Buscar este blog

viernes, 20 de junio de 2025

EL SOLSTICIO DE VERANO Y LAS ACCIONES DEL MASÓN ANTE LA PLENITUD DE LA LUZ

 

El Solsticio de Verano, con su máxima irradiación solar, no es solo un fenómeno natural ni una efeméride simbólica: es una interpelación, una llamada profunda a los QQ HH y a las QQ Hnas para que examinen el uso que han hecho de la luz que han recibido. La luz, en el templo, no es simple iluminación intelectual; es conciencia, verdad, virtud, responsabilidad. Recibir la luz implica comprometerse a actuar con ella.

Cuando el Sol alcanza su cénit y la luz se derrama plena sobre la tierra, los antiguos sabios detenían su andar, elevaban la mirada al cielo y encendían fuegos rituales. No lo hacían para adorar al astro, sino para recordar que la luz, cuando no se honra con virtud, se convierte en sombra más densa. El Solsticio de Verano no es solo un fenómeno astronómico: es un lenguaje sagrado, una palabra silenciosa que el GADU inscribe en el firmamento. Y nosotros, QQ HH y QQ Hnas, que nos hemos comprometidos a leer los signos de lo alto para obrar en lo bajo, no podemos pasar indiferente ante este instante de plenitud solar.

En el plano personal, este momento del año nos exige revisar nuestro progreso interior. ¿Hemos labrado nuestra piedra bruta con disciplina y constancia? ¿Hemos convertido nuestras pasiones en herramientas de servicio? ¿Hemos cultivado la templanza, la justicia, la fortaleza y la prudencia como virtudes rectoras de nuestra conducta? El solsticio de verano, como plenitud de luz, invita a un juicio simbólico: no hay sombra en la luz cenital; todo se revela. Por ello, este tiempo sagrado nos conmina a la autenticidad, a la coherencia entre pensamiento, palabra y acción.

La masonería nos enseña que toda iniciación es un nacimiento a la luz, y que todo ascenso ritual representa un progresivo despliegue de conciencia. Así, el Solsticio de Verano se convierte en un espejo espiritual en el cual nosotros contemplamos cuánto hemos crecido, cuánta sombra hemos vencido, cuántas verdades hemos sido capaz de abrazar. Es tiempo de la cosecha interior. Si hemos trabajado con rectitud, nuestra piedra bruta ha comenzado a revelarse como una forma útil. Si hemos sido negligente, este momento nos llama al arrepentimiento activo, al retorno consciente, a la vigilancia renovada.

La luz, en su cenit, también representa el punto más alto del ego si no se ha purificado. Por eso, el compromiso personal que renovamos en esta fecha no es de vanagloria por lo alcanzado, sino de humildad activa: reconocer que el verdadero crecimiento interior lleva a ponerse al servicio de los demás. La plenitud no es un trofeo, sino una plataforma desde donde construir el bien común.

En el plano social, el Solsticio de Verano nos impulsa como QQHHy QQ Hnas. a examinar el impacto de su acción en el mundo. ¿Qué hemos hecho con la luz que nos fue confiada? ¿Nos hemos convertidos en un faro en medio de las tinieblas sociales, morales y culturales? ¿Hemos sido voz por la justicia, ejemplo de rectitud, obreros del amor fraterno?

Todos los QQ HH y QQ Hnas no trabajan sólo para sí mismo, la verdadera piedra que talla no es su ego, sino su humanidad compartida. La sociedad, en muchos sentidos, aún vive en solsticios de invierno: desigualdad, ignorancia, violencia, manipulación. Ante ello, el Solsticio de Verano se convierte en un llamado ético a irradiar luz donde aún reina la oscuridad, a ser un actor comprometido con la transformación social, a participar en la reconstrucción de la justicia, la dignidad y la verdad.

El fuego simbólico del solsticio no debe arder solo en los altares del templo, sino en las acciones concretas: en la defensa de los derechos humanos, en la promoción de la educación, en el cultivo del diálogo, en la construcción de comunidades solidarias. El masón es portador de una antorcha: la antorcha del pensamiento libre, de la acción ética, de la espiritualidad viva. No puede permitir que esa llama se apague por comodidad, apatía o miedo.

Así, el Solsticio de Verano marca un ritual de renovación del compromiso, una reafirmación silenciosa pero poderosa: seguir edificando, seguir iluminando, seguir sirviendo. Porque cuanto más alta es la luz, mayor es la sombra que se proyecta si se abandona el trabajo.

Pero no basta con contemplar la luz, es necesario actuar con ella; la luz sin acción es mera vanidad, y el conocimiento sin servicio es egoísmo refinado. Los masones que hemos recibido la luz tenemos el deber de transformarla en calor para los que tienen frío, en claridad para los que andan perdidos, en fuego interior para los que han apagado su esperanza. El Solsticio de Verano es el instante para recordar que la fraternidad no es solo un principio simbólico, sino una tarea diaria: acompañar al hermano enfermo, tender la mano al necesitado, mediar en los conflictos, sembrar palabras de consuelo y obras con justicia. Cada gesto luminoso en el mundo profano es una extensión del templo, un signo vivo del Arte Real.

Este es también el momento de renovar compromisos concretos. Así como el sol renueva su marcha en el cielo, nosotros, QQ HH y QQ Hnas., renovamos nuestras promesa de erguirnos cada día como columna de sabiduría, fuerza y belleza en medio de un mundo desordenado. Podemos escribir nuestros compromisos solares como un voto silencioso: vencer un defecto moral, cultivar una virtud olvidada, leer y meditar una obra transformadora, apoyar un proyecto de justicia social, reconciliarse con un hermano o con su propia conciencia. Que cada compromiso sea como una chispa encendida del fuego sagrado.

En el templo, lo celebramos con solemnidad, hoy tenemos una tenida dedicada al Solsticio de Verano que nos permite recordar a San Juan Bautista, símbolo de preparación, pureza y anuncio de la luz, hoy en este templo se prenden las luces del taller no solo como rito, sino como proclamación viva: estamos listos para trabajar por la verdad, para servir a la humanidad, para reconstruir el templo del hombre en medio de las ruinas del egoísmo. Que en el oriente se alce una palabra luminosa. Que en el sur se celebre la vitalidad del compromiso. Que en el norte se resguarde la memoria del esfuerzo. Y que el occidente se abra como portal para la entrada del que viene en busca de más luz.

Pero más allá de los rituales, el solsticio se manifiesta en la vida concreta. En la mirada con la que enfrentamos nuestras responsabilidades. En el ejemplo que ofrecemos a nuestras familias, trabajos y comunidades. En la fidelidad silenciosa con la que honramos los valores que proclamamos en la logia. Porque la verdadera luz no enceguece ni se exhibe: guía, calienta, y permite ver mejor.

Así, cuando el sol esté en su cúspide y los rayos caigan verticales sobre la tierra, debemos recordar que también nosotros hemos sido llamados a irradiar luz desde el lugar más alto de nuestra conciencia. Y que esa luz, antes que conocimiento o prestigio, debe ser una llama de amor, de justicia y de verdad en un mundo que aún anhela el amanecer. Entonces, y solo entonces, el solsticio habrá cumplido su misión, y el obrero habrá cumplido con la suya.

Al igual que el Sol, que a partir de este punto comienza su descenso gradual, nosotros comprendemos que toda exaltación debe ser seguida de humildad, que todo ciclo culminante es también el umbral de uno nuevo. Por eso, el compromiso que renueva no es efímero ni teatral: es íntimo, concreto, fecundo.

En suma, el solsticio de verano no es un cierre, sino una consagración. Es el tiempo en que la Luz le pregunta al masón: ¿Qué harás ahora que has visto? ¿Qué edificarás ahora que comprendes? ¿a quién servirás ahora que sabes?

martes, 17 de junio de 2025

YO SOY MI PEOR ENEMIGO "Una reflexión ética, esotérica y masónica sobre el combate interior"

 


Entre las múltiples enseñanzas que la vida masónica nos invita a reflexionar, hay una que adquiere una especial relevancia en la construcción del ser: la conciencia de que muchas veces el principal obstáculo en nuestro camino hacia la perfección no es el mundo exterior, ni las circunstancias, ni los otros hombres, sino uno mismo. Esta afirmación, “yo soy mi peor enemigo”, no es un acto de autoflagelación ni de culpabilidad estéril, sino el reconocimiento lúcido de una condición humana fundamental: el conflicto interior.

 Desde el punto de vista filosófico, el ser humano es una criatura bifurcada. Platón hablaba de la tensión entre el alma racional, el alma irascible y el alma concupiscible; Kant distinguía entre el deber moral y los impulsos de la naturaleza sensible; Freud nos mostró el conflicto entre el ello, el yo y el superyó. Todas estas teorías apuntan a una misma verdad: en el corazón del hombre habita una lucha interna constante entre lo que somos y lo que podríamos llegar a ser.

 La Masonería, como escuela ética y simbólica, no desconoce esta tensión, al contrario, la utiliza como motor de trabajo iniciático. Se nos presenta la piedra bruta como imagen de nuestra imperfección inicial, y se nos invita a trabajarla no contra un enemigo externo, sino contra las formas internas del error, de la ignorancia, del orgullo y de la inconsciencia. El enemigo a vencer no es un “otro”, sino las resistencias internas que se oponen al desarrollo de la virtud y del conocimiento.

 Decir que yo soy mi peor enemigo implica asumir la responsabilidad plena de mis actos, pensamientos y decisiones. Significa comprender que nadie puede impedirme ser mejor salvo yo mismo. Las excusas, las proyecciones, las culpas asignadas a factores externos son, muchas veces, estrategias del ego para evitar el esfuerzo de la transformación personal.

El método masónico es racional en su esencia: observación, reflexión, acción. Cada símbolo, cada herramienta, cada grado está diseñado para estimular un proceso introspectivo y autocrítico. No hay transformación sin autoconocimiento, y no hay autoconocimiento sin honestidad radical. Reconocer nuestras contradicciones, nuestras pasiones desordenadas, nuestras reacciones automáticas, nuestros autoengaños, es el primer paso hacia una reforma real del carácter.

Este enfoque no pretende eliminar el conflicto, sino aprender a gestionarlo. En lugar de negar la parte de nosotros que se resiste al cambio, la Masonería nos invita a reconocerla y a trabajarla con método, voluntad y razón. La lucha del Iniciado no es contra sus emociones, sino contra el desorden de ellas; no es contra sus deseos, sino contra su dominio tiránico sobre la razón.

 Así entendido, el “enemigo” interno no es un enemigo en sentido absoluto, sino un aspecto no integrado de nuestra naturaleza. La superación de este enemigo no consiste en destruirlo, sino en comprenderlo, educarlo, canalizarlo hacia fines superiores. Solo mediante este ejercicio constante de reflexión crítica podemos aspirar a ser libres y dueños de nosotros mismos.

 En última instancia, la frase “yo soy mi peor enemigo” se convierte en un principio operativo: si yo soy el obstáculo, también soy la solución. Si me enfrento a mí mismo con honestidad y perseverancia, puedo vencer mis propias limitaciones. Y si logro conquistarme, entonces estaré en mejores condiciones de servir a la humanidad y al G A D U con sabiduría, justicia y virtud.

 Por eso, cuando se pronuncia con sinceridad la frase “yo soy mi peor enemigo”, se rompe un espejo interior. No el espejo que nos devuelve la imagen complaciente del yo cotidiano, sino aquel que, como el azogue de los antiguos alquimistas, nos refleja desde lo profundo. Allí donde habita no solo nuestra ignorancia, sino también nuestro miedo a dejar de ser quienes creemos que somos.

 No hay enemigo más peligroso que aquel que se oculta bajo la máscara del hábito. No hay adversario más sutil que el yo, que se resiste a morir para que nazca el ser verdadero. En el arte real, no luchamos contra ejércitos, sino contra una fortaleza más antigua: la del ego. Y no con armas, sino con luz. Con la luz que proviene del símbolo, del rito, del silencio, del reconocimiento de nuestras limitaciones. La iniciación no es otra cosa que el acto consciente de iniciar esa guerra sagrada.

 Yo soy mi peor enemigo cuando olvido que la palabra no pronunciada pesa más que el discurso inútil. Cuando el rito se convierte en repetición sin alma. Cuando la cadena de unión se cierra en lo exterior, pero por dentro mi mano se retrae. Soy mi peor enemigo cuando juzgo con severidad al otro y me absuelvo con ligereza. Cuando la escuadra no rige mis actos y el compás no traza límites a mis pasiones. Cuando la piedra, lejos de ser trabajada, se endurece por orgullo o por desidia.

 La ética masónica no es la moral cómoda del mundo profano. Es una disciplina silenciosa que exige coherencia entre lo que pienso, lo que digo y lo que hago. Me convierto en mi peor enemigo cuando quiebro esa triple alianza. Porque entonces la logia exterior se disuelve, y la interior, aún no edificada, se derrumba. No hay templo sin columnas, ni columnas sin voluntad, ni voluntad sin vigilancia.

El ego es un falso maestro. Promete ascenso sin trabajo, reconocimiento sin mérito, autoridad sin sabiduría. Sabe repetir las palabras del ritual, pero desconoce su espíritu. Es el eco que se escucha en los vacíos del alma. La iniciación exige que ese eco sea sustituido por la voz serena del Ser, que no grita, pero permanece. El trabajo del masón consiste en destronar al ego sin odio, en reconocerlo sin rendirse a él, en mirar de frente al enemigo y decirle: ya no gobiernas este templo.

 Las tradiciones esotéricas lo sabían: nadie puede penetrar en los misterios superiores sin antes haber vencido a su sombra. La sombra no es maldad: es ignorancia. No es pecado: es separación. No es enemigo: es fragmento. El sendero no exige aniquilar la sombra, sino abrazarla con la luz de la conciencia. En cada grado que atravesamos, el velo se hace más fino, y el juicio más severo, porque se espera de nosotros mayor claridad, mayor verdad, mayor dominio de sí.

 Decir “yo soy mi peor enemigo” no es un acto de desesperanza, sino de valentía. Es comprender que en mí reside la causa del caos, pero también la semilla de la armonía. Que no hay caída que no pueda ser levantada por la acción recta. Que no hay piedra tan tosca que no pueda ser transformada por la paciencia y el esfuerzo. Que no hay noche que no anuncie un nuevo Oriente.

 Somos enemigos de nosotros mismos mientras no hemos despertado. Pero una vez el alma toma el mazo y el cincel, y golpea con precisión sobre la ignorancia, entonces el enemigo se convierte en maestro. Y el masón comienza a caminar no para huir del combate, sino para habitarlo con dignidad.

 Esa es la diferencia entre el profano y el iniciado: el primera culpa al mundo, el segundo se reforma a sí mismo. Por eso seguimos reuniéndonos, en silencio, bajo las bóvedas estrelladas del Templo. No porque seamos perfectos, sino porque ya no queremos ser esclavos del enemigo interior. Porque, aunque aún no seamos lo que debemos ser, ya no somos lo que fuimos. Porque hemos visto la Luz, y no queremos volver a las tinieblas.

 Que el G A D Unos dé la fuerza para seguir tallando nuestra piedra. Que el enemigo que fui sea cada día más débil, y el maestro que seré, más firme. Porque al final, el único combate que realmente importa es el que se libra en el corazón.

lunes, 9 de junio de 2025

INFLUENCIA ESPIRITUAL DEL MUY RESPETABLE GRAN MAESTRO EN EL RITO ESCOCÉS ANTIGUO Y ACEPTADO

 

Joya del M R G M

Me es grato presentar ante ustedes este ensayo sobre la figura del M R G M  y su influencia en el desarrollo espiritual de la masonería, especialmente en el contexto del R E A A, cuyos caminos simbólicos y filosóficos nos invitan constantemente a la perfección del alma y a la edificación del templo interior.

El M R G M no es solo un administrador de la Gran Logia, ni un depositario de cargos circunstanciales. En la espiritualidad escocesa, su figura representa el ideal del masón que ha logrado un elevado grado de evolución interna. Él es símbolo viviente del equilibrio entre sabiduría, fuerza y belleza, y como tal, guía a la Orden hacia la Luz.

En su actuar debe reflejar la pureza de las enseñanzas tradicionales, preservando la transmisión fiel de los rituales, que en el R E A A constituyen un lenguaje sagrado mediante el cual cada grado revela una nueva dimensión del ser. El G M es entonces guardián de lo iniciático, preservando no solo las formas externas, sino el contenido esotérico que cada símbolo y ceremonia contiene.

Su palabra y ejemplo fortalecen la unidad espiritual entre las logias simbólicas y los cuerpos filosóficos, recordándonos que la masonería no es una suma de grados, sino un sendero integral hacia la realización del hombre. En este sentido, su función es también la de recordarnos nuestro propósito mayor: construir el templo espiritual que refleje en nosotros la obra del G A D U .

Más allá del piso ajedrezeado, del compás y la escuadra, más allá de la estructura organizativa, el M R G M representa la aspiración de cada uno de nosotros: ser un obrero fiel en la obra de la Verdad, la Justicia y la Luz.

 En nuestra tradición, rica en símbolos, grados y enseñanzas esotéricas, el cargo del M R G M, encarna, en el plano espiritual, la figura del sabio iniciático, aquel que ha recorrido el sendero desde la piedra bruta hasta el templo interior iluminado por la sabiduría y la verdad.

El sabio, según la tradición de los misterios, no es únicamente quien posee conocimiento, sino quien ha integrado ese conocimiento con la virtud y la acción justa. En este sentido, el G M no solo enseña con la palabra, sino con el ejemplo; no solo dirige logias, sino que guía conciencias. Su vida y decisiones deben reflejar el equilibrio entre razón y compasión, entre firmeza y humildad.

Este arquetipo no es inalcanzable ni reservado a una élite. Es una aspiración viva que nos interpela a todos los masones del Rito Escocés: llegar a ser, cada uno en su medida, constructores sabios del Templo de la humanidad. El M R G M representa esa posibilidad hecha forma, esa luz al final del laberinto iniciático que nos recuerda el propósito trascendente de nuestra labor: la perfección del ser, el conocimiento de sí mismo y la realización de la voluntad del G A D U.

En su función ritual y simbólica, el G M es el puente entre el mundo visible y el invisible, entre la estructura organizativa y la esencia espiritual. Custodio de los secretos, intérprete de los símbolos y protector del orden iniciático, su voz resuena como eco del logos que edifica con sabiduría.

Concluyo esta reflexión recordando que, en el Rito Escocés, cada grado es una etapa en el camino hacia la sabiduría. Y en ese trayecto, la figura del M R G M es un espejo simbólico de aquello que podemos llegar a ser, si obramos con constancia, virtud y luz. Que su guía nos inspire a seguir elevándonos, grado tras grado, hacia la plenitud del ser y la fraternidad universal.

miércoles, 4 de junio de 2025

EL RESPETO A LA LITURGIA EN EL GRADO DE APRENDIZ ES EL SILENCIO ANTE LO SAGRADO


En el corazón de esta reflexión late una verdad sencilla pero profunda: la liturgia no es una formalidad, sino una vía sagrada hacia la transformación interior.

El grado de aprendiz representa el inicio del sendero iniciático, el momento en que se enciende la primera chispa de luz en medio de la oscuridad profana. Desde el primer paso dentro del Templo, el neófito es envuelto por el simbolismo de la liturgia: la venda que cubre sus ojos, el martillo que llama, la marcha ritual, las palabras que le son dirigidas, y el silencio que se le exige. Nada es trivial, nada es decorativo. Cada gesto tiene un sentido, cada palabra resuena como eco de una enseñanza antigua.

La liturgia del aprendiz es el primer lenguaje que el alma masónica aprende. Es una lengua que no se pronuncia con la voz, sino con la actitud reverente, con el recogimiento, con la disposición interior. Respetar la liturgia es aprender a escuchar lo invisible, a percibir la voz del G A D U en los silencios y los símbolos.

En el R E A y A, la liturgia no es una simple recitación de fórmulas, sino una verdadera acción sagrada. El templo se convierte en un espacio consagrado, y nosotros, en piedras vivas de una construcción espiritual. Así, el respeto a la liturgia no es una obediencia externa, sino una manifestación de una disposición interna: la apertura del corazón a lo trascendente.

Como aprendices, muchas veces no comprendemos completamente lo que vemos o escuchamos en el ritual. Pero esa incomprensión no debe convertirse en indiferencia, sino en veneración humilde. Tal como el obrero que pule la piedra sin conocer aún la forma completa del edificio, también nosotros participamos del rito sin saber toda su profundidad, pero confiando en su poder formativo.

La liturgia forma parte del método iniciático. Su repetición constante, su precisión simbólica, su belleza estructurada nos va moldeando desde dentro. No hay progreso masónico sin respeto al rito. No hay perfección sin reverencia. Porque la liturgia es el espejo donde el alma comienza a reconocerse como buscadora de luz.

Respetarla significa llegar puntualmente, vestir adecuadamente, guardar silencio durante los trabajos, escuchar con atención las palabras del V M, no trivializar los símbolos, y, sobre todo, tener presencia de espíritu en el acto masónico. Estar verdaderamente allí, con todo nuestro ser.

Recordemos que fuimos introducidos en el templo con los ojos vendados. Esa venda no fue un símbolo de ceguera, sino de esperanza: la esperanza de ver, cuando se nos instruya; la esperanza de comprender, cuando estemos preparados. Y la liturgia es el camino que nos conduce de la oscuridad a la luz. Respetarla es honrar el camino.

Que cada uno de nosotros, desde el grado de aprendiz, asuma con conciencia y amor el rito como herramienta de perfección. Que no lo veamos como una carga, sino como una llave. Que no lo temamos como una forma muerta, sino que lo vivamos como un espíritu que nos transforma.

Porque en el respeto a la liturgia reside el respeto a la masonería misma. Y respetar la masonería es, en última instancia, respetar lo divino que en nosotros anhela manifestarse.

Es por eso que, “la intangibilidad del rito se manifiesta a través de la inviolabilidad de la liturgia del aprendiz masón.” la necesidad de preservar sin alteraciones la liturgia del grado de aprendiz masón en el R E A y A. Esta cuestión no es menor, pues atañe directamente a la integridad del método iniciático, a la fidelidad a nuestra tradición y a la eficacia espiritual del trabajo masónico.

Cuando un profano es recibido como aprendiz, no se le entrega un discurso ni una doctrina, sino una experiencia ritual. Esa experiencia está cuidadosamente estructurada, como una arquitectura sagrada, en la que cada palabra, cada silencio, cada símbolo, cada paso y cada posición corporal forman parte de un lenguaje espiritual que ha sido transmitido de generación en generación.

Modificar la liturgia, por capricho, ignorancia o búsqueda de originalidad, es como alterar los planos de una catedral mientras se construye: puede parecer un cambio menor, pero afecta la solidez del conjunto. En la masonería, la forma no es secundaria al fondo; la forma es el vehículo del fondo. El rito es el vaso donde se derrama el vino de la iniciación. Si se rompe el vaso, el contenido se pierde.

La liturgia del grado de aprendiz ha sido diseñada para provocar en el iniciado una serie de conmociones interiores: la sorpresa, el recogimiento, la humildad, el silencio, la obediencia, el despertar de la conciencia moral. Estos efectos no se producen por azar, sino gracias a una secuencia simbólica precisa, milimétricamente construida.

Alterar esa secuencia, añadir, omitir o reinventar elementos, es una forma de profanación simbólica. Es pretender saber más que la tradición, es confiar en el ego más que en la herencia sagrada que nos ha sido confiada. La liturgia no nos pertenece: nos ha sido transmitida como un legado que debemos custodiar y vivificar, no modificar.

El respeto a la liturgia del aprendiz es también un acto de humildad. En los primeros pasos del camino iniciático, el aprendiz no está llamado a interpretar ni a modificar, sino a escuchar, observar, interiorizar y trabajar en silencio. Todo intento de “mejorar” la liturgia en esta etapa es, paradójicamente, un obstáculo para el verdadero trabajo de perfección.

Recordemos que en el R E A y A, el ritual es considerado una teúrgia simbólica, un acto sagrado que construye un espacio arquetípico donde el alma puede ser tocada por la Luz. Ese acto necesita ser puro, íntegro, exacto. Un cambio, por mínimo que parezca, interrumpe la vibración armónica del rito y desconecta el trabajo de su fuente espiritual.

Además, hay una dimensión colectiva que no debe olvidarse: la liturgia compartida es el idioma común de nuestra O M . Permite que un aprendiz de cualquier parte del mundo pueda reconocerse y participar del mismo rito, de la misma estructura simbólica, de la misma Luz. Modificar el ritual rompe esta unidad, nos aísla, y pone en riesgo la universalidad del arte real.

Defender la liturgia del grado de aprendiz es custodiar el corazón mismo del método masónico. Es proteger la puerta sagrada por la que todos hemos entrado, y por la que seguirán entrando muchos buscadores sinceros. Que cada uno de nosotros comprenda que el verdadero progreso en masonería no está en alterar la forma, sino en dejar que la forma nos transforme.


 



jueves, 22 de mayo de 2025

EL RESPETO FRATERNO: PIEDRA ANGULAR DEL TEMPLO INTERIOR

 


En el silencio sagrado del taller, donde la palabra se escucha con el corazón y el martillo labra la piedra bruta del alma, quiero hoy reflexionar sobre uno de los pilares invisibles pero fundamentales de nuestra orden: el respeto fraterno.

No es casual que la masonería se llame una fraternidad. En esta palabra resuena una vocación trascendente: reconocernos en el otro como en un espejo, aceptar nuestras diferencias como riqueza simbólica, y construir juntos, desde la diversidad, el templo ideal de la humanidad.

Respeto, en su etimología, implica mirar de nuevo, volver a observar al otro no desde el prejuicio, sino desde la conciencia. En el marco iniciático, esto se eleva a una práctica constante: ver al Q H o a la Q Hnano por sus defectos, sino por su potencial de perfección.

Hablar del respeto fraterno en masonería es mucho más que abordar una norma de convivencia o una regla de etiqueta. Es ahondar en el principio ontológico que sustenta la posibilidad misma de la fraternidad masónica y, por extensión, del progreso moral y espiritual del ser humano. El respeto fraterno no es un accesorio: es una columna invisible que sostiene la bóveda celeste de nuestros trabajos.

Desde el momento en que un profano es iniciado y se convierte en un aprendiz, se le recibe con una frase que es a la vez acogida y compromiso: “Recibe entre nosotros el ósculo fraternal”. Ese acto simbólico marca el nacimiento de un nuevo vínculo espiritual que trasciende la sangre, la nacionalidad, la ideología y la historia individual. Pero ese vínculo no se sostiene por sí mismo: requiere del ejercicio constante del respeto, entendido como la conciencia de la alteridad sagrada del Q H o a la Q Hna.

¿Qué es el respeto fraterno? No es mera tolerancia. La tolerancia puede ser pasiva, e incluso condescendiente. El respeto fraterno es activo, vibrante, cargado de intención espiritual. Es la decisión libre de considerar al otro como un espejo de mi propia humanidad, como una chispa del G A D U

El Q H o a la Q Hnaque piensa diferente, que proviene de otro horizonte cultural, que tropieza o se eleva, es siempre una piedra viva del templo. Y como tal, debe ser tratada con la reverencia que corresponde a todo lo que participa del misterio. Respetar a los HH Y Hnaes reconocer su lugar en el cosmos simbólico de la logia, aunque aún esté en proceso de desbastar su piedra bruta. Y también es aceptar humildemente que el espejo que me ofrece su diferencia me ayuda a tallar mejor la mía.

El respeto fraterno es la argamasa invisible que une nuestras piedras. Sin él, el templo se desmorona. Con él, incluso las diferencias ideológicas, sociales o generacionales se transforman en columnas que sostienen la bóveda celeste del entendimiento mutuo.

El respeto fraterno adopta matices aún más profundos: Es respeto a la palabra velada, al silencio del Q H o a la Q Hnaque aún no puede hablar, pero cuya búsqueda es tan legítima como la de quien ya maneja con soltura los arcanos del simbolismo. Es respeto a la duda del que todavía busca sentido, sin imponer certeza ni dogma. Es respeto al dolor oculto, porque toda alma que entra al templo carga alguna herida invisible. Es respeto al secreto de su ser, pues cada H o Hnaes un santuario que solo el G A D Uconoce plenamente.

También debemos considerar el aspecto iniciático y esotérico del respeto. La masonería, como escuela iniciática, no es una democracia vulgar ni una reunión de iguales por nivel social o académico. Es una fraternidad que reconoce la igual dignidad espiritual de sus miembros, aunque se encuentren en distintas etapas del sendero. El respeto fraterno, en este sentido, es la expresión concreta del principio hermético: “Lo que está abajo es como lo que está arriba”. Si quiero honrar la luz, debo respetar a quien también la busca.

Cuando una palabra dicha en cólera irrumpe en la armonía del taller, dentro o fuera del templo, el respeto fraterno debe recordarnos que el otro es un peregrino del mismo camino. Cuando el juicio aflora antes del análisis, el respeto fraterno nos exige volver al centro, donde la compasión y la razón se encuentran.

Finalmente, el respeto fraterno tiene una dimensión trascendental y ritual: cuando formamos la cadena de unión, nuestras manos unidas no son un gesto vacío. son un acto mágico de comunión espiritual. En esa cadena, no hay eslabones débiles o fuertes, superiores o inferiores. Solo hay voluntades enlazadas en la búsqueda de la verdad y el bien. Romper ese respeto, con palabras hirientes, juicios infundados o actitudes excluyentes, no es una simple falta de urbanidad. Es una profanación del templo interior.

Q H•, y Q Hna que el respeto fraterno no sea solo una consigna repetida, sino una virtud vivida. Que cada encuentro en Log sea una oportunidad para ver al otro como un reflejo del propio camino iniciático, y que la piedra angular de nuestro templo sea siempre el amor envuelto en respeto.

Porque, al final, ¿qué es la masonería sino una escuela del alma donde se aprende a convivir con nobleza, a discrepar con dignidad y a construir con manos distintas una sola gran obra?

Así sea en nuestros corazones como en nuestros Talleres. Porque sólo respetando profundamente a nuestros QQ HH y QQ Hnaspodemos edificar un Templo digno del G A D U

domingo, 18 de mayo de 2025

RELACIÓN DIALÉCTICA ENTRE LIBERTAD Y PAZ: UN APORTE FENOMENOLÓGICO DESDE LA VIVENCIA MASÓNICA

 

En nuestra perspectiva masónica es muy importante la relación dialéctica entre la libertad y la paz, pues, como argumentaremos, históricamente hemos aportado para su manifestación fenomenológica en el devenir de las sociedades humanas.

Desde nuestra visión, la libertad y la paz son una dualidad coexistente, recordemos que, en la cotidianidad masónica, siempre se ha dado la coexistencia, la armonía de los contrarios o de los complementarios, como por ejemplo blanco y negro, como es arriba es abajo, el sol y la luna, el hombre y la mujer, la sabiduría y la ignorancia, etc. La coexistencia entre la libertad y la paz, representa un estado ideal donde se vive sin ningún tipo de conflictos internos o externos generando en nuestra existencia tranquilidad y armonía; ella, se hace presente en el ámbito personal y social. En el ámbito personal, la libertad se interioriza y se logra a través de la auto transformación y la eliminación de los conflictos internos, mientras que la paz interior, es una sensación duradera de tranquilidad. En el ámbito social, la libertad es la capacidad de las personas para ejercer sus derechos fundamentales y participar en la vida social, económica y política sin interferencias injustificadas, esto implica la libertad de asociación, la libertad de expresión y la libertad de pensamiento, entre otras y la paz social se construye sobre la base de la justicia y el respeto a los derechos humanos.

Esta realidad entre libertad y paz, nos permite revisar la importancia de relación dialéctica existente entre ellas, no entendida como contrarios u opuestos, sino entendida como complementarios que coexisten, es una relación dialéctica porque se influyen y se necesitan mutuamente para su proyección en la vida de las personas y las sociedades. La libertad, como es bien sabido para todos nosotros, se alcanza a través de un proceso de lucha y de superación de las limitaciones y la paz es su complemento. La dialéctica de coexistencia entre la libertad y la paz, está determinada porque no pueden basarse en proceso impositivos ni opresivos, sino que, para su autodesarrollo y su manifestación plena en el campo individual y social, se sustentan en el respeto a la autonomía del ser humano. También podemos entender que esta relación dialéctica de coexistencia entre la libertad y la paz, genera, como proceso sintético, el desarrollo de los pueblos y el respeto de los derechos individuales.

la interacción dialógica desde la dialéctica de coexistencia entre la libertad y la paz, no es una relación estática, sino dinámica y en constante evolución. Podemos entonces también afirmar, qué la libertad en sí puede generar conflictos, pero dichos conflictos se pueden resolver de manera pacífica cuando se respetan las individualidades de los seres humanos; libertad y paz, desde la dialéctica de coexistencia son interdependientes; no se puede lograr una paz verdadera sin la libertad y la libertad no puede desarrollarse en un ambiente de conflicto y opresión que desconoce la paz.

Esta relación en dialéctica de coexistencia entre estos dos valores humanos fundamentales, implica una constante búsqueda del equilibrio y la armonía a través del cual se reconoce la importancia de la libertad de cada individuo y se promueve la paz como un valor fundamental.

La masonería siempre ha tenido su propia dialéctica, utilizada como método de enseñanza y de desarrollo personal, basado en la reflexión y el debate sobre los principios y símbolos de la Orden; a través de la dialéctica masónica, hemos buscado comprender y aplicar nuestros valores en nuestra vida diaria, fomentando el autoconocimiento, el crecimiento moral e intelectual y la búsqueda de verdad, utilizando como método la confrontación de contrarios y coexistentes. La dialéctica masónica se centra en el desarrollo de conocimiento, en la reflexión y el debate, en el lenguaje simbólico y en la aprobación y apropiación de valores intrínsecos de nuestra escuela iniciática.

No se nos haga extraño que nuestra Orden, utilice la dialéctica de coexistencia entre libertad y paz para generar nuevos conocimientos qué proyectan el desarrollo del espíritu del individuo y de la sociedad, en hombres y sociedades libres y pacíficos.

La síntesis, fruto de esta dialéctica de coexistencia entre la libertad y la paz es la perfección del espíritu masónico al interior de nuestra obediencia y en los contextos en que todo masón hace presencia, ella se manifiesta a través de la puesta en escena de una paz y libertad espiritual presente en los individuos y en las sociedades que conforman.

La paz espiritual es una actividad dinámica, caracterizada por la calma, la tranquilidad y por la ausencia de estrés; surge del autoconocimiento y la aceptación y se puede alcanzar mediante los procesos de meditación, desapego, compasión y sabiduría; es por eso que para nosotros la paz espiritual es el estado más elevado de la existencia humana, el estado de la iluminación prometido en nuestra iniciación.

La libertad espiritual es la capacidad de elegir y actuar según uno cree, libre de presiones externas, ella implica superar contratiempos, liberarse de resentimientos a través del perdón y usar los poderes internos como la fe y la imaginación; requiere una decisión constante de vivir en libertad y permite ir más allá de las limitaciones perceptivas y afectivas comunes.

Los frutos de paz espiritual y libertad espiritual surgidos de la dialéctica de coexistencia entre la libertad y la paz, tienen como soporte la fenomenología, entendida en esencia, como una comprensión profunda de la experiencia humana centrada en la descripción e interpretación de los fenómenos tal como se presentan en la conciencia. En lugar de enfocarse en objetos externos, la fenomenología examina cómo las cosas se revelan a la conciencia y cómo se experimentan. La fenomenología como postura filosófica fue planteada por Edmund Husserl. En la fenomenología “el investigador identifica la esencia de las experiencias humanas en torno a un fenómeno de acuerdo a como lo describen los participantes del estudio” (Creswell, 2003, p. 15). Así, la variedad de fenómenos por estudiar no tiene límites, por lo que puede estudiarse todo tipo de emociones, experiencias, razonamientos o percepciones, es decir, puede centrase tanto en el estudio de aspectos de la vida ordinaria como también en fenómenos excepcionales (Hernández, Fernández y Baptista, 2014).

Pero si la fenomenología está centrada en el fenómeno: ¿qué es el fenómeno? es cualquier manifestación perceptible a través de los sentidos o la inteligencia; se refiere también a personas, cosas extraordinarias o sorprendentes o cualquier evento humano, instrumentos o símbolos que se usan para un evento.

Teniendo claro el concepto de fenómeno y fenomenología, podemos afirmar categóricamente que, no hay algo más fenomenológico que la vivencia masónica; nuestra vida cotidiana como hermanos masones está rodeada de una fenomenología masónica al interior del templo, como en nuestras experiencias individuales y sociales. Esta fenomenología masónica nos lleva continuamente en el interior de nuestros talleres al estudio y análisis de símbolos, ritos y prácticas propias, buscando comprender su significado y su impacto en la vida y en la sociedad de todos los QQ.·. HH.·. y QQ.·. Hnas.·., tiene como misión desentrañar la esencia de la masonería más allá de lo superficial, explorando sus fundamentos filosóficos, históricos y ritualísticos.

Nuestra vivencia masónica cotidiana está transversalizada por la fenomenología masónica y se manifiesta a través de acciones de comprensión que quiero resaltar como son: El estudio de los símbolos, el análisis de los ritos, la comprensión de la propia historia y la exploración de la filosofía masónica.

La fenomenología masónica es un enfoque multidisciplinario que busca comprender la masonería en su totalidad, desde sus fundamentos simbólicos, ritualísticos, históricos y filosóficos hasta su influencia en la sociedad; es por ello que los frutos de esta dialéctica de coexistencia entre la libertad y la paz son el resultado de la perspectiva fenomenológica de nuestras vivencias masónicas.

La vivencia de la paz espiritual, nos aporta, como pertenecientes a nuestra Augusta Orden beneficios profundos que se alinean con nuestros principios fundamentales; el fortalecimiento del carácter y la paz interior permiten a los QQ.’. HH.’. Y QQ.’. Hnas.’., cultivar virtudes como la templanza, la prudencia y la justicia, esenciales en su proceso de perfeccionamiento moral; desarrolla la claridad mental y espiritual, el autoconocimiento y la conexión con lo trascendente, lo cual es fundamental para avanzar en su camino simbólico y espiritual y mejora la fraternidad, ya que un Q.·. H.·. o Q.·. Hna.·. en paz puede contribuir de forma más sabia, tolerante y armoniosa en los trabajos de logia, ayudando a crear un ambiente de respeto y unidad.

Por otra parte, vivir la libertad espiritual es un concepto profundamente significativo dentro del pensamiento masónico, ella representa la conquista interior del ser, la capacidad de pensar, sentir y actuar de acuerdo con la verdad descubierta en su propio viaje espiritual.

Uno de sus grandes aportes, es sin duda el autoconocimiento masónico, el sendero masónico es, ante todo, un camino de transformación interior. Desde los primeros pasos en nuestra fraternidad universal, el iniciado se ve confrontado con símbolos, rituales y enseñanzas cuyo propósito no es imponer una verdad externa, sino despertar la conciencia y promover el autoconocimiento. En este proceso, la libertad espiritual se convierte en una herramienta esencial y, a la vez, en un fruto que se cultiva con esfuerzo, constancia y reflexión.

La libertad espiritual no es simple autonomía de pensamiento, es la capacidad del ser humano para buscar, discernir y abrazar la verdad por sí mismo, libre de cadenas mentales, culturales o emocionales. En nuestra vida masónica, se entiende que esta libertad no puede ser concedida desde fuera, sino conquistada en lo profundo del ser. El Q.·. H.·. o la Q.·. Hna.·., al enfrentarse a su piedra bruta, al explorar sus luces y sombras, aprende a conocerse realmente. Y en ese acto de honestidad y trabajo interior, descubre su verdadera libertad.




EL SOLSTICIO DE VERANO Y LAS ACCIONES DEL MASÓN ANTE LA PLENITUD DE LA LUZ

  El Solsticio de Verano , con su máxima irradiación solar, no es solo un fenómeno natural ni una efeméride simbólica: es una interpelación,...