su viaje hacia la plenitud espiritual” (El significado de la masonería). En ese sentido, el aprendiz eterno es aquel que ha comprendido que la humildad y el asombro son las llaves de toda verdadera sabiduría.

Decir que siempre somos aprendices es tan cierto como decir que siempre somos caminantes: cada paso nos acerca y nos aleja, cada peldaño ascendido abre otro más alto, cada grado alcanzado revela un nuevo secreto. La certeza de ser aprendiz eterno no disminuye al masón, lo engrandece; no lo paraliza, lo impulsa; no lo reduce, lo expande. Porque quien se sabe aprendiz sabe también que su destino no es la quietud, sino el camino; no es el orgullo de lo alcanzado, sino la sed inextinguible de la Luz.

Así, proclamar soy un eterno aprendiz es afirmar una verdad profunda: que la masonería, como la vida misma, es un viaje sin fin hacia la sabiduría; que la obra nunca se concluye; y que el mayor magisterio consiste en morir con la humildad intacta de quien sabe que aún, incluso en la eternidad, seguirá aprendiendo a ser hijo de la Luz.

Queridos hermanos: que jamás se apague en nosotros la llama humilde del aprendiz; no olvidemos que la verdadera grandeza masónica no está en los títulos ni en los grados, sino en la disposición del alma que, cada día, se abre a la enseñanza del Gran Arquitecto del Universo. Cada amanecer es una iniciación, cada mirada del otro es un libro, cada silencio en logia es una palabra no dicha que invita a comprender más allá de las formas.

Que el polvo de la rutina no cubra el brillo del mandil blanco con el que un día ingresamos al templo; que no olvidemos el temblor del primer golpe del mallete sobre nuestra piedra bruta, porque allí nació el compromiso de aprender eternamente. Ser aprendiz es conservar viva la inocencia del que busca, la humildad del que no presume saber y la pasión del que no deja de asombrarse.

Mantengamos el corazón dispuesto, la mente abierta y la mano tendida. Que cada grado recorrido no sea un peldaño de orgullo, sino un recordatorio de cuánto nos falta por comprender. Y cuando la vida nos conduzca al Oriente Eterno, podamos partir con serenidad, sabiendo que incluso allí, más allá del velo, seguiremos siendo aprendices de la luz; porque ser eterno aprendiz no es una condición pasajera, sino una forma de eternidad: la del espíritu que, al no cerrarse nunca al conocimiento, permanece siempre joven ante el misterio divino.

Referencias Bibliográficas

Platón, Apología de Sócrates.

Aristóteles, Metafísica.

Hegel, Fenomenología del espíritu.

Oswald Wirth, El libro del Aprendiz.

Jules Boucher, La simbólica masónica.

René Guénon, Símbolos fundamentales de la ciencia sagrada.

W. L. Wilmshurst, El significado de la masonería.




sábado, 4 de octubre de 2025

RELACIONES EXISTENTES ENTRE LAS COLUMNAS DE SABIDURÍA, FUERZA Y BELLEZA CON LOS ÓRDENES ARQUITECTÓNICOS CLÁSICOS: JÓNICO, DÓRICO Y CORINTIO

 


Este es el quinto y último trabajo de cinco, donde pretendo, desde una profundidad académica y bibliográficamente documentada, hacer claridad sobre las relaciones existentes entre las tres luces -sabiduría, fuerza y belleza- con los Dignatarios del Taller -venerable maestro, primer vigilante y segundo vigilante- como también con los órdenes arquitectónicos clásicos -jónico, dórico y corintio. -

La masonería simbólica encuentra en la arquitectura no sólo un lenguaje de construcción externa, sino una revelación de verdades interiores. Los órdenes arquitectónicos clásicos -jónico, dórico y corintio- no son simplemente estilos ornamentales, sino expresiones vivas de principios universales que la tradición iniciática reconoce como fuerzas operantes en la creación y en la edificación del ser. En el templo masónico, estas formas se vinculan indisolublemente con las tres columnas fundamentales: sabiduría, fuerza y belleza. Este triángulo simbólico no es sólo un modelo estático, sino una dinámica espiritual de desarrollo iniciático.

Los antiguos arquitectos griegos no elegían estas formas por razones estéticas arbitrarias. Cada orden respondía a un tipo de proporción, de carácter y de armonía con el mundo. Por ello, la masonería, que es el arte de edificar al hombre según leyes eternas, ha reconocido en estas formas los vehículos ideales para representar las tres virtudes que sostienen la logia y que rigen el sendero del iniciado.

La sabiduría, que traza el plan, encuentra su correspondencia en el orden jónico, cuyas proporciones equilibradas y capitel decorado con espirales evocan el pensamiento que gira en torno a sí mismo, que se enrosca en contemplación y mesura. El jónico es el orden del conocimiento racional y espiritual. Albert Gallatin Mackey lo resume así: “La columna jónica, más delicada y elegante que la dórica y menos ornamentada que la corintia, simboliza la serena dignidad y la reflexiva sabiduría del Venerable Maestro.” -Enciclopedia de la Francmasonería-. Su carácter intermedio -más elaborado que el dórico, pero menos adornado que el corintio- lo hace ideal para expresar la cualidad de la inteligencia que busca el equilibrio entre rigor y flexibilidad.

El venerable maestro, que ocupa el oriente y representa el principio ordenador, se halla íntimamente ligado a este orden arquitectónico. La voluta jónica se vuelve símbolo del pensamiento directriz, la espiral de la razón que organiza el caos. Oswald Wirth confirma este vínculo al señalar: “La columna jónica es la que conviene a la Sabiduría, porque su forma armoniosa habla de un pensamiento elaborado, de una inteligencia que ha superado la rudeza y ha alcanzado la medida” -El simbolismo masónico-.

La Fuerza, por su parte, se relaciona profundamente con el orden dórico, el más antiguo y sobrio de los tres. Sin base, de fuste robusto y capitel austero, el dórico representa la potencia esencial de la estructura, la capacidad de sostener sin ceder. Este orden transmite firmeza, carácter, voluntad. W.L. Wilmshurst interpreta esta columna como “la base misma sobre la cual toda edificación espiritual se asienta: la fuerza moral, la voluntad inquebrantable que no busca ornamento sino propósito” -El Significado de la Masonería-.

Esta columna está asociada al primer vigilante, quien custodia la entrada simbólica de los trabajos en el occidente. La columna dórica, con su verticalidad severa y directa, representa esa etapa del camino donde el compañero masón debe adquirir un estado de aprendizaje de mayor responsabilidad y conocimiento dentro de la masonería. Jules Boucher escribe: “La fuerza, sin la cual el templo no se sostiene, encuentra su expresión más directa en la sobriedad del dórico. No es fuerza bruta, sino potencia dirigida” -El Simbolismo Masónico-.

En un nivel más profundo, el dórico encarna el aspecto terrestre, sólido y fundacional del trabajo masónico. Su energía es necesaria para que el pensamiento -jónico- pueda materializarse y la forma corintio- llegue a existir. Sin fuerza, la sabiduría no se convierte en obra, y la belleza no puede manifestarse.

La tercera columna, la belleza, se asocia al orden corintio, el más elaborado y ornamentado. Su capitel adornado con hojas de espino evoca la exuberancia de la vida, la gracia, el arte. El corintio representa la culminación estética de la acción ordenada por la sabiduría y sostenida por la fuerza. Es la floración simbólica del esfuerzo, el lenguaje de lo divino manifestado en forma sensible.

Manly P. Hall observa que “La columna corintia, rica en ornamentos, tipifica esa virtud suprema, la belleza, por la cual la sabiduría y la fuerza se manifiestan al mundo.” (Las enseñanzas secretas de todas las épocas). Es una belleza no superficial, sino fruto de una estructura interna bien lograda. René Guénon, en Símbolos fundamentales de la Ciencia Sagrada, lo confirma: “La Belleza no es algo añadido a la estructura, sino su revelación; el corintio expresa cómo el principio espiritual se encarna en una forma que refleja la armonía divina”.

El segundo vigilante, ubicado al Sur, es el custodio de esta columna. Él representa el momento “La Belleza no es algo añadido a la estructura, sino su revelación; el corintio expresa cómo el principio espiritual se encarna en una forma que refleja la armonía divina”. La belleza que dirige el segundo vigilante no es simple ornamento, sino el orden revelado en forma sensible. El corintio, con su elegancia compleja, representa la culminación espiritual de la obra. Es la imagen del alma iniciada que ya ha armonizado sus fuerzas interiores.

Estas correspondencias no deben entenderse de forma fragmentaria, sino como expresión de una unidad dinámica. Las tres columnas —sabiduría -jónico-, fuerza -dórico- y belleza -corintio- forman un triángulo que sostiene no sólo el templo masónico, sino el proceso iniciático mismo. Cada una presupone a las otras. La sabiduría sin fuerza es inoperante; la fuerza sin belleza es ciega; la belleza sin sabiduría es superficial. Esta interdependencia expresa lo que la alquimia llamaría el equilibrio de los tres principios: azufre, mercurio y sal; o lo que el cristianismo llamaría verbo, espíritu y encarnación.

En el plano interno, estas columnas son estados del alma. El iniciado debe aprender a pensar con claridad -jónico-, a sostenerse con voluntad -dórico- y a manifestarse con armonía -corintio. Así, el templo no sólo se levanta en la logia, sino en el corazón mismo del iniciado. Como señala Oswald Wirth: “El Templo no puede erigirse si una sola de las tres columnas falta. La armonía del mundo y del ser se construye en la convergencia de estas tres virtudes eternas.”

Al concluir este estudio, no puedo evitar contemplar interiormente esas tres columnas no ya como formas arquitectónicas externas, sino como presencias vivas en el taller de mi alma. Las he visto en el templo, representadas por las bellas formas del arte clásico, pero ahora las reconozco erigidas en mí mismo, como principios que debo aprender no sólo a contemplar, sino a encarnar.

La sabiduría jónica me habla desde la mesura del pensamiento bien trazado. Su voluta me recuerda que todo acto masónico nace de una intención clara, de un diseño espiritual que debe guiarme aun en medio de las tinieblas del mundo. No hay trazo sin idea, no hay orientación sin luz; la fuerza dórica se me presenta como un llamado a la firmeza interior. No una fuerza bruta, sino la fuerza que sostiene sin quebrarse, que enfrenta la oposición sin perder su forma. Me enseña que sin estructura no hay crecimiento, que sin raíces no hay ascenso. Su severidad es maestra de virtud y la belleza corintia me revela que la obra está incompleta si no llega a florecer. Ella me enseña que no basta con hacer lo correcto, sino que hay que hacerlo con equilibrio, con proporción, con sensibilidad. Que la vida masónica no debe ser sólo un deber, sino también una expresión de lo sublime.

Entiendo ahora que estas tres columnas no están sólo en el templo, sino que son tres etapas del mismo viaje iniciático: trazar el camino con sabiduría, recorrerlo con fuerza, y culminarlo con belleza. Me reconozco en ese proceso, aún en construcción, aún imperfecto, pero sostenido por esa arquitectura simbólica que me orienta hacia el oriente de mí mismo. Que el templo se levante firme en mí, y que cada pensamiento, cada acción y cada palabra respondan al equilibrio sagrado de estas columnas eternas.

 

Citas de autores masónicos sobre la columna de la Sabiduría y el orden jónico

1. Oswald Wirth: – El simbolismo hermético

“La columna jónica conviene a la Sabiduría, porque su forma armoniosa habla de un pensamiento elaborado, de una inteligencia que ha superado la rudeza y ha alcanzado la medida.”

2. Albert Gallatin Mackey: –  Enciclopedia de la Francmasonería

“La columna jónica, más delicada y elegante que la dórica y menos ornamentada que la corintia, simboliza la serena dignidad y la sabiduría reflexiva del Venerable Maestro..”

3. Jules Boucher: – El Simbolismo Masónico

“El estilo jónico, más refinado que el dórico, expresa el equilibrio del pensamiento, la razón moderada, y es por eso que se le atribuye a la columna de la Sabiduría.”

4. W.L. Wilmshurst: – El significado de La Masonería

 “La Sabiduría del Oriente es la Luz que guía el trazado del plan, y corresponde a una forma de arquitectura que sugiera contemplación, proporción y equilibrio intelectual. El orden jónico cumple ese rol.”

5. Daniel Béresniak: – Los Símbolos Masónicas

“La columna jónica, símbolo de la Sabiduría, se reconoce por sus volutas: representa el pensamiento que gira sobre sí mismo, que mide, compara, evalúa. Está en el Oriente, allí donde se piensa antes de actuar.”

6. Jean-Marie Ragon: – Curso filosófico e interpretativo de iniciaciones antiguas y modernas

“De los tres órdenes arquitectónicos, el jónico representa la inteligencia formada, la que ha pasado del impulso a la razón. Por ello es propio del Maestro y del principio de Sabiduría.”

7. Manly P. Hall: – Las enseñanzas secretas de todas las épocas

“En el orden jónico encontramos la encarnación de la gracia racional: la unión de la forma intelectual y la belleza sutil, lo que la convierte en la verdadera columna de la Sabiduría en la enseñanza masónica..”

8. René Guénon: – Símbolos fundamentales de la Ciencia Sagrada

“El orden jónico, intermedio entre la severidad del dórico y la exuberancia del corintio, es figura de la Sabiduría equilibrada, aquella que da forma sin violentar, que enseña sin imponer.”

9. J.D. Buck: – La Masonería Mística

“El pilar jónico representa la vida intelectual. En el simbolismo masónico, pertenece a Oriente y representa la Sabiduría que traza los planos del Universo..”

10. George H. Steinmetz: – La Masonería: su Significado Oculto

“La sabiduría, tal como se expresa en el orden jónico, es contemplativa, mesurada y estructurada con la gracia de la disciplina mental. El masón que busca la luz debe pasar primero por esta columna..”

 

Citas de autores masónicos sobre la columna de la Fuerza y el Orden Dórico

1. Oswald Wirth: El simbolismo masónico

“El orden dórico, de formas macizas y desprovistas de ornamento, representa naturalmente la Fuerza. La columna que corresponde a este orden es la del Occidente, sostenida por el Primer Vigilante.”

2. Albert Gallatin Mackey: Enciclopedia de la Francmasonería

“La columna dórica, maciza y sin adornos, se asigna con mayor acierto a la Fuerza. Es el pilar de Booz y se erige como emblema de la firmeza moral y física.”

3. Jules Boucher: El Simbolismo Masónico

“La Fuerza, sin la cual nada se sostiene, está representada por la columna dórica: sólida, simple, recta. Es la columna de la ley, de la autoridad y de la resistencia. Se sitúa al Occidente.”

4. W.L. Wilmshurst: – El Significado de La Masonería

“La columna dórica es la expresión del principio de Fuerza en su forma más pura: sin adorno, sin desviación, sin debilidad. Es la base sobre la que debe fundarse todo edificio espiritual.”

5. Manly P. Hall: – Las enseñanzas secretas de todas las épocas

“El orden dórico simboliza la Fuerza que sustenta tanto la Sabiduría como la Belleza. En el simbolismo masónico, es el pilar central, la columna moral imperecedera del Templo.”

6. Jean-Marie Ragon: – Curso filosófico e interpretativo de iniciaciones antiguas y modernas

“El dórico es el orden de los pueblos guerreros y constructores. Su severidad lo convierte en símbolo de la Fuerza activa y sostenedora. En logia, corresponde al Primer Vigilante.”

7. Daniel Béresniak: – Los Símbolos Masónicos

“La columna de la Fuerza no necesita adornos. Por eso se le asigna el orden dórico: el que está hecho para soportar, no para mostrarse. Es el pilar del deber y la voluntad.”

8. George H. Steinmetz: – La masonería: su significado oculto

> “El Primer Pilar de la Fuerza se construye según la tradición dórica: grueso, alto y sin adornos. Enseña que la resistencia y la integridad moral son la base del trabajo iniciático.”

9. J.D. Buck: – Masonería Mística

“La fuerza dórica no es solo física, sino también espiritual. La columna dórica del oeste es una advertencia y una promesa: solo lo firme y verdadero perdurará.”

10. Albert Churchward: – Los Arcanos de la Masonería

“Se eligió el estilo dórico para el pilar de la Fuerza porque representa el cimiento más antiguo y duradero. Sin Fuerza, ninguna luz puede sostenerse.”

 

Citas de autores masónicos sobre la columna de la Belleza y el Orden Corintio

1. Oswald Wirth: – El simbolismo masónico

“El orden corintio, el más elegante y ornamentado de los tres, conviene a la Belleza, que no es vana decoración sino manifestación sensible de la armonía universal.”

2. Albert Gallatin Mackey: – Enciclopedia de la Francmasonería

“La columna corintia, siendo la más rica en ornamentación, está asignada a la Belleza, que perfecciona y adorna lo que la Sabiduría diseña y la Fuerza sostiene..”

3. Jules Boucher: – Los Símbolos Masónicos

“La columna corintia, con su capitel de hojas de acanto, es el símbolo ideal de la Belleza masónica: delicadeza, equilibrio, expresión final de lo que ha sido concebido y construido con sentido.”

4. W.L. Wilmshurst: – El Significado de la Masonería

“La Belleza representa la síntesis visible de un plan bien concebido y sólidamente ejecutado. El corintio, como forma más rica y desarrollada, expresa esta plenitud espiritual.”

5. Manly P. Hall: – Las enseñanzas secretas de todas las épocas

“La columna corintia, rica en ornamentos, tipifica esa virtud suprema, la Belleza, por la cual la Sabiduría y la Fuerza se manifiestan al mundo..”

6. Daniel Béresniak: – Los Símbolos Masónicos

“El corintio simboliza la Belleza porque expresa el arte del espíritu que ha dominado la materia. Es la floración de la obra interior.”

7. Jean-Marie Ragon: – Curso filosófico e interpretativo de iniciaciones antiguas y modernas

“Entre los tres órdenes, el corintio representa la Belleza realizada. Es la armonía de la forma, expresión sensible de la perfección interior.”

8. George H. Steinmetz: – La Masonería: su Significado Oculto

“La belleza, como principio masónico, no es mera simetría; es la culminación de la obra moral. El orden corintio la representa con elegancia, gracia y ornamentación que expresan el alma..”

9. J.D. Buck: – Masonería Mística

“El pilar corintio se sitúa al sur, donde el sol alcanza su punto más alto. Simboliza el florecimiento pleno del camino del iniciado: la gracia que nace de la disciplina y el conocimiento..”

10. Albert Churchward: – Los Arcanos de la Masonería

“El orden corintio, que representa la Belleza, no es una decoración sin significado; refleja la armonía divina. Se ubica al sur, con el Segundo Vigilante de la Obra..”

11. René Guénon: – Símbolos fundamentales de la Ciencia Sagrada

“La Belleza no puede ser sino el reflejo formal del Principio; el orden corintio manifiesta esa expresión final en la arquitectura sagrada.”


lunes, 29 de septiembre de 2025

EL RECONOCIMIENTO DE GRADOS: ¿ESCALA DE SABIDURÍA O ESCALERA DE VANIDAD?

 



El camino masónico, desde sus albores, se ha expresado en símbolos, ritos y estructuras que buscan orientar al iniciado en la búsqueda de la verdad. Entre estas estructuras se encuentra la jerarquía de grados, que, a primera vista, parece una progresión lineal hacia niveles más altos de sabiduría. Sin embargo, cuando observamos con atención, emerge una tensión profunda: ¿es esa escala un instrumento de iluminación ontológica y existencial, o corre el riesgo de transformarse en una escalera de vanidad que aliena al hombre de sí mismo y del verdadero sentido iniciático?

La masonería, como vía filosófica y espiritual, no debería reducirse a una serie de peldaños externos que se acumulan como medallas o reconocimientos de estatus. El grado es, en su esencia, una expresión simbólica de un estado interior del ser. Como afirmaba Oswald Wirth: “El iniciado no progresa por el hecho de recibir más grados, sino por el desarrollo de su conciencia” (Wirth, El Libro del Aprendiz). La progresión iniciática, por tanto, no se mide en títulos, sino en la hondura del silencio, en la capacidad de autocrítica, en la apertura al misterio y en la comunión con el Gran Arquitecto del Universo.

Desde la perspectiva ontológica, el grado no es un objeto que se posee, sino un modo de ser que se encarna. El reconocimiento externo carece de sentido si no está acompañado de una transformación interior. Aquí se hace patente la dialéctica entre el ser y el parecer: mientras la escala de sabiduría invita al masón a trascender el ego y a crecer en autenticidad, la escalera de vanidad lo seduce con el brillo vacío de los honores, enajenándolo en un juego de espejos donde confunde la luz con el reflejo. Como bien advertía Jules Boucher: “La iniciación no se recibe, se conquista” (La simbólica masónica).

Existencialmente, cada grado debería ser un espacio para confrontar la finitud y la libertad del hombre. El aprendiz que busca aprender, el compañero que busca comprender y el maestro que busca enseñar no son etapas superadas, sino dimensiones que coexisten y se profundizan en el mismo ser. El riesgo está en absolutizar la estructura jerárquica como si cada ascenso fuera un certificado de plenitud, cuando en realidad la existencia masónica es siempre inacabada, abierta, marcada por la incertidumbre de lo humano. Como diría Sartre en un plano más existencial: “El hombre no es otra cosa que lo que él se hace” (El ser y la nada). Así también el masón: no es el cúmulo de grados, sino la construcción de sí mismo en libertad y responsabilidad.

La escala de sabiduría, cuando es auténtica, es la vía por la cual el masón aprende a despojarse de lo accesorio, a cultivar la fraternidad sin jerarquías artificiales y a vivir la ética como un compromiso con lo universal. Pero esa misma escala, si se pervierte, se convierte en una escalera de vanidad que fomenta rivalidades, egos inflados y simulacros de poder. Allí, el símbolo se desvirtúa y se convierte en máscara; el templo interior se vacía para dar paso a un teatro de títulos. Como afirmaba René Guénon: “Los ritos y símbolos no son fines en sí mismos, sino medios para alcanzar lo real” (Símbolos fundamentales de la ciencia sagrada).

La crítica profunda, entonces, nos obliga a preguntarnos: ¿buscamos los grados como medios para trascender o como galardones para exhibir? La masonería auténtica no requiere reconocimiento externo, porque el verdadero reconocimiento está en la transformación interior que ningún diploma puede otorgar. En este sentido, la sabiduría masónica se mide en la capacidad de reconocer al otro como hermano y no en la cantidad de grados acumulados.

El sentido de los grados está en su carácter pedagógico, ritual y simbólico, como mapas que señalan rutas de crecimiento. Su sin sentido aparece cuando se absolutizan, cuando el masón olvida que no son el fin, sino medios para recordar que el viaje iniciático es infinito. Al final, toda la jerarquía se relativiza frente al misterio, y todo título se disuelve en el silencio del ara donde sólo queda la verdad desnuda del ser.

La masonería, si quiere permanecer fiel a su espíritu, debe volver siempre a esta tensión y discernir: ¿estamos construyendo escalas de sabiduría o escaleras de vanidad? La respuesta no depende de la institución en abstracto, sino de cada hermano en su camino existencial. Porque, como enseña W.L. Wilmshurst: “El único verdadero progreso en Masonería es aquel que conduce al descubrimiento del yo interior” (El significado de la Masonería). El verdadero ascenso no se da hacia arriba, sino hacia adentro: en el fondo del ser, donde el hombre se encuentra con la chispa divina y reconoce que el único grado absoluto es el de ser humano en plenitud.

Así, Queridos Hermanos, no pidamos grados para ser reconocidos; busquemos ser reconocidos porque cada grado se ha convertido en vida, en ética, en fraternidad y en servicio. Elevemos, pues, nuestros corazones y juremos en silencio que nunca haremos de la masonería un pedestal para el ego, sino una escuela de luz para la humanidad.

Que así sea.

 

 

Referencias bibliográficas

Boucher, Jules. La simbólica masónica. Editorial Kier, Buenos Aires, 1993.

Guénon, René. Símbolos fundamentales de la ciencia sagrada. Paidós, Barcelona, 1996.

Sartre, Jean-Paul. El ser y la nada. Losada, Buenos Aires, 2007.

Wilmshurst, W.L. El significado de la Masonería. Kier, Buenos Aires, 1991.

Wirth, Oswald. El libro del aprendiz. Kier, Buenos Aires, 1994.


LA MASONERÍA, ALGO MÁS QUE UN RITO

  A primera vista, la masonería parece un conjunto de rituales solemnes, palabras secretas y símbolos arcanos, para el recién iniciado, ese...