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miércoles, 30 de julio de 2025

RELACIONES EXISTENTES ENTRE LAS COLUMNAS DE LA FUERZA Y DE LA BELLEZA CON EL PRIMER VIGILANTE

 

Este es el tercer trabajo de cinco, donde pretendo, desde una profundidad académica y bibliográficamente documentada, hacer claridad sobre las relaciones existentes entre las tres luces -sabiduría, fuerza y belleza- con los Dignatarios del Taller -venerable maestro, primer vigilante y segundo vigilante- como también con los órdenes arquitectónicos clásicos -jónico, dórico y corintio. 

La arquitectura sagrada del templo masónico no es arbitraria, sino expresión visible de una cosmogonía interior. Las columnas que lo sostienen –sabiduría, fuerza y belleza– son principios vivos, energías que conforman y equilibran el trabajo del alma en construcción. En medio de esta tríada simbólica, el primer vigilante, sentado en el occidente, se erige como el guardián del tránsito entre la luz del oriente y la experiencia del mundo. A él se le asocia, tradicionalmente, la columna de la fuerza; pero su función, más profunda, también se entreteje con la belleza, pues esta no puede manifestarse sin la dirección de una fuerza interiormente cultivada.

La fuerza que representa el primer vigilante no es la rudeza ni la imposición, sino aquella potencia del alma que ha sido encauzada mediante la educación moral y el rigor iniciático. Es la capacidad de sostenerse erguido ante el caos, de resistir las pasiones, de actuar con firmeza sin perder la dirección. Walter Leslie Wilmshurst[1] lo expresa con claridad al afirmar: “La fuerza no debe entenderse como violencia, sino como esa cualidad del alma que permanece firme ante las pruebas del sendero iniciático” -El Significado de la Masonería-. el primer vigilante, como columna de la fuerza, sentado en el occidente, simboliza ese pilar interior que permite que el templo no se derrumbe ante las tormentas del mundo profano.

Sin embargo, esta fuerza, sin la mediación de la belleza, puede convertirse en dureza, en rigidez, en ceguera de propósito. Aquí es donde emerge la conexión profunda entre el primer vigilante y la columna de la belleza, tradicionalmente asociada al segundo vigilante. Si bien no le corresponde custodiarla directamente, su acción debe sostenerla. La belleza es la manifestación armónica de lo que la fuerza ha posibilitado. Jules Boucher[2] indica: "El primer vigilante, situado en occidente, es el guardián de la columna de la fuerza, principio activo y riguroso que sostiene el edificio como la voluntad sostiene el alma en el esfuerzo hacia la luz." -El Simbolismo Masónico-. Así, el primer vigilante no crea la belleza, pero la hace posible.

Desde esta perspectiva, el primer vigilante se convierte en el mediador entre el impulso y la forma, entre la voluntad y la estética, entre el ideal y su realización visible. Oswald Wirth[3] señala que “la columna de la fuerza está en relación directa con la voluntad dirigida por la razón” -El simbolismo hermético-, y añade que sin la armonía que representa la belleza, esa voluntad puede volverse ciega. En el plano simbólico, el primer vigilante convierte en obra terminada el trabajo del segundo vigilante que es el labrador de la piedra en bruto con el aprendiz. No se trata de etapas separadas, sino de momentos complementarios de una misma alquimia del alma.

El lugar del primer vigilante en el occidente no es fortuito: allí se pone el sol, símbolo de la madurez de la conciencia, del juicio que evalúa lo que ha sido construido durante el día. Es el lugar del discernimiento, de la vigilancia moral, del control del trabajo. René Guénon[4], en Símbolos fundamentales de la Ciencia Sagrada, sugiere la columna del primer vigilante, representa “la fuerza estabilizadora en el plano de la manifestación”. Esta estabilidad no puede entenderse sin el equilibrio que proporciona la belleza. La relación, entonces, no es jerárquica, sino circular: la fuerza permite que surja la belleza, y la belleza da sentido, forma y propósito a la fuerza.

Albert G. Mackey[5] también observa esta interdependencia al decir: “Mientras la Fuerza sustenta y la Sabiduría dirige, la Belleza adorna. Sin embargo, el adorno no puede perdurar a menos que la Fuerza lo sostenga.” -Enciclopedia de la Francmasonería-. De este modo, el primer vigilante no sólo dirige el trabajo del compañero, sino que lo orienta, desde la columna de la fuerza hacia una armonía futura, aún no visible, pero ya latente en la disciplina y el orden que impone.

Finalmente, el primer vigilante no debe entender su oficio como mera función administrativa. Su papel es profundamente espiritual: representa el tránsito entre el poder bruto y la forma elevada, entre la voluntad de construir y la visión de lo que debe construirse. Su fuerza es camino hacia la belleza. Su vigilancia no es control, sino iluminación del trabajo. Él mismo, como oficial y como símbolo, se encuentra en constante transformación, porque en el sendero iniciático la fuerza verdadera no se impone, sino que se transfigura.

Así, las columnas de la belleza y de la fuerza no se encuentran separadas en el trabajo del primer vigilante. Son los dos pilares que sustentan su acción: la firmeza que no cede ante el error y la armonía que se anticipa en la disciplina. Él no sólo guarda una columna: se convierte él mismo en columna viviente del templo.

Al contemplar la columna del occidente, donde el primer vigilante se yergue como centinela entre el crepúsculo y la luz que declina; su presencia, austera pero firme, me ha enseñado que su columna no es otra que la de la fuerza, pero no una fuerza exterior, sino aquella que se cultiva dentro: la fuerza que impide claudicar en medio de la confusión, que llama al orden cuando las pasiones desbordan la razón, que mantiene erguida la piedra aún inacabada mientras se prepara para recibir la belleza.

He comprendido que, aunque pueda colaborar con la belleza -y en cierto modo anticiparla-, su verdadera misión está íntimamente unida a la columna de la fuerza. Es esa columna la que sostiene su palabra, su autoridad y su deber de vigilar el trabajo en sus segundas etapas. La belleza necesita de la fuerza, pero la fuerza no puede olvidarse de sí misma ni diluirse en la forma antes de estar plenamente forjada.

Por eso, cuando observo al primer vigilante en su sitial, lo reconozco como un espejo de lo que yo mismo debo conquistar: una firmeza sin dureza, una vigilancia sin tiranía, una fuerza interior que permita al alma mantenerse en pie mientras transita el sendero iniciático. Él es el guardián de occidente, por tanto, el custodio del carácter, de la constancia y de la edificación sólida. su relación con la belleza es la del sembrador con la flor: sin su trabajo oculto, no hay flor visible; pero la flor no es suya, sino de aquel que supo sembrar con fuerza, con disciplina y con fe en la armonía que vendrá.

Así entiendo hoy al primer vigilante: servidor de la fuerza, prefigurador de la Belleza, constructor del equilibrio.

Reflexión final

El primer vigilante es más que un vigilante de la fuerza: es un mediador entre la potencia y la forma, entre el impulso de construir y la armonía del resultado. Así, la columna de la belleza, aunque presidida por el segundo vigilante, resplandece en el trabajo que el primer vigilante guía, pues sin estructura no hay armonía, y sin armonía no hay perfección iniciática.

 

Citas de autores masónicos sobre la Columna de la Fuerza y el Primer Vigilante

1. W.L. Wilmshurst: – El significado de la masonería, capítulo sobre los Oficiales de la Logia.

  “La Fuerza no debe entenderse como violencia, sino como esa cualidad del alma que permanece firme ante las pruebas del sendero iniciático; y el Vigilante que la custodia es el instructor del alma en esta disciplina.”

2. Oswald Wirth: – El simbolismo masónico, capítulo sobre los Vigilantes.

“La Columna de la Fuerza está en relación directa con la voluntad dirigida por la razón; el Primer Vigilante representa esta voluntad ya formada que se aplica al mundo exterior.”

3. Jules Boucher: – El Simbolismo Masónico, sección sobre las Columnas.

“La Columna B y su correspondiente Vigilante son la manifestación terrestre de una fuerza espiritual que sostiene el Templo; la vigilancia consiste en canalizar esa fuerza para el uso moral del iniciado.”

4. René Guénon: – Símbolos fundamentales de la Ciencia Sagrada, entrada sobre las columnas del Templo.

“B representa la fuerza estabilizadora en el plano de la manifestación; el Primer Vigilante, en su función, guarda este principio en su expresión humana: la rectitud en la acción.”

5. Jean-Marie Ragon: – Curso Filosófico e Interpretativo de Iniciaciones Antiguas y Modernas.

 “El Primer Vigilante simboliza el poder moderado por la sabiduría; se encuentra al occidente para recordar al iniciado que el sol se oculta tras la fuerza, no para extinguirla, sino para transmutarla en nueva luz.”

6. Albert G. Mackey: – Enciclopedia de la Francmasonería, entrada sobre "Primer Vigilante".

“El Vigilante Mayor representa la columna de la Fuerza, y desde esta posición simbólica ayuda a preservar el orden y dirige las labores del día.”

7. Manly P. Hall: – Las Enseñanzas Secretas de Todas las Épocas, sección sobre arquitectura simbólica.

“Entre los pilares de la Sabiduría y la Fuerza se encuentra el equilibrio del alma. El Guardián Mayor es el guardián de la Fuerza, no para dominar, sino para apoyar.”

 

Citas de autores masónicos sobre la relación entre la Columna de la Belleza y el Primer Vigilante

1. Oswald Wirth:El simbolismo masónico, capítulo sobre los tres pilares.

“Fuerza y Belleza no pueden oponerse sin destruir el equilibrio del Templo. El Primer Vigilante, como columna de B, actúa en armonía con la Belleza que ha de manifestarse en la construcción espiritual.”

2. Jules Boucher:  El Simbolismo Masónico, sección sobre el simbolismo de los grados.

 “La Belleza no surge sin el temple previo de la Fuerza. El Primer Vigilante, al dirigir la piedra en bruto, anticipa la Belleza que el Segundo Vigilante desarrollará. Son funciones complementarias en la edificación del ser.”

3. W.L. Wilmshurst: – El Significado de La Masonería, capítulo sobre las columnas.

“El Primer Vigilante guía el principio activo de la voluntad, pero este debe encontrar su forma en la Belleza. Sin tal forma, la Fuerza carece de sentido. Así se revela que toda estructura espiritual es también obra de arte.”

4. Albert G. Mackey: – Enciclopedia de la Francmasonería, entrada sobre “Belleza”.

  “Mientras la Fuerza sustenta y la Sabiduría dirige, la Belleza adorna. Sin embargo, el adorno no puede perdurar a menos que la Fuerza lo sostenga. El Primer Vigilante sostiene la estructura que la Belleza completará.”

5. Manly P. Hall: – Las Enseñanzas Secretas de Todas las Épocas, sección sobre arquitectura masónica.

“Los tres pilares son tres aspectos de una misma verdad. El Primer Vigilante debe velar por que la Fuerza se exprese con gracia; de lo contrario, el templo carece de alma. El arte del constructor comienza con la fuerza y ​​termina con la belleza.”

6. René Guénon: – Símbolos fundamentales de la Ciencia Sagrada, entrada sobre los principios ternarios.

 “En toda cosmogonía tradicional, la fuerza generadora necesita de un molde que le dé forma armoniosa. Tal es la relación entre la Fuerza del Primer Vigilante y la Belleza que culmina la obra.”

7. Jean-Marie Ragon: – Curso filosófico e interpretativo de las iniciaciones antiguas y modernas, sección sobre los Oficiales de Logia.

“La Belleza no es mero adorno sino expresión visible del equilibrio interno. El Primer Vigilante, si bien no la representa directamente, prepara las condiciones para que esta se manifieste.”


[1] Walter Leslie Wilmshurst (22 de junio de 1867 - 10 de julio de 1939). fue un autor inglés y masón. Publicó cuatro libros sobre la masonería inglesa y muchos artículos en La Revista de lo Oculto. Libros: El significado de la masonería (1922), La ceremonia de iniciación (1932), La ceremonia del fallecimiento, Notas sobre la Conciencia Cósmica y Iniciación Masónica (1924).

[2] Jules Eugène Boucher​ ​ (28 de febrero de 1902-9 de junio de 1955), fue un escritor, ocultista, alquimista, masón y gran maestro francés.​ Su libro El Símbolo Masónico es utilizado como un manual entre los masones franceses.​Boucher publicó varios artículos sobre alquimia y masonería en las revistas: Simbolismo, tu Felicidad e Iniciación y Ciencia.

[3]  Oswald Wirth. (5 de agosto de 1860, Brienz, Suiza - 9 de marzo de 1943) Gran conocedor de las tradiciones antiguas, escribió varias obras que han llegado a nuestros días como auténticos clásicos del mundo iniciático y el simbolismo, como los famosos manuales de Aprendiz, Compañero y Maestro, El ideal iniciático, El simbolismo astrológico, El simbolismo hermético y su relación con la alquimia y la francmasonería, Hermetismo y francmasonería, La imposición de las manos, Tarot y el arte de la memoria y Teoría y símbolos de la filosofía hermética. También es autor del conocido como «Tarot de Wirth», uno de los más ampliamente difundidos en todo el mundo

[4] René Guénon o Abd al-Wâhid Yahyâ (15 de nov. de 1886 -7 de ene. de 1951) fue un matemático, masón, filósofo y esoterista francés Es conocido por sus publicaciones de carácter filosófico espiritual y su esfuerzo en pro de la conservación y divulgación de las tradiciones espirituales. Fue un intelectual que sigue siendo una figura influyente en el dominio de la metafísica. Obras Masónicas: El Simbolismo de la Cruz, Símbolos Fundamentales de la Ciencia Sagrada, La Gran Tríada, Autoridad Espiritual y Poder Temporal

[5] Albert Gallatin Mackey (12 de marzo de 1807-20 de junio de 1881) fue un médico y escritor estadounidense, conocido por sus libros y artículos acerca de la francmasonería, en particular por los landmarks. Albert G. Mackey es conocido por su prolífica obra sobre masonería, destacándose por su análisis profundo del simbolismo, la historia y la ley masónica. Entre sus obras más importantes se encuentran: El Simbolismo de la Masonería, Léxico de la masonería, Enciclopedia de la Francmasonería y Manual de la Logia (Un manual que ofrece instrucciones para los grados de Aprendiz, Compañero y Maestro Masón, así como ceremonias como instalaciones y dedicaciones).


sábado, 19 de julio de 2025

RELACIONES EXISTENTES ENTRE LA COLUMNA DE LA SABIDURÍA CON EL VENERABLE MAESTRO

 


Este es el segundo trabajo de cinco, donde pretendo, desde una profundidad académica y bibliográficamente documentada, hacer claridad sobre las relaciones existentes entre las tres luces -sabiduría, fuerza y belleza- con los Dignatarios del Taller -venerable maestro, primer vigilante y segundo vigilante- como también con los órdenes arquitectónicos clásicos -jónico, dórico y corintio. -

 La columna de la sabiduría se erige en el templo masónico como uno de los tres principios fundamentales que sostienen el edificio simbólico de la obra. Situada en el oriente, esta columna representa no solo un atributo operativo, sino la irradiación de una dimensión superior del espíritu. es en ese oriente donde se sienta el venerable maestro, cuyo puesto no es de mando autoritario, sino de irradiación espiritual, de guía iniciática, de encarnación de un principio eterno. Así, entre la columna y el venerable se teje una relación no meramente funcional, sino profundamente simbólica, teológica, ontológica y ética.

La sabiduría, en la tradición masónica, no se concibe como mera acumulación de conocimientos, sino como una capacidad de discernimiento espiritual que ordena el caos, da sentido al símbolo y orienta la acción. Jules Boucher[1], en El Símbolo Masónico, nos recuerda que “la sabiduría es el principio ordenador del cosmos masónico, el verbo que estructura la obra, el pensamiento que precede al acto”. Por ello, el venerable maestro no es simplemente un oficial ritualista, sino la encarnación viviente de esa sabiduría que ordena los trabajos, que ilumina el camino del aprendiz, y que vela por la armonía del taller.

La teología masónica, entendida como meditación sobre el misterio del ser y del principio, nos permite ver en la sabiduría un atributo del G A D U. En las escrituras, especialmente en los libros sapienciales, se presenta a la sabiduría como un ser preexistente que estaba con Dios al momento de la creación: “El Señor me poseía al principio de su camino, antes de sus obras de antaño” -Prov. 8:22-. Esta sabiduría no es otra cosa que el logos divino, la palabra arquitectónica mediante la cual todo fue hecho. Así, cuando el venerable maestro ocupa el oriente y se alinea con la columna de la sabiduría, está simbolizando no una autoridad humana, sino una participación simbólica en esa luz primera que todo lo ordena. Él representa, dentro del templo, al logos que crea, instruye y armoniza.

Desde la ontología, el lugar del venerable maestro es un punto de confluencia entre el ser individual y el ser trascendente. Como señala Oswald Wirth[2] en el simbolismo hermético “en sus relaciones con la alquimia y la masonería, el venerable debe dejar de ser un simple individuo para convertirse en un punto transparente de la manifestación del principio”. En este sentido, el venerable maestro no "posee" la sabiduría, sino que se vuelve su canal, su intérprete, su vehículo. No actúa por sí, sino por la luz que representa. Por ello, toda decisión del venerable no puede ser un acto personal, sino el eco de una escucha profunda, de un discernimiento espiritual. La sabiduría no es un atributo que se impone, sino una resonancia que se encarna.

Ética y simbólicamente, la relación entre la sabiduría y el venerable maestro implica un compromiso radical con la verdad, la justicia y la humildad. Como enseña Walter Leslie Wilmshurst[3], “la Sabiduría masónica no es mundana: es una cualidad del alma despertada, una luz interior que ha sido templada por la experiencia, la meditación y el sacrificio personal”. Un venerable sabio no es aquel que siempre tiene la razón, sino aquel que sabe escuchar, que sabe callar, que sabe cuándo hablar, y que, sobre todo, actúa en consonancia con los principios del arte real. Es un servidor de la logia, no su dueño. Su autoridad no nace de su cargo, sino de su coherencia, de su silencio fértil, de su capacidad de elevar y no de dominar.

Desde este punto de vista, la sabiduría se manifiesta como un principio regulador de la acción, como una brújula que mantiene orientado al taller hacia la verdadera luz. Por eso, la columna no está en cualquier lugar del templo, sino en el oriente: allí donde nace el sol, donde se inicia el día, donde se proyecta el destino. El venerable que se sienta en ese trono no debe olvidar que no representa su ego, sino la aurora espiritual del trabajo colectivo. Y como tal, su función es guardar el sentido de la marcha, recordar el propósito, encarnar el ideal.

En la práctica, esto significa que toda tenida debe ser presidida por una actitud interior de sabiduría, tanto en el ritual como en la administración, tanto en las palabras como en los silencios. La armonía de la logia es un reflejo de la sabiduría que la guía. Si el venerable se deja arrastrar por el orgullo, por la arbitrariedad o por el formalismo vacío, la columna de la sabiduría se agrieta, y el templo entero tiembla en su fundamento. Pero si mantiene el centro, si trabaja sobre sí, si se deja fecundar por la luz, entonces el taller florece, y los hermanos se elevan.

Así, la sabiduría no es un objeto que se usurpa, sino una luz que se revela en el acto justo, en la mirada compasiva, en la palabra precisa. Por eso, el oriente es también un lugar de prueba: el Venerable es observado por el G A D U y por la conciencia colectiva del taller. Su dignidad está sujeta al rigor del símbolo, y su voz debe resonar como eco de la palabra verdadera, no como simple expresión de un poder.

 El venerable maestro y la columna de la sabiduría no pueden separarse sin que el templo pierda su orientación. Él es la imagen humana de un principio eterno; la columna, la expresión vertical de esa sabiduría que desciende del alto para ordenar el bajo. El uno se realiza en la otra. Cuando el venerable vive y actúa conforme a esa columna, el templo resplandece; cuando se desvía, el taller cae en sombras. Porque el venerable no es un hombre más: es el guardián del oriente, el centinela del verbo, el sembrador de sentido.

 Así se comprende, entonces, que ser venerable maestro no es simplemente una función administrativa o ritual, sino una consagración interior al servicio de la luz. Y que la sabiduría, lejos de ser una meta alcanzada, es una llama que debe mantenerse viva cada día, en cada gesto, en cada decisión. Solo así la logia será más que un conjunto de hombres y mujeres, será un templo viviente del espíritu.

 

Referencias bibliográficas sobre la relación simbólica, espiritual y funcional entre el venerable maestro con la columna de la sabiduría

 1. Oswald Wirth. El Aprendiz Masón: “el venerable maestro está asociado a la columna de la sabiduría porque es él quien, desde el oriente, hace nacer la luz del pensamiento justo y guía a los hermanos en la dirección de la obra espiritual.”

2. Walter Leslie Wilmshurst. El significado de la Masonería: “El Venerable Maestro, sentado al Oriente, representa el centro de Sabiduría de la Logia. No como un hombre sabio, sino como quien encarna el Principio Sapiencial por el cual la construcción masónica adquiere sentido.”

3. Jules Boucher. El Simbolismo Masónico: “La columna de la sabiduría está en el oriente, no por azar, sino porque allí reside el venerable maestro, en quien se espera que la sabiduría ritual se transforme en discernimiento operativo.”

4. Albert Pike. Moral y Dogma: “El asiento del venerable maestro al oriente no es un trono de poder, sino el altar de la sabiduría. Desde allí se irradia la luz necesaria para construir el templo.”

5. Jean-Marie Ragon. Curso Filosófico de Iniciaciones Antiguas y Modernas: “El venerable representa la sabiduría activa; es la mente directriz que da forma y orientación a los trabajos, tal como la columna oriental sustenta el pensamiento creador.”

6. René Guénon. Símbolos Fundamentales de la Ciencia Sagrada: “La sabiduría es principio axial del templo. El maestro que la representa en el oriente debe ser símbolo viviente del logos que ordena y dirige.”

7. Manly P. Hall. La masonería de los Antiguos Egipcios: “El venerable maestro está entronizado en oriente, sede de la sabiduría, pues de allí proviene la primera luz del entendimiento. El maestro es, por tanto, la personificación de la sabiduría divina.”

8. Albert G. Mackey. Léxico de la masonería: “El pilar de la sabiduría se sitúa en el oriente, pues es responsabilidad del maestro planificar la obra. Él es la personificación de la sabiduría entre los tres gobernantes.”

9. Dom Pernety. Diccionario Mito-Hermético: “La sabiduría es la causa formal de toda arquitectura simbólica; por eso el maestro venerable, como imagen del principio intelectual, se sienta en su correspondencia.”

10. Carlos Álvarez Ferrer. Masonería y filosofía: “la sabiduría que se deposita en el venerable no es suya, sino que es prestada por el símbolo; él debe transparentar la columna oriental que lo sostiene, no opacarla con su ego.”

11. Rafael Melgar. La mística del Oriente Masónico: “el maestro ocupa el oriente porque es allí donde la sabiduría se manifiesta como luz primera. Él es llamado a ser su instrumento, no su dueño.”

12. Luis Bonavita. Tratado de simbolismo masónico: “El venerable maestro y la columna de la sabiduría forman una unidad simbólica: él encarna la capacidad de discernir, de intuir el orden, de preservar el eje del templo.”

13. Ramón Martí Alsina. Teología y simbolismo masónicos: “La Columna de la Sabiduría no se entiende sin el Venerable Maestro, y éste no se comprende sin ella: ambos son expresión de la misma verticalidad espiritual que guía a los constructores.”

14. Salvador Allende. Masón, discurso en R L Progreso Nº4: “el venerable maestro no gobierna; orienta. Y lo hace desde la sabiduría que simboliza su trono oriental, desde donde nace la luz que ordena nuestros trabajos.”

15. Gonzalo Gallo González. Masonería y conciencia espiritual: “El venerable y la columna oriental son inseparables: sin sabiduría no hay guía verdadera, y sin guía, la logia es un cuerpo sin rumbo.”



[1] Jules Eugène Boucher​ ​ (28 de febrero de 1902-9 de junio de 1955), fue un escritor, ocultista, alquimista, masón y gran maestro francés.​ Su libro El Símbolo Masónico es utilizado como un manual entre los masones franceses.​Boucher publicó varios artículos sobre alquimia y masonería en las revistas: Simbolismo, tu Felicidad e Iniciación y Ciencia

[2] Oswald Wirth. (5 de agosto de 1860, Brienz, Suiza - 9 de marzo de 1943) Gran conocedor de las tradiciones antiguas, escribió varias obras que han llegado a nuestros días como auténticos clásicos del mundo iniciático y el simbolismo, como los famosos manuales de Aprendiz, Compañero y Maestro, El ideal iniciático, El simbolismo astrológico, El simbolismo hermético y su relación con la alquimia y la francmasonería, Hermetismo y francmasonería, La imposición de las manos, Tarot y el arte de la memoria y Teoría y símbolos de la filosofía hermética. También es autor del conocido como «Tarot de Wirth», uno de los más ampliamente difundidos en todo el mundo.

[3] Walter Leslie Wilmshurst (22 de junio de 1867 - 10 de julio de 1939). fue un autor inglés y masón. Publicó cuatro libros sobre la masonería inglesa y muchos artículos en La Revista de lo Oculto. Libros: El significado de la masonería (1922), La ceremonia de iniciación (1932), La ceremonia del fallecimiento, Notas sobre la Conciencia Cósmica y Iniciación Masónica (1924).

 


lunes, 14 de julio de 2025

LAS TRES COLUMNAS DE LA LOGIA EN LA EXPERIENCIA MASÓNICA DEL APRENDIZ MASÓN Y SUS IMPLICACIONES SOCIO-POLÍTICAS

 


Este es el primer trabajo de cinco, donde pretendo, desde una profundidad académica y bibliográficamente documentada, hacer claridad sobre las relaciones existentes entre las tres luces -sabiduría, fuerza y belleza- con los Dignatarios del Taller -venerable maestro, primer vigilante y segundo vigilante- como también con los órdenes arquitectónicos clásicos -jónico, dórico y corintio.-

Cuando el aprendiz penetra por primera vez al templo, lo hace en medio de la oscuridad exterior, del ruido profano que le aleja de sí mismo. Despojado de todo ornamento mundano, comienza su tránsito por la vía iniciática. No se trata de un camino de acumulación, sino de despojo; no de conquista exterior, sino de despertar interior. En ese nuevo mundo que se le abre, tres columnas fundamentales sostienen su comprensión del templo, del cosmos y de sí mismo: la sabiduría, la fuerza y la belleza. Estas no son meros nombres poéticos inscritos en el decorado del taller: son principios vivos, arquetipos espirituales y fuerzas operantes que deben encarnarse en la conciencia y en la acción del aprendiz.

Las tres columnas no sólo sostienen simbólicamente el edificio sagrado, sino que representan las potencias del alma que, equilibradas, permiten la realización del ser. Estas columnas no son objetos físicos, sino estados del espíritu, formas de comprender y orientar la existencia. Al recorrer el sendero del aprendiz, uno debe hacer de cada columna una morada interior. Así como el templo visible no puede sostenerse si alguna de sus columnas cae, la edificación espiritual del masón tampoco puede progresar si no armoniza en sí mismo estas tres potencias.

En la tradición masónica, la columna de la sabiduría se asocia al venerable maestro, quien dirige la logia desde el oriente. Él representa al sol naciente, al principio rector que alumbra la obra. Para el aprendiz, esta sabiduría no es la erudición ni el conocimiento acumulado, sino el despertar de la conciencia, la apertura al logos interior. Es la intuición del orden, la claridad que surge cuando el ego se silencia y el alma comienza a escuchar la voz del silencio. El aprendiz comienza reconociendo su ignorancia, su ceguera, y ese reconocimiento ya es el inicio de la sabiduría. La sabiduría le invita a pensar con profundidad, a discernir con claridad, a dirigir su vida conforme a principios superiores. No se trata de saber por saber, sino de comprender para construir. Como diría Walter Leslie Wilmshurst, “el verdadero propósito de la iniciación es hacer al hombre consciente del alma en sí mismo”. Y esa alma es expresión de la sabiduría eterna.

La fuerza, columna atribuida al primer vigilante, representa el poder necesario para perseverar, para soportar el trabajo iniciático, para enfrentar las pruebas del perfeccionamiento moral. No es una fuerza bruta ni violenta, sino una energía interior, una voluntad templada. Es la capacidad de mantenerse firme en el camino, aun cuando el mundo exterior ofrezca resistencia o el ego interno busque desviar la atención. Para el aprendiz, la fuerza es ese impulso que lo sostiene en su reforma interior. Es también la constancia en el trabajo, la disciplina silenciosa, la obediencia consciente a la ley simbólica. Se necesita fuerza para pulir la piedra, para enfrentarse al caos interior, para aceptar la guía del método simbólico. Esa fuerza no es sólo individual; proviene también del egregor de la logia, del vínculo fraterno, del silencio sagrado compartido en tenida. Como enseña René Guénon, “la iniciación no es una adquisición profana, sino una transmisión de influencias espirituales”; y la columna de la fuerza simboliza el canal por donde tales influencias se afianzan en la vida.

La belleza, ligada al segundo vigilante y a la columna que preside el sur, es quizás la más sutil y menos comprendida. No se trata de una belleza estética, superficial o meramente sensible. Se trata de la armonía que surge cuando el corazón, la razón y la voluntad vibran en concordancia. Es la luz del alma que ha comenzado a ordenar su caos. La belleza del templo no es su ornato material, sino el hecho de que cada símbolo está en su lugar, que todo guarda una proporción secreta, que nada es arbitrario. Para el aprendiz, la belleza es la meta y el método. Meta, porque el trabajo iniciático busca producir una transformación armoniosa del ser. Método, porque todo en el camino está diseñado para embellecer el alma, para volverla transparente al espíritu. Oswald Wirth señala que “la belleza es el esplendor de la verdad manifestada en forma”. Así, el aprendiz descubre que la belleza es revelación de lo divino a través de la forma.

En la disposición del templo, estas columnas forman un triángulo sagrado. No hay línea recta entre ellas, sino una circulación de energías, una danza simbólica. El aprendiz, que comienza su trabajo en la columna del norte, región del misterio y de la potencia latente, está llamado a recorrer con su vida ese triángulo. Debe pasar del caos a la forma, del ego a la luz, del ruido profano al silencio interior. Las tres columnas le ofrecen los instrumentos para ello. Son una trinidad de poder, conocimiento y armonía. Pero este triángulo sólo se activa cuando el aprendiz se convierte en el cuarto punto: el centro operativo donde convergen y se equilibran esas fuerzas. Así como el templo de Salomón no era simplemente una construcción física, sino un cuerpo espiritual donde habitaba la Shekhiná, así también el aprendiz debe convertirse en un templo viviente, habitado por la sabiduría, la fuerza y la belleza.

Cada columna exige un trabajo distinto. La sabiduría pide escucha y contemplación. La fuerza exige acción recta y perseverancia. La belleza solicita sensibilidad, orden y capacidad de amar. No se trata de cualidades excluyentes, sino de aspectos interdependientes. Un aprendiz que acumule conocimientos sin fuerza de voluntad será estéril. Otro que sea voluntarioso, pero sin comprensión será violento o ciego. Y quien busque la belleza sin sustancia será superficial. La iniciación masónica busca precisamente ese equilibrio integral. El templo que el aprendiz construye en sí mismo no puede sostenerse sin estas tres columnas. No puede vivir en plenitud masónica si no deja que cada una de ellas impregne su ser.

El trabajo del aprendiz no termina con la recepción del primer grado, apenas comienza, su plancha de arquitectura está aún en blanco, las herramientas están sobre la mesa, pero deben ser usadas con maestría creciente; cada golpe al bloque de piedra representa una elección moral, una intuición espiritual, una renuncia al egoísmo. Las tres columnas son, en ese sentido, sus maestras interiores. La logia las representa simbólicamente; el aprendiz debe activarlas existencialmente.

Y aquí reside un secreto profundo del simbolismo masónico: que aquello que aparece como una estructura del templo externo es en realidad el mapa del alma. El templo está dentro. Las columnas también. No basta contemplarlas; hay que encarnarlas. No basta hablar de ellas; hay que vivirlas. Cuando el aprendiz comienza a actuar con sabiduría, a sostenerse con fuerza y a ordenar su vida con belleza, el templo interior se levanta, y la luz comienza a habitar en él; en ese punto, ya no es sólo aprendiz por título, sino por esencia, ha comenzado a despertar, ha comprendido que la verdadera columna no está hecha de piedra, sino de virtud; que el templo no se encuentra en el mundo, sino en el alma, y, que la masonería no es una institución, sino un camino de regeneración del ser.

Por eso, al cerrar sus trabajos, el aprendiz no abandona el templo: lo lleva consigo; y mientras vive en el mundo profano, continúa edificando en silencio, porque su corazón ha comenzado a sostenerse en tres columnas invisibles, eternas, divinas: la Sabiduría que ilumina, la Fuerza que sostiene y la Belleza que redime.

Pero hay que tener claro que las tres columnas que sustentan simbólicamente el templo masónico, no sólo operan en el ámbito del desarrollo interior del masón, sino que también tienen profundas implicaciones sociales y políticas. La masonería, aunque inicia al individuo en el silencio del templo, lo impulsa hacia una acción transformadora en el mundo. El templo interior no puede desvincularse del templo colectivo: la sociedad. El masón, al encarnar estas tres columnas en su vida, se convierte en agente de cambio, portador de un modelo de ciudadanía basado en principios éticos, espirituales y filosóficos.

La Sabiduría, en su dimensión social y política, no es mero conocimiento técnico ni erudición académica. Es la capacidad de discernir lo justo, de comprender la complejidad de la vida social sin caer en reduccionismos. El masón que cultiva la sabiduría no se deja arrastrar por las pasiones ideológicas, ni se convierte en instrumento de fanatismos o dogmas. Más bien, busca el bien común, la armonía social, la equidad y la paz fundada en la comprensión profunda del ser humano y sus necesidades. La sabiduría le exige mirar más allá de lo inmediato, ver las causas ocultas de los problemas sociales, escuchar con atención y hablar con responsabilidad. Así, el masón no es un mero espectador del devenir político de su entorno, sino alguien que aporta luz en medio de las tinieblas de la confusión, la manipulación y la ignorancia. Su palabra está regida por el logos y su acción por el discernimiento.

La Fuerza, lejos de aludir a la imposición o la violencia, representa en lo social la capacidad de sostener y proteger los principios fundamentales que hacen posible la vida en comunidad. El masón, como defensor de la libertad, de la justicia y de los derechos humanos, debe tener el coraje de resistir a las injusticias, oponerse a los abusos de poder y sostener con firmeza la dignidad de cada ser humano. En una sociedad marcada por la desigualdad, la corrupción y la manipulación, la fuerza del masón se convierte en resistencia ética, en columna vertebral del civismo y la conciencia crítica. Su compromiso no es con ideologías pasajeras, sino con los valores perennes que estructuran una sociedad libre y fraterna. La fuerza social del masón se manifiesta en su integridad, en su coherencia, en su capacidad de sostener lo justo aun cuando todo le invite a ceder. Se convierte así en guardián del orden moral, no como policía del otro, sino como vigilante de sí mismo.

La Belleza, finalmente, lejos de ser una dimensión decorativa, es la forma armoniosa que toma la verdad cuando se encarna en la sociedad. La belleza social es la equidad, la convivencia en diversidad, la solidaridad organizada, la política entendida como servicio y no como lucha por el poder. El masón que vive en la columna de la belleza procura embellecer su entorno: con su palabra, su actitud, su capacidad de escucha, su forma de construir comunidad. Promueve la cultura, el arte, el diálogo, y todas las expresiones que ennoblecen al ser humano. En un mundo herido por la fragmentación y el utilitarismo, el masón aporta sentido, armonía y esperanza. Sabe que no basta con saber y resistir; también es necesario crear, inspirar, embellecer. La belleza es política cuando es capaz de transformar la estructura del vivir juntos en un espacio digno para todos. Así, la columna de la belleza enseña al masón que toda reforma social debe también ser estética: debe tocar el alma del pueblo, despertar sus mejores sueños y abrir senderos hacia una vida plena.

En conjunto, las tres columnas configuran una ética de la acción pública profundamente transformadora. El masón que se forma en ellas no se convierte en un técnico de la política, ni en un militante ciego, sino en un constructor consciente del tejido social. Sabe que la sabiduría sin fuerza es estéril, que la fuerza sin belleza es tiranía, y que la belleza sin sabiduría es banalidad. Su compromiso con la humanidad se expresa no en la grandilocuencia, sino en el trabajo silencioso y constante, en la fidelidad a los valores iniciáticos, en la promoción de la justicia, la libertad y la fraternidad.

En tiempos de polarización, de crisis institucional, de decadencia ética en lo público, las tres columnas se convierten en un modelo de regeneración. La masonería no ofrece recetas políticas, pero sí forma hombres y mujeres capaces de pensar, actuar y embellecer el mundo. Y en ese sentido, el masón no puede ser indiferente al sufrimiento social, a la marginación, a la injusticia o a la manipulación de los pueblos. Su camino iniciático le compromete a encarnar, en cada decisión de la vida pública o privada, el espíritu del templo: un lugar donde la sabiduría guía, la fuerza sostiene y la belleza redime.

Por ello, cada masón está llamado a ser, en su entorno, una de esas columnas vivas: un sabio que ilumina, un fuerte que sostiene, un bello que inspira. Sólo así la logia se proyecta más allá de sus muros, y el templo se construye en la ciudad, en el barrio, en el país. El ideal masónico se convierte en política del alma, en ética del compromiso, en estética del bien común. Así se cumple el verdadero sentido de la iniciación: no escapar del mundo, sino transformarlo desde adentro.

 

Referencias bibliográficas sobre la relación simbólica, espiritual y funcional entre el venerable maestro y la columna de la sabiduría.

 1. Wilmshurst, W. L. El Significado de la Masonería. London: Rider & Co., 1922. Explora el rol del Venerable Maestro como representante de la Sabiduría y del principio solar en la logia. Destaca el “oriente” como sede de la iluminación espiritual.

2. Oswald Wirth. El simbolismo masónico: La interpretación esotérica de los rituales del Aprendiz, Compañero y Maestro. Barcelona: Ediciones Humanitas, 2002. Relaciona directamente al Venerable Maestro con el principio de la Sabiduría activa, el Sol naciente y el centro rector del trabajo ritual.

3. René Guénon. Símbolos fundamentales de la ciencia sagrada. Buenos Aires: Ediciones Obelisco, 2005. Profundiza en la noción de Oriente como fuente de la Sabiduría espiritual, y por extensión, el papel del Venerable Maestro como mediador entre lo trascendente y el templo.

4. Jules Boucher. La simbología masónica. Buenos Aires: Kier, 1994: Relaciona el cargo del Venerable Maestro con el arquetipo del “logos ordenador” y el poder espiritual de dirigir la obra en armonía con la Sabiduría universal.

5. Jean-Marie Ragon. Curso filosófico e interpretativo sobre iniciaciones antiguas y modernas. Paris: Bussière, 1991 (original en 1853). Detalla el papel del Venerable Maestro como el depositario de la ciencia sagrada, responsable de la armonía y sabiduría del taller.

6. Albert G. Mackey. Léxico de la masonería. New York: Masonic Publishing Co., 1852. Define al Venerable Maestro como símbolo de la sabiduría directiva, necesario para coordinar el trabajo espiritual del taller.

7. Enrique Pérez Escrich. Diccionario enciclopédico de la Masonería. Madrid.: Imprenta de Gaspar y Roig, 1873. Describe el cargo del Venerable Maestro como manifestación activa de la sabiduría ritual, en relación con las enseñanzas del Oriente simbólico.

8. Luis Hermida. El Venerable Maestro: Guía ritual, simbólica y espiritual de su función. Bogotá: Ediciones Masónicas de Colombia, 2015. Manual contemporáneo que profundiza en las implicaciones espirituales, filosóficas y pedagógicas del cargo.

9. Eduardo R. Callaey: Masonería y tradición iniciática. Buenos Aires: Kier, 2004. Explora la noción de autoridad simbólica del Venerable Maestro como manifestación activa de la sabiduría tradicional.

10. Pierré Pelle Le Croisa. El simbolismo del templo masónico. Barcelona: Obelisco, 2001. Describe la disposición del templo y las correspondencias entre cargos y columnas, asignando al Venerable Maestro la función solar y sapiencial.

 

Referencias bibliográficas sobre la relación simbólica, esotérica, ritual y funcional entre el primer vigilante y la columna de la fuerza.

1. Oswald Wirth. El simbolismo masónico: La interpretación esotérica de los rituales del Aprendiz, Compañero y Maestro. Barcelona: Ediciones Humanitas, 2002. Expone que el Primer Vigilante encarna la columna de la Fuerza y custodia el equilibrio operativo del taller. Lo asocia con la voluntad rectora, el rigor y la función iniciática del trabajo simbólico.

2. Jules Boucher. La simbólica masónica. Buenos Aires: Kier, 1994. Detalla el simbolismo del Primer Vigilante como manifestación de la Fuerza, energía organizadora del trabajo y vigilancia activa del progreso masónico.

3. René Guénon. Símbolos fundamentales de la ciencia sagrada. Buenos Aires: Obelisco, 2005. Aunque no menciona directamente al primer vigilante, sus desarrollos sobre el simbolismo vertical -columna de fuerza- y su vinculación con los “guardianes de las puertas” iluminan su rol masónico.

4. Jean-Marie Ragon. Curso filosófico e interpretativo sobre iniciaciones antiguas y modernas. Paris: Bussière, 1991. Relaciona al Primer Vigilante con la vigilancia activa de la ley simbólica y el esfuerzo sostenido del Compañero en el camino del perfeccionamiento.

5. W.L. Wilmshurst. El significado de la masonería. London: Rider & Co., 1922. Aunque se enfoca principalmente en lo espiritual del oficio, sugiere que la fuerza es uno de los principios que deben interiorizarse y que el primer vigilante representa ese sostén moral y energético.

6. Albert G. Mackey. Enciclopedia de la Francmasonería. Chicago: Masonic History Co., 1917. Describe al primer vigilante como símbolo de la fuerza moderadora, a cargo de la instrucción del compañero y del trabajo material disciplinado.

7. Enrique Pérez Escrich. Diccionario enciclopédico de la Masonería. Madrid: Gaspar y Roig, 1873. Asocia al primer vigilante con la columna de la fuerza y destaca su rol de sostén organizativo y de vigilancia estructural de la logia.

8. Luis Hermida. El Primer Vigilante: Función simbólica y guía iniciática del Compañero. Bogotá: Ediciones Masónicas de Colombia, 2016. Profundiza en el papel del primer vigilante como instructor de la fuerza simbólica y vigilante del desarrollo moral de los obreros.

9. Eduardo R. Callaey. Masonería y tradición iniciática. Buenos Aires: Kier, 2004. Relaciona las columnas con los poderes del alma, y al primer vigilante con la voluntad activa en el proceso masónico del compañero.

10. Pierré Pelle Le Croisa. El simbolismo del templo masónico. Barcelona: Obelisco, 2001. Expone la disposición del templo y cómo el primer vigilante se sitúa simbólicamente al occidente, presidido por la columna de la fuerza.

 

Referencias bibliográficas sobre la relación simbólica, esotérica, ritual y funcional entre el segundo vigilante y la columna de la belleza.

1. Oswald Wirth. El simbolismo masónico: La interpretación esotérica de los rituales del Aprendiz, Compañero y Maestro. Barcelona: Ediciones Humanitas, 2002. Wirth asocia la columna de la belleza con el segundo vigilante, señalando que él representa la armonía necesaria para equilibrar la acción y la sabiduría. Relaciona esta columna con el sur, lugar del mediodía, plenitud de la luz y del desarrollo del alma.

2. Jules Boucher. La simbólica masónica. Buenos Aires: Kier, 1994. El segundo vigilante es presentado como el vigilante del desarrollo inicial del aprendiz, vinculado a la belleza, entendida como el orden armónico que nace de la instrucción simbólica y la correcta disposición de la vida interior.

3. René Guénon. Símbolos fundamentales de la ciencia sagrada. Buenos Aires: Ediciones Obelisco, 2005. Aunque no aborda directamente al segundo vigilante, trata extensamente la noción de belleza como manifestación de la verdad a través de la forma, lo que apoya su vinculación con la función simbólica del cargo.

4. Jean-Marie Ragon. Curso filosófico e interpretativo sobre iniciaciones antiguas y modernas. Paris: Éditions Bussière, 1991. Explica cómo el segundo vigilante representa la armonía moral, el equilibrio formativo del aprendiz y el principio de belleza como proporción del alma.

5. Albert G. Mackey. Enciclopedia de la Francmasonería. Chicago: Masonic History Company, 1917. Describe la columna de la belleza como aquella que corresponde al sur y al segundo vigilante, enfatizando su papel en la supervisión estética y formativa del trabajo masónico inicial.

6. Luis Hermida. El Segundo Vigilante: Formación simbólica del Aprendiz y principio de Belleza en el Templo. Bogotá: Ediciones Masónicas de Colombia, 2017. Desarrolla ampliamente el papel del segundo vigilante como guía del proceso formativo inicial y custodio de la armonía entre símbolos, palabra y conducta.

7. Eduardo R. Callaey. Masonería y tradición iniciática. Buenos Aires: Kier, 2004. Expone cómo los cargos en la logia representan estados del alma y funciones cósmicas. El Segundo Vigilante es el guardián de la forma y de la armonía, asociado a la Belleza activa.

8. Pierré Pelle Le Croisa. El simbolismo del templo masónico. Barcelona: Ediciones Obelisco, 2001. Vincula la ubicación del segundo vigilante con el sur y la belleza, detallando su papel en la disposición simbólica del templo y su relación con la luz cenital.

9. Jorge Adoum (Mago Jefa) Del Rito al Símbolo. México: Ediciones Lux, 1990. Interpreta esotéricamente los oficios del taller, asociando la belleza al florecimiento del alma en el mediodía de la conciencia.

10. Guillermo De los Santos. Manual del Segundo Vigilante. Montevideo: Ediciones Sol de Medianoche, 2015. Obra enfocada en la dimensión ritual y pedagógica del segundo vigilante, profundizando en su relación con la belleza entendida como virtud formativa y expresión del orden espiritual.


SOY UN ETERNO APRENDIZ ¿Qué tan cierto es que siempre somos aprendices?

  Soy un eterno aprendiz. Lo proclamo no como un gesto de falsa modestia, sino como una convicción que atraviesa mi ser y da sentido a mi vi...