Imagen generada con I. A.
El
conflicto entre la vida profana y la vida masónica es una herida abierta en el
corazón del iniciado, no hay manera de ignorarla, porque late en cada instante
de nuestra existencia; vivimos con los pies en la tierra de lo profano, donde
todo se mide por la utilidad, la prisa y la apariencia pero, al mismo tiempo
llevamos en el alma el eco del templo, donde todo se orienta hacia lo eterno,
lo justo y lo verdadero, es allí, en esa tensión que a veces nos desgarra,
donde se juega la autenticidad de nuestra iniciación.
La
logia nos enseña a dejar los metales en la puerta, a entrar desnudos de todo lo
superfluo, a mirar con ojos nuevos la luz que nos es revelada. Pero apenas
salimos al mundo, los metales regresan disfrazados de necesidades, compromisos,
ambiciones y temores y el hermano se pregunta: ¿Cómo mantener encendida la
lámpara de la logia en medio de la oscuridad cotidiana? ¿Cómo no sentir que lo
sagrado se diluye entre los afanes del trabajo, las tensiones familiares, las
trampas de la política o las exigencias del dinero?
La
tentación es doble, algunos se refugian en lo profano y hacen de la masonería
un pasatiempo inofensivo, un rito estético sin consecuencias; otros, por el
contrario, huyen hacia lo masónico como evasión, encerrándose en símbolos que
nunca se encarnan en la vida real. Ambos caminos son trampas porque el secreto
no está en elegir entre dos mundos, sino en descubrir que ambos son uno solo, y
que la tarea del masón es integrarlos, no separarlos.
Como
vemos la vida masónica está orientada hacia la construcción interior, el
silencio reflexivo, la templanza y la fraternidad universal, a menudo entra en
tensión con las dinámicas de la vida profana, como la barranquillera y de todo el Caribe
colombiano, marcada por el bullicio, el individualismo competitivo y el ritmo
acelerado del mundo contemporáneo. Estas tensiones no deben entenderse como
contradicciones irreconciliables, sino como espacios de aprendizaje iniciático,
donde el masón y la masona ponen a prueba la coherencia entre lo que piensan,
lo que sienten y lo que hacen.
En el caso de la cultura barranquillera y caribeña predomina una fuerte tendencia hacia la
exteriorización: se valora la imagen, la alegría desbordante, el reconocimiento
público. En contraste, la masonería invita al trabajo silencioso del alma, al
pulimiento interior de la piedra bruta. El conflicto surge cuando el hermano o
la hermana se ven tentados a buscar validación social antes que autenticidad
espiritual, olvidando que “la verdadera luz no se muestra, se irradia”.
Esta
glocalización debe ser comprendida para su vivencia interior, es eso lo que se
pretende en este escrito, ya René Guénon advertía que el mundo moderno ha
fragmentado la vida hasta volverla incoherente (La crisis del mundo moderno,
1927, p. 45). El iniciado, en cambio, está llamado a rehacer la unidad perdida.
Y esa unidad no se logra negando el conflicto, sino abrazándolo. Como enseñó Hegel,
es en la contradicción donde el espíritu encuentra el impulso para elevarse
(Fenomenología del espíritu, 1807, p. 134). El masón que vive la tensión entre
lo profano y lo masónico no está condenado: está siendo iniciado de nuevo,
porque el conflicto mismo es el cincel que le obliga a pulir su piedra.
Pero
no basta con comprenderlo: hay que vivirlo con radical honestidad. Sartre
denunciaba la mala fe de quien se miente a sí mismo para evitar su libertad (El
ser y la nada, 1943, p. 86). Nosotros caemos en esa mala fe cuando hablamos de
fraternidad en logia y practicamos el egoísmo en la calle; cuando proclamamos
libertad en el templo y aceptamos las cadenas de la conveniencia; cuando
alabamos la verdad bajo la bóveda estrellada y mentimos en nuestras relaciones
cotidianas. Ese autoengaño hiere más que cualquier ataque externo, porque es la
traición interior que nos fragmenta.
El
verdadero equilibrio no consiste en vivir sin tensiones, sino en transformar la
tensión en un puente. Boff recordaba que la fe se mide en el contacto con el
dolor y la esperanza de los hombres (El Padre Nuestro, 1976, p. 23). Del mismo
modo, la masonería se prueba en el mercado, en la oficina, en el hogar, en la
plaza pública. Allí, donde la vida profana se muestra con toda su crudeza, es
donde el símbolo debe volverse carne. Wilmshurst decía que el templo interior
es la obra verdadera, y que cada piedra exterior no es sino reflejo de esa
construcción secreta (El significado de la masonería, 1922, p. 56). El masón
debe, entonces, aprender a ver en lo cotidiano el altar oculto, en lo común la
chispa sagrada, en lo banal la ocasión de trabajar la gran obra.
Cuando
esta visión comienza a madurar, la dualidad se disuelve. El mundo profano deja
de ser enemigo, y el templo deja de ser refugio. Ambos se revelan como dos
rostros de una misma realidad, dos lenguajes de un único misterio. El iniciado
descubre que la verdadera logia no se limita a cuatro paredes, sino que se
extiende hasta los confines de su vida. Y entiende que el Gran Arquitecto del
Universo no solo habita en la solemnidad del ritual, sino también en la risa de
un niño, en la fatiga del trabajo, en el gesto de justicia o en el abrazo de la
fraternidad.
El
conflicto, entonces, no desaparece, pero se convierte en camino. No es una
contradicción a resolver, sino un ritmo a habitar: entrar en el templo para
aprender, salir al mundo para encarnar, volver al templo para purificar,
regresar al mundo para transformar. Así, la vida entera se convierte en un ir y
venir donde lo profano se vuelve masónico y lo masónico se vuelve profano,
hasta que ya no hay frontera posible entre ambos.
El
masón que logra vivir de esta manera entiende que su tarea no es huir de los
metales, sino transmutarlos; no es negar la vida, sino santificarla; no es escapar
del mundo, sino iluminarlo. Y solo entonces, en la profundidad de su ser, la
herida entre lo profano y lo masónico se convierte en fuente de luz, porque ha
aprendido que el templo verdadero no está en un lugar, sino en su propia
existencia reconciliada.
Al
final, Q H, lo que llamamos conflicto entre la vida profana y la vida masónica
no es un obstáculo externo, sino el fuego secreto que nos forja en el crisol de
la existencia. Ese desgarramiento, que tantas veces sentimos como un peso
insoportable, es también la oportunidad de despertar de la comodidad y de la
incoherencia. Sin él, la masonería correría el riesgo de volverse un refugio
ornamental, un rito estético sin trascendencia; pero gracias a él, estamos
obligados a preguntarnos quiénes somos en verdad cuando la logia se apaga y las
calles nos reclaman. La tensión nos recuerda que la iniciación no es un
momento, sino un camino; que la fraternidad no se mide en palabras, sino en
gestos concretos; que la verdad no se reduce a símbolos, sino que se verifica
en la coherencia de nuestra vida. Y si aprendemos a abrazar esa herida, a
vivirla no como división sino como impulso hacia la unidad, descubriremos que
el verdadero templo no se construye en paralelo a la vida, sino con la propia
vida; que no hay dos mundos, sino un solo mundo iluminado por la luz que
nosotros mismos nos atrevemos a encender. He ahí la gran obra: hacer que lo
masónico se vuelva carne en lo profano, y que lo profano se eleve a lo
masónico, hasta que nuestra existencia entera se transforme en un testimonio
silencioso y luminoso de aquello que un día juramos ser ante el Gran Arquitecto
del Universo.
Nunca
se nos olvide que La masonería no separa al ser humano del mundo, sino que lo
reintegra con conciencia, recordándole que la verdadera iniciación no termina
en la logia: comienza cada día, en cada acto, en cada mirada hacia el otro.
Bibliografía
Boff,
Leonardo. El Padre Nuestro. Sal Terrae, Santander, 1976.
Guénon,
René. La crisis del mundo moderno. Paidós, Barcelona, 1995.
Hegel,
G.W.F. Fenomenología del espíritu. FCE, México, 1966.
Sartre,
Jean-Paul. El ser y la nada. Losada, Buenos Aires, 1947.
Wilmshurst,
W.L. El significado de la masonería. Kier, Buenos Aires, 1993.
Wirth,
Oswald. El libro del aprendiz. Kier, Buenos Aires, 1922.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Tus comentarios son importantes para mi, ¡ánimo lo estoy esperando!