La
Masonería, heredera de las tradiciones sapienciales que unieron ciencia y
espíritu, no se opone al progreso ni a la innovación, pero sí advierte sobre la
necesidad de que estos avances sean acompañados por una evolución moral
equivalente. Como afirmaba W.L. Wilmshurst, “la Masonería existe para guiar
al hombre hacia la comprensión de su naturaleza espiritual, por encima de los
artificios materiales” ( El Significado de la Masonería, 1922, p. 45). En
la actualidad, cuando la razón instrumental ha alcanzado niveles inimaginables,
el masón está llamado a recordar que el conocimiento técnico sin sabiduría
puede conducir a la autodestrucción. La Orden se convierte entonces en la
conciencia moral del progreso, en la voz que recuerda que el verdadero destino
del ser humano no es dominar la creación, sino armonizarse con ella.
La
sociedad que surge de este nuevo paradigma tecnológico será, sin duda, más
interconectada, más veloz, más eficiente, pero corre el riesgo de ser también
más impersonal, más fragmentada y más vulnerable a la pérdida de sentido. Las
máquinas procesan información, pero no generan sabiduría; calculan, pero no
aman; simulan empatía, pero no sienten. En esta brecha entre la potencia técnica
y la esencia humana se abre el campo de acción de la Masonería. Su tarea
consiste en preservar la llama del espíritu en medio del ruido digital, formar
individuos capaces de discernir entre el dato y el sentido, entre el
conocimiento y la verdad, entre la conexión virtual y la comunión interior.
René Guénon advertía ya en 1927 que “la civilización moderna ha desarrollado
la cantidad en detrimento de la calidad” (La crisis del mundo moderno, p.
63). Hoy esa advertencia se actualiza frente a la multiplicación de datos que
ocultan la profundidad del pensamiento y la reducción del hombre a un usuario
del sistema tecnológico.
La
logia, como espacio simbólico y pedagógico, representa en esta nueva era un
refugio ontológico. En un mundo saturado de estímulos, donde la mente humana se
dispersa entre pantallas, el silencio del templo enseña a reconectar con el
ser. El rito masónico, con su geometría, su ritmo y su palabra, actúa como una
pedagogía del alma, un método para despertar la conciencia adormecida por la inmediatez
tecnológica. Como escribe Oswald Wirth, “el iniciado aprende a callar para
escuchar la voz de la conciencia” (El libro del aprendiz, 1924, p. 77). Ese
silencio interior, tan escaso en la sociedad contemporánea, se convierte en la
condición de posibilidad de toda sabiduría. Frente al ruido del algoritmo, el
masón cultiva la introspección; frente al vértigo de la velocidad, la
reflexión; frente al simulacro, la autenticidad del ser.
Pero
la Orden Masónica no puede limitarse a ser un refugio espiritual; debe ser
también una fuerza moral activa en la construcción de la nueva sociedad
tecnológica. Si los masones del siglo XVIII impulsaron la Ilustración, los
derechos del hombre y la independencia de los pueblos, los masones del siglo
XXI están llamados a promover una ilustración ética y planetaria, en la que el
progreso científico esté guiado por los principios de fraternidad, justicia y
dignidad humana. Zygmunt Bauman recordaba que “el progreso sin dirección
moral se convierte en un movimiento sin destino” (Modernidad líquida, 2000,
p. 14). Esa dirección moral es la que debe proporcionar la Masonería al mundo
tecnificado, siendo el puente entre la razón científica y la sabiduría del
espíritu.
La
sociedad que esperamos construir gracias a los avances tecnológicos debe ser
una sociedad más justa, consciente y humana, no una civilización dominada por
la eficiencia y la automatización. Los descubrimientos de la ciencia deben
orientarse al servicio del hombre y no a su instrumentalización. El masón
contemporáneo, desde su ética iniciática, tiene la obligación de participar en
los debates públicos sobre inteligencia artificial, biotecnología, justicia
digital y sostenibilidad, defendiendo una visión del progreso basada en la
solidaridad universal. Leonardo Boff, en su obra El cuidado esencial (2002, p.
38), sostiene que “la ética del cuidado es el nuevo nombre de la razón en la
era planetaria”. Esa ética del cuidado, del respeto por la vida, por el
otro y por la tierra, coincide plenamente con la misión masónica de edificar el
templo de la humanidad en armonía con el cosmos.
Así,
la Masonería no debe mirar con desconfianza el desarrollo tecnológico, sino
contribuir a su orientación espiritual. La ciencia puede explicar el cómo, pero
la Masonería se ocupa del porqué y del para qué. En la sociedad del futuro,
donde las fronteras entre lo físico y lo digital se diluyen, la Masonería puede
servir como puente entre el espíritu y la razón, entre la técnica y la ética,
entre la información y la sabiduría. Su papel será formar seres humanos
íntegros, capaces de gobernar la tecnología sin ser gobernados por ella, de
crear máquinas inteligentes sin perder la inteligencia del corazón.
La
nueva sociedad que emerge no debe ser una tecnocracia deshumanizada, sino una
fraternidad iluminada por la razón y guiada por la conciencia. El masón tiene
el deber de ser el guardián de ese equilibrio: un arquitecto de humanidad en
medio de la revolución de los circuitos. Como afirmaba Jules Boucher, “el
simbolismo masónico es el lenguaje de la sabiduría universal” (La simbólica
masónica, 1948, p. 112). Esa sabiduría debe ahora expresarse en un lenguaje
capaz de dialogar con la ciencia, la ética y la espiritualidad.
En
última instancia, el papel de la Orden Masónica en esta sociedad tecnológica es
el de preservar la dimensión trascendente del ser humano. En un mundo donde la
inteligencia artificial puede simular la razón, solo el espíritu puede sostener
la verdad. La Masonería debe recordarle al hombre que su misión no es crear
dioses de silicio, sino despertar al dios interior que habita en su conciencia.
La ciencia sin fraternidad es poder sin alma; la tecnología sin ética es
progreso sin destino. El masón, en cambio, sabe que todo conocimiento verdadero
debe conducir a la luz.
El
futuro que se vislumbra con los avances tecnológicos dependerá no de las
máquinas que construyamos, sino del tipo de humanidad que decidamos ser. La
Masonería, fiel a su lema de libertad, igualdad y fraternidad, debe ser la voz
que inspire esa decisión. En medio de los algoritmos y los datos, su enseñanza
silenciosa recordará siempre que el templo más perfecto no se erige en los
laboratorios ni en los servidores, sino en el corazón iluminado del hombre.
Referencias
bibliográficas
Bauman, Z.
(2000). Modernidad líquida. Fondo de Cultura Económica.
Boff, L.
(2002). El cuidado esencial: Ética de lo humano, compasión por la Tierra.
Trotta.
Boucher,
J. (1948). La simbólica masónica. París: Éditions Dervy.
Guénon, R.
(1927). La crisis del mundo moderno. París: Gallimard.
Wilmshurst,
W.L. (1922). The Meaning of Masonry. London: Rider & Co.
Wirth, O.
(1924). El libro del aprendiz. París: Éditions Dervy.
