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lunes, 20 de octubre de 2025

EL CONFLICTO ENTRE LA VIDA PROFANA Y LA VIDA MASÓNICA ¿Cómo equilibrar dos mundos que a veces parecen irreconciliables?

 

                                                                                                         Imagen generada con I. A.

El conflicto entre la vida profana y la vida masónica es una herida abierta en el corazón del iniciado, no hay manera de ignorarla, porque late en cada instante de nuestra existencia; vivimos con los pies en la tierra de lo profano, donde todo se mide por la utilidad, la prisa y la apariencia pero, al mismo tiempo llevamos en el alma el eco del templo, donde todo se orienta hacia lo eterno, lo justo y lo verdadero, es allí, en esa tensión que a veces nos desgarra, donde se juega la autenticidad de nuestra iniciación.

La logia nos enseña a dejar los metales en la puerta, a entrar desnudos de todo lo superfluo, a mirar con ojos nuevos la luz que nos es revelada. Pero apenas salimos al mundo, los metales regresan disfrazados de necesidades, compromisos, ambiciones y temores y el hermano se pregunta: ¿Cómo mantener encendida la lámpara de la logia en medio de la oscuridad cotidiana? ¿Cómo no sentir que lo sagrado se diluye entre los afanes del trabajo, las tensiones familiares, las trampas de la política o las exigencias del dinero?

La tentación es doble, algunos se refugian en lo profano y hacen de la masonería un pasatiempo inofensivo, un rito estético sin consecuencias; otros, por el contrario, huyen hacia lo masónico como evasión, encerrándose en símbolos que nunca se encarnan en la vida real. Ambos caminos son trampas porque el secreto no está en elegir entre dos mundos, sino en descubrir que ambos son uno solo, y que la tarea del masón es integrarlos, no separarlos.

Como vemos la vida masónica está orientada hacia la construcción interior, el silencio reflexivo, la templanza y la fraternidad universal, a menudo entra en tensión con las dinámicas de la vida profana, como la barranquillera y de todo el Caribe colombiano, marcada por el bullicio, el individualismo competitivo y el ritmo acelerado del mundo contemporáneo. Estas tensiones no deben entenderse como contradicciones irreconciliables, sino como espacios de aprendizaje iniciático, donde el masón y la masona ponen a prueba la coherencia entre lo que piensan, lo que sienten y lo que hacen.

En el caso de la cultura barranquillera y caribeña predomina una fuerte tendencia hacia la exteriorización: se valora la imagen, la alegría desbordante, el reconocimiento público. En contraste, la masonería invita al trabajo silencioso del alma, al pulimiento interior de la piedra bruta. El conflicto surge cuando el hermano o la hermana se ven tentados a buscar validación social antes que autenticidad espiritual, olvidando que “la verdadera luz no se muestra, se irradia”.

Esta glocalización debe ser comprendida para su vivencia interior, es eso lo que se pretende en este escrito, ya René Guénon advertía que el mundo moderno ha fragmentado la vida hasta volverla incoherente (La crisis del mundo moderno, 1927, p. 45). El iniciado, en cambio, está llamado a rehacer la unidad perdida. Y esa unidad no se logra negando el conflicto, sino abrazándolo. Como enseñó Hegel, es en la contradicción donde el espíritu encuentra el impulso para elevarse (Fenomenología del espíritu, 1807, p. 134). El masón que vive la tensión entre lo profano y lo masónico no está condenado: está siendo iniciado de nuevo, porque el conflicto mismo es el cincel que le obliga a pulir su piedra.

Pero no basta con comprenderlo: hay que vivirlo con radical honestidad. Sartre denunciaba la mala fe de quien se miente a sí mismo para evitar su libertad (El ser y la nada, 1943, p. 86). Nosotros caemos en esa mala fe cuando hablamos de fraternidad en logia y practicamos el egoísmo en la calle; cuando proclamamos libertad en el templo y aceptamos las cadenas de la conveniencia; cuando alabamos la verdad bajo la bóveda estrellada y mentimos en nuestras relaciones cotidianas. Ese autoengaño hiere más que cualquier ataque externo, porque es la traición interior que nos fragmenta.

El verdadero equilibrio no consiste en vivir sin tensiones, sino en transformar la tensión en un puente. Boff recordaba que la fe se mide en el contacto con el dolor y la esperanza de los hombres (El Padre Nuestro, 1976, p. 23). Del mismo modo, la masonería se prueba en el mercado, en la oficina, en el hogar, en la plaza pública. Allí, donde la vida profana se muestra con toda su crudeza, es donde el símbolo debe volverse carne. Wilmshurst decía que el templo interior es la obra verdadera, y que cada piedra exterior no es sino reflejo de esa construcción secreta (El significado de la masonería, 1922, p. 56). El masón debe, entonces, aprender a ver en lo cotidiano el altar oculto, en lo común la chispa sagrada, en lo banal la ocasión de trabajar la gran obra.

Cuando esta visión comienza a madurar, la dualidad se disuelve. El mundo profano deja de ser enemigo, y el templo deja de ser refugio. Ambos se revelan como dos rostros de una misma realidad, dos lenguajes de un único misterio. El iniciado descubre que la verdadera logia no se limita a cuatro paredes, sino que se extiende hasta los confines de su vida. Y entiende que el Gran Arquitecto del Universo no solo habita en la solemnidad del ritual, sino también en la risa de un niño, en la fatiga del trabajo, en el gesto de justicia o en el abrazo de la fraternidad.

El conflicto, entonces, no desaparece, pero se convierte en camino. No es una contradicción a resolver, sino un ritmo a habitar: entrar en el templo para aprender, salir al mundo para encarnar, volver al templo para purificar, regresar al mundo para transformar. Así, la vida entera se convierte en un ir y venir donde lo profano se vuelve masónico y lo masónico se vuelve profano, hasta que ya no hay frontera posible entre ambos.

El masón que logra vivir de esta manera entiende que su tarea no es huir de los metales, sino transmutarlos; no es negar la vida, sino santificarla; no es escapar del mundo, sino iluminarlo. Y solo entonces, en la profundidad de su ser, la herida entre lo profano y lo masónico se convierte en fuente de luz, porque ha aprendido que el templo verdadero no está en un lugar, sino en su propia existencia reconciliada.

Al final, Q H, lo que llamamos conflicto entre la vida profana y la vida masónica no es un obstáculo externo, sino el fuego secreto que nos forja en el crisol de la existencia. Ese desgarramiento, que tantas veces sentimos como un peso insoportable, es también la oportunidad de despertar de la comodidad y de la incoherencia. Sin él, la masonería correría el riesgo de volverse un refugio ornamental, un rito estético sin trascendencia; pero gracias a él, estamos obligados a preguntarnos quiénes somos en verdad cuando la logia se apaga y las calles nos reclaman. La tensión nos recuerda que la iniciación no es un momento, sino un camino; que la fraternidad no se mide en palabras, sino en gestos concretos; que la verdad no se reduce a símbolos, sino que se verifica en la coherencia de nuestra vida. Y si aprendemos a abrazar esa herida, a vivirla no como división sino como impulso hacia la unidad, descubriremos que el verdadero templo no se construye en paralelo a la vida, sino con la propia vida; que no hay dos mundos, sino un solo mundo iluminado por la luz que nosotros mismos nos atrevemos a encender. He ahí la gran obra: hacer que lo masónico se vuelva carne en lo profano, y que lo profano se eleve a lo masónico, hasta que nuestra existencia entera se transforme en un testimonio silencioso y luminoso de aquello que un día juramos ser ante el Gran Arquitecto del Universo.

Nunca se nos olvide que La masonería no separa al ser humano del mundo, sino que lo reintegra con conciencia, recordándole que la verdadera iniciación no termina en la logia: comienza cada día, en cada acto, en cada mirada hacia el otro.

 

Bibliografía

Boff, Leonardo. El Padre Nuestro. Sal Terrae, Santander, 1976.

Guénon, René. La crisis del mundo moderno. Paidós, Barcelona, 1995.

Hegel, G.W.F. Fenomenología del espíritu. FCE, México, 1966.

Sartre, Jean-Paul. El ser y la nada. Losada, Buenos Aires, 1947.

Wilmshurst, W.L. El significado de la masonería. Kier, Buenos Aires, 1993.

Wirth, Oswald. El libro del aprendiz. Kier, Buenos Aires, 1922.

 


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