La navidad, despojada de su progresiva banalización cultural y de
su reducción a evento sentimental o mercantil, puede ser leída como un símbolo
iniciático mayor, portador de una estructura de sentido que trasciende lo
confesional y se inscribe en una tradición universal de regeneración
espiritual. Desde esta clave, la relación entre Masonería y Navidad no se
explica por simple coexistencia histórica, sino por una coincidencia profunda
de arquetipos, de pedagogías del despertar y de comprensiones del proceso
humano de iluminación.
El nacimiento celebrado en navidad acontece simbólicamente en el
momento de mayor densidad de la noche. No es un dato accesorio: el solsticio de
invierno, asumido por múltiples culturas mistéricas, señala el punto en que la
oscuridad alcanza su máxima expresión antes de comenzar su retirada. Mircea
Eliade advierte que “el simbolismo del renacimiento cósmico expresa siempre
la esperanza de una regeneración total del mundo y del ser humano” (Lo
sagrado y lo profano). Esta lógica no es ajena a la Masonería, cuyo itinerario
iniciático comienza precisamente en la oscuridad, en la privación de la luz,
como condición necesaria para que su advenimiento tenga sentido.
La luz, tanto en la navidad como en la experiencia masónica, no
irrumpe como imposición externa ni como triunfo inmediato. Nace frágil,
silenciosa, vulnerable. Byung-Chul Han, desde una lectura contemporánea, señala
que “la verdadera luz no enceguece ni domina; ilumina permitiendo que las
cosas sean” (La sociedad de la transparencia). Esta afirmación dialoga
profundamente con la pedagogía masónica, que no pretende producir adeptos ni
repetir dogmas, sino formar conciencias capaces de sostener la ambigüedad, el
trabajo lento y la responsabilidad ética de la claridad alcanzada.
El Niño que nace en la tradición navideña no
representa el poder consolidado, sino la posibilidad; en términos iniciáticos,
simboliza el estado germinal de la conciencia despierta, aquello que aún debe
ser protegido, educado y cultivado. De manera análoga, el aprendiz masón no es
portador de una verdad acabada, sino custodio de una promesa, como afirma
Raimon Panikkar, “nacer espiritualmente no es adquirir algo nuevo, sino
permitir que emerja lo que estaba oculto” (La experiencia filosófica de la
India). La iniciación, entonces, no añade, sino revela.
Una coincidencia particularmente significativa entre Masonería y navidad
se encuentra en la elección del lugar del nacimiento: la luz no surge en el
centro del poder, sino en la periferia; no en el palacio, sino en el margen; esta
lógica antihegemónica posee una profunda resonancia masónica. Zygmunt Bauman
recuerda que “toda ética auténtica nace como resistencia frente a la
indiferencia organizada” (Ética posmoderna). La Masonería liberal y
adogmática, fiel a su vocación histórica, ha comprendido que la luz iniciática
no legitima el orden injusto, sino que lo cuestiona desde una fraternidad
crítica y activa.
La navidad, leída desde esta perspectiva, interpela al masón
contemporáneo con una pregunta incómoda pero necesaria: ¿Qué tipo de luz
estamos encarnando en un mundo saturado de información, pero carente de
sentido? Edgar Morin advierte que “el problema central de nuestro tiempo no
es la falta de conocimiento, sino la incapacidad de integrar el conocimiento en
una ética de la comprensión” (Los siete saberes necesarios para la
educación del futuro). La luz masónica, como la luz navideña, pierde su verdad
si no se traduce en praxis humanizante, en compromiso con la dignidad humana y
en responsabilidad social.
Existe, además, una convergencia esencial en la comprensión del
tiempo; la navidad no es solo una fecha que se repite, es un tiempo
cualitativo, una irrupción que reordena el sentido de la historia. Paul Ricoeur
afirma que “el acontecimiento simbólico reconfigura el tiempo al abrirlo a
la esperanza” (Tiempo y narración). Del mismo modo, el tiempo masónico no
es cronológico sino iniciático: cada retorno ritual es una nueva oportunidad de
nacer, de corregir, de profundizar. No se avanza por acumulación, sino por
interiorización.
Así, la relación entre Masonería y navidad se revela como una
correspondencia de lenguajes que apuntan a una misma verdad antropológica: el
ser humano no está terminado, está llamado a nacer continuamente. La luz no es
un estado definitivo, sino un proceso exigente, siempre amenazado por la
comodidad, el olvido y la inercia. Celebrar la navidad desde la conciencia
masónica no es reproducir un rito cultural, sino aceptar una responsabilidad:
cuidar la luz naciente, en uno mismo y en el mundo, aun cuando la noche parezca
interminable.
En este sentido, la navidad no es ajena al templo, ni la Masonería
indiferente al misterio del nacimiento; ambas nos recuerdan, desde registros
distintos pero convergentes, que la verdadera iniciación comienza cuando la luz
deja de ser un concepto y decide, finalmente, nacer en la vida concreta del
iniciado.
A modo de conclusión, y no como simple cierre retórico, es
necesario afirmar que la coincidencia simbólica entre Masonería y navidad solo
alcanza su verdad cuando se traduce en una opción existencial consciente. De lo
contrario, ambas corren el riesgo de convertirse en lenguajes vaciados de
fuerza transformadora: la navidad reducida a ornamento cultural, y la Masonería
degradada a ritualismo sin interioridad.
Vivir los valores navideños desde la experiencia masónica implica
asumir que la luz no es un bien heredado ni un título adquirido, sino una tarea
permanente. El masón que se reconoce iniciado no puede limitarse a celebrar el
nacimiento simbólico de la Luz si no se compromete, día tras día, a protegerla
de la trivialización, del ego inflado y de la indiferencia moral. La fragilidad
del Niño, centro del misterio navideño, recuerda al iniciado que toda
verdadera luz comienza siendo vulnerable y que solo sobrevive cuando es cuidada
mediante el silencio, la disciplina interior y la coherencia ética.
Este compromiso es radicalmente
subjetivo. Nadie puede nacer por otro, nadie puede ser iniciado en lugar de
otro. La vivencia navideña, leída desde la conciencia masónica, exige un
trabajo interior honesto, capaz de reconocer las propias sombras sin autoengaño
y de aceptar que la noche no desaparece por decreto ritual, sino por el
esfuerzo paciente de integración y superación. En este sentido, vivir la navidad masónicamente es aceptar que el templo no se edifica primero en el
mundo, sino en la intimidad de la conciencia, allí donde se decide si la luz
recibida será custodiada o traicionada.
Pero este camino interior no conduce al aislamiento, al contrario,
compromete al masón con una forma concreta de estar en el mundo. Los valores
navideños —fraternidad, humildad, hospitalidad, esperanza— no pueden permanecer
en el plano del ideal abstracto; están llamados a encarnarse en la vida logial,
en la relación con los QQ•••HH•••
y QQ•••Hnas•••,
en la manera de ejercer la palabra, el poder, la autoridad y el desacuerdo. Una
logia que no hace espacio al nacimiento permanente de la luz corre el riesgo de
convertirse en estructura sin alma, en templo sin presencia.
Así, vivir la navidad en clave masónica supone optar por una ética
de la presencia consciente: estar disponibles para el otro, resistir la dureza
del cinismo, sostener la esperanza incluso cuando el contexto histórico parece
negarla; significa comprender que cada tenida es, en el fondo, una nueva
oportunidad de nacimiento, y que cada acto fraterno es un pesebre simbólico donde
la luz puede volver a surgir.
En definitiva, la navidad interpela al masón no como espectador de
un misterio ajeno, sino como custodio activo de una luz que pide ser encarnada.
Allí donde un masón decide vivir con mayor coherencia, mayor compasión y mayor
responsabilidad, la navidad deja de ser una fecha y se convierte en un modo de
existir. Solo entonces la coincidencia entre Masonería y navidad deja de ser
simbólica para volverse verdaderamente iniciática.
AUTOR: Villar
Peñalver, Andy. " CUANDO LA LUZ DECIDE NACER:
MASONERÍA Y NAVIDAD COMO LENGUAJES INICIÁTICOS DE UNA MISMA REVELACIÓN"
en https://andyvillar.blogspot.com/2025/12/cuando-la-luz-decide-nacer-masoneria-y.html Blog: "SER APRENDIZ MASÓN" Año: 2025
Bauman, Z. (1993). Ética posmoderna. Siglo XXI.
Eliade, M. (1998). Lo sagrado y lo profano. Paidós.
Han, B.-C. (2013). La sociedad de la transparencia. Herder.
Morin, E. (1999). Los siete saberes necesarios para la educación
del futuro. UNESCO.
Panikkar, R. (1997). La experiencia filosófica de la India.
Trotta.
Ricoeur, P. (2004). Tiempo y narración. Siglo XXI.
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