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lunes, 1 de diciembre de 2025

EL PAPEL DE LA ORDEN MASÓNICA EN LA NUEVA SOCIEDAD TECNOLÓGICA

 


 La humanidad atraviesa una de las transformaciones más profundas de su historia. El siglo XXI no solo ha traído nuevos instrumentos, sino un nuevo modo de ser y de comprender el mundo. La inteligencia artificial, la nanotecnología, la biogenética, la robótica, la computación cuántica y la realidad virtual están modelando una civilización distinta, una en la que los límites entre lo humano y lo artificial se vuelven cada vez más difusos. Nos acercamos a una sociedad donde la conciencia, la identidad y la verdad misma se reconfiguran en torno a la tecnología. En este contexto, la Orden Masónica no puede permanecer indiferente: su papel se vuelve esencial como guía ética, filosófica y espiritual de la humanidad en medio de la revolución técnica.

La Masonería, heredera de las tradiciones sapienciales que unieron ciencia y espíritu, no se opone al progreso ni a la innovación, pero sí advierte sobre la necesidad de que estos avances sean acompañados por una evolución moral equivalente. Como afirmaba W.L. Wilmshurst, “la Masonería existe para guiar al hombre hacia la comprensión de su naturaleza espiritual, por encima de los artificios materiales” ( El Significado de la Masonería, 1922, p. 45). En la actualidad, cuando la razón instrumental ha alcanzado niveles inimaginables, el masón está llamado a recordar que el conocimiento técnico sin sabiduría puede conducir a la autodestrucción. La Orden se convierte entonces en la conciencia moral del progreso, en la voz que recuerda que el verdadero destino del ser humano no es dominar la creación, sino armonizarse con ella.

La sociedad que surge de este nuevo paradigma tecnológico será, sin duda, más interconectada, más veloz, más eficiente, pero corre el riesgo de ser también más impersonal, más fragmentada y más vulnerable a la pérdida de sentido. Las máquinas procesan información, pero no generan sabiduría; calculan, pero no aman; simulan empatía, pero no sienten. En esta brecha entre la potencia técnica y la esencia humana se abre el campo de acción de la Masonería. Su tarea consiste en preservar la llama del espíritu en medio del ruido digital, formar individuos capaces de discernir entre el dato y el sentido, entre el conocimiento y la verdad, entre la conexión virtual y la comunión interior. René Guénon advertía ya en 1927 que “la civilización moderna ha desarrollado la cantidad en detrimento de la calidad” (La crisis del mundo moderno, p. 63). Hoy esa advertencia se actualiza frente a la multiplicación de datos que ocultan la profundidad del pensamiento y la reducción del hombre a un usuario del sistema tecnológico.

La logia, como espacio simbólico y pedagógico, representa en esta nueva era un refugio ontológico. En un mundo saturado de estímulos, donde la mente humana se dispersa entre pantallas, el silencio del templo enseña a reconectar con el ser. El rito masónico, con su geometría, su ritmo y su palabra, actúa como una pedagogía del alma, un método para despertar la conciencia adormecida por la inmediatez tecnológica. Como escribe Oswald Wirth, “el iniciado aprende a callar para escuchar la voz de la conciencia” (El libro del aprendiz, 1924, p. 77). Ese silencio interior, tan escaso en la sociedad contemporánea, se convierte en la condición de posibilidad de toda sabiduría. Frente al ruido del algoritmo, el masón cultiva la introspección; frente al vértigo de la velocidad, la reflexión; frente al simulacro, la autenticidad del ser.

Pero la Orden Masónica no puede limitarse a ser un refugio espiritual; debe ser también una fuerza moral activa en la construcción de la nueva sociedad tecnológica. Si los masones del siglo XVIII impulsaron la Ilustración, los derechos del hombre y la independencia de los pueblos, los masones del siglo XXI están llamados a promover una ilustración ética y planetaria, en la que el progreso científico esté guiado por los principios de fraternidad, justicia y dignidad humana. Zygmunt Bauman recordaba que “el progreso sin dirección moral se convierte en un movimiento sin destino” (Modernidad líquida, 2000, p. 14). Esa dirección moral es la que debe proporcionar la Masonería al mundo tecnificado, siendo el puente entre la razón científica y la sabiduría del espíritu.

La sociedad que esperamos construir gracias a los avances tecnológicos debe ser una sociedad más justa, consciente y humana, no una civilización dominada por la eficiencia y la automatización. Los descubrimientos de la ciencia deben orientarse al servicio del hombre y no a su instrumentalización. El masón contemporáneo, desde su ética iniciática, tiene la obligación de participar en los debates públicos sobre inteligencia artificial, biotecnología, justicia digital y sostenibilidad, defendiendo una visión del progreso basada en la solidaridad universal. Leonardo Boff, en su obra El cuidado esencial (2002, p. 38), sostiene que “la ética del cuidado es el nuevo nombre de la razón en la era planetaria”. Esa ética del cuidado, del respeto por la vida, por el otro y por la tierra, coincide plenamente con la misión masónica de edificar el templo de la humanidad en armonía con el cosmos.

Así, la Masonería no debe mirar con desconfianza el desarrollo tecnológico, sino contribuir a su orientación espiritual. La ciencia puede explicar el cómo, pero la Masonería se ocupa del porqué y del para qué. En la sociedad del futuro, donde las fronteras entre lo físico y lo digital se diluyen, la Masonería puede servir como puente entre el espíritu y la razón, entre la técnica y la ética, entre la información y la sabiduría. Su papel será formar seres humanos íntegros, capaces de gobernar la tecnología sin ser gobernados por ella, de crear máquinas inteligentes sin perder la inteligencia del corazón.

La nueva sociedad que emerge no debe ser una tecnocracia deshumanizada, sino una fraternidad iluminada por la razón y guiada por la conciencia. El masón tiene el deber de ser el guardián de ese equilibrio: un arquitecto de humanidad en medio de la revolución de los circuitos. Como afirmaba Jules Boucher, “el simbolismo masónico es el lenguaje de la sabiduría universal” (La simbólica masónica, 1948, p. 112). Esa sabiduría debe ahora expresarse en un lenguaje capaz de dialogar con la ciencia, la ética y la espiritualidad.

En última instancia, el papel de la Orden Masónica en esta sociedad tecnológica es el de preservar la dimensión trascendente del ser humano. En un mundo donde la inteligencia artificial puede simular la razón, solo el espíritu puede sostener la verdad. La Masonería debe recordarle al hombre que su misión no es crear dioses de silicio, sino despertar al dios interior que habita en su conciencia. La ciencia sin fraternidad es poder sin alma; la tecnología sin ética es progreso sin destino. El masón, en cambio, sabe que todo conocimiento verdadero debe conducir a la luz.

El futuro que se vislumbra con los avances tecnológicos dependerá no de las máquinas que construyamos, sino del tipo de humanidad que decidamos ser. La Masonería, fiel a su lema de libertad, igualdad y fraternidad, debe ser la voz que inspire esa decisión. En medio de los algoritmos y los datos, su enseñanza silenciosa recordará siempre que el templo más perfecto no se erige en los laboratorios ni en los servidores, sino en el corazón iluminado del hombre.

 

Referencias bibliográficas

Bauman, Z. (2000). Modernidad líquida. Fondo de Cultura Económica.

Boff, L. (2002). El cuidado esencial: Ética de lo humano, compasión por la Tierra. Trotta.

Boucher, J. (1948). La simbólica masónica. París: Éditions Dervy.

Guénon, R. (1927). La crisis del mundo moderno. París: Gallimard.

Wilmshurst, W.L. (1922). The Meaning of Masonry. London: Rider & Co.

Wirth, O. (1924). El libro del aprendiz. París: Éditions Dervy.

 

EL PAPEL DE LA ORDEN MASÓNICA EN LA NUEVA SOCIEDAD TECNOLÓGICA

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