Este es el primer trabajo de cinco, donde pretendo, desde una profundidad académica y bibliográficamente documentada, hacer claridad sobre las relaciones existentes entre las tres luces -sabiduría, fuerza y belleza- con los Dignatarios del Taller -venerable maestro, primer vigilante y segundo vigilante- como también con los órdenes arquitectónicos clásicos -jónico, dórico y corintio.-
Cuando el
aprendiz penetra por primera vez al templo, lo hace en medio de la oscuridad exterior,
del ruido profano que le aleja de sí mismo. Despojado de todo ornamento
mundano, comienza su tránsito por la vía iniciática. No se trata de un camino
de acumulación, sino de despojo; no de conquista exterior, sino de despertar
interior. En ese nuevo mundo que se le abre, tres columnas fundamentales
sostienen su comprensión del templo, del cosmos y de sí mismo: la sabiduría, la
fuerza y la belleza. Estas no son meros nombres poéticos inscritos en el
decorado del taller: son principios vivos, arquetipos espirituales y fuerzas
operantes que deben encarnarse en la conciencia y en la acción del aprendiz.
Las tres
columnas no sólo sostienen simbólicamente el edificio sagrado, sino que
representan las potencias del alma que, equilibradas, permiten la realización
del ser. Estas columnas no son objetos físicos, sino estados del espíritu,
formas de comprender y orientar la existencia. Al recorrer el sendero del
aprendiz, uno debe hacer de cada columna una morada interior. Así como el
templo visible no puede sostenerse si alguna de sus columnas cae, la
edificación espiritual del masón tampoco puede progresar si no armoniza en sí
mismo estas tres potencias.
En la
tradición masónica, la columna de la sabiduría se asocia al venerable maestro,
quien dirige la logia desde el oriente. Él representa al sol naciente, al
principio rector que alumbra la obra. Para el aprendiz, esta sabiduría no es la
erudición ni el conocimiento acumulado, sino el despertar de la conciencia, la
apertura al logos interior. Es la intuición del orden, la claridad que surge
cuando el ego se silencia y el alma comienza a escuchar la voz del silencio. El
aprendiz comienza reconociendo su ignorancia, su ceguera, y ese reconocimiento
ya es el inicio de la sabiduría. La sabiduría le invita a pensar con
profundidad, a discernir con claridad, a dirigir su vida conforme a principios
superiores. No se trata de saber por saber, sino de comprender para construir.
Como diría Walter Leslie Wilmshurst, “el verdadero propósito de la
iniciación es hacer al hombre consciente del alma en sí mismo”. Y esa alma
es expresión de la sabiduría eterna.
La fuerza,
columna atribuida al primer vigilante, representa el poder necesario para
perseverar, para soportar el trabajo iniciático, para enfrentar las pruebas del
perfeccionamiento moral. No es una fuerza bruta ni violenta, sino una energía
interior, una voluntad templada. Es la capacidad de mantenerse firme en el
camino, aun cuando el mundo exterior ofrezca resistencia o el ego interno
busque desviar la atención. Para el aprendiz, la fuerza es ese impulso que lo
sostiene en su reforma interior. Es también la constancia en el trabajo, la
disciplina silenciosa, la obediencia consciente a la ley simbólica. Se necesita
fuerza para pulir la piedra, para enfrentarse al caos interior, para aceptar la
guía del método simbólico. Esa fuerza no es sólo individual; proviene también
del egregor de la logia, del vínculo fraterno, del silencio sagrado compartido
en tenida. Como enseña René Guénon, “la iniciación no es una adquisición
profana, sino una transmisión de influencias espirituales”; y la columna de
la fuerza simboliza el canal por donde tales influencias se afianzan en la
vida.
La belleza,
ligada al segundo vigilante y a la columna que preside el sur, es quizás la más
sutil y menos comprendida. No se trata de una belleza estética, superficial o
meramente sensible. Se trata de la armonía que surge cuando el corazón, la
razón y la voluntad vibran en concordancia. Es la luz del alma que ha comenzado
a ordenar su caos. La belleza del templo no es su ornato material, sino el
hecho de que cada símbolo está en su lugar, que todo guarda una proporción
secreta, que nada es arbitrario. Para el aprendiz, la belleza es la meta y el
método. Meta, porque el trabajo iniciático busca producir una transformación
armoniosa del ser. Método, porque todo en el camino está diseñado para
embellecer el alma, para volverla transparente al espíritu. Oswald Wirth señala
que “la belleza es el esplendor de la verdad manifestada en forma”. Así,
el aprendiz descubre que la belleza es revelación de lo divino a través de la
forma.
En la
disposición del templo, estas columnas forman un triángulo sagrado. No hay
línea recta entre ellas, sino una circulación de energías, una danza simbólica.
El aprendiz, que comienza su trabajo en la columna del norte, región del
misterio y de la potencia latente, está llamado a recorrer con su vida ese
triángulo. Debe pasar del caos a la forma, del ego a la luz, del ruido profano
al silencio interior. Las tres columnas le ofrecen los instrumentos para ello.
Son una trinidad de poder, conocimiento y armonía. Pero este triángulo sólo se
activa cuando el aprendiz se convierte en el cuarto punto: el centro operativo
donde convergen y se equilibran esas fuerzas. Así como el templo de Salomón no
era simplemente una construcción física, sino un cuerpo espiritual donde
habitaba la Shekhiná, así también el aprendiz debe convertirse en un templo
viviente, habitado por la sabiduría, la fuerza y la belleza.
Cada columna
exige un trabajo distinto. La sabiduría pide escucha y contemplación. La fuerza
exige acción recta y perseverancia. La belleza solicita sensibilidad, orden y
capacidad de amar. No se trata de cualidades excluyentes, sino de aspectos
interdependientes. Un aprendiz que acumule conocimientos sin fuerza de voluntad
será estéril. Otro que sea voluntarioso, pero sin comprensión será violento o
ciego. Y quien busque la belleza sin sustancia será superficial. La iniciación
masónica busca precisamente ese equilibrio integral. El templo que el aprendiz
construye en sí mismo no puede sostenerse sin estas tres columnas. No puede
vivir en plenitud masónica si no deja que cada una de ellas impregne su ser.
El trabajo
del aprendiz no termina con la recepción del primer grado, apenas comienza, su
plancha de arquitectura está aún en blanco, las herramientas están sobre la
mesa, pero deben ser usadas con maestría creciente; cada golpe al bloque de
piedra representa una elección moral, una intuición espiritual, una renuncia al
egoísmo. Las tres columnas son, en ese sentido, sus maestras interiores. La
logia las representa simbólicamente; el aprendiz debe activarlas
existencialmente.
Y aquí
reside un secreto profundo del simbolismo masónico: que aquello que aparece
como una estructura del templo externo es en realidad el mapa del alma. El
templo está dentro. Las columnas también. No basta contemplarlas; hay que
encarnarlas. No basta hablar de ellas; hay que vivirlas. Cuando el aprendiz
comienza a actuar con sabiduría, a sostenerse con fuerza y a ordenar su vida
con belleza, el templo interior se levanta, y la luz comienza a habitar en él;
en ese punto, ya no es sólo aprendiz por título, sino por esencia, ha comenzado
a despertar, ha comprendido que la verdadera columna no está hecha de piedra,
sino de virtud; que el templo no se encuentra en el mundo, sino en el alma, y, que
la masonería no es una institución, sino un camino de regeneración del ser.
Por eso, al
cerrar sus trabajos, el aprendiz no abandona el templo: lo lleva consigo; y
mientras vive en el mundo profano, continúa edificando en silencio, porque su
corazón ha comenzado a sostenerse en tres columnas invisibles, eternas,
divinas: la Sabiduría que ilumina, la Fuerza que sostiene y la Belleza que
redime.
Pero hay que
tener claro que las tres columnas que sustentan simbólicamente el templo
masónico, no sólo operan en el ámbito del desarrollo interior del masón, sino
que también tienen profundas implicaciones sociales y políticas. La masonería,
aunque inicia al individuo en el silencio del templo, lo impulsa hacia una
acción transformadora en el mundo. El templo interior no puede desvincularse
del templo colectivo: la sociedad. El masón, al encarnar estas tres columnas en
su vida, se convierte en agente de cambio, portador de un modelo de ciudadanía
basado en principios éticos, espirituales y filosóficos.
La Sabiduría, en su dimensión social y
política, no es mero conocimiento técnico ni erudición académica. Es la
capacidad de discernir lo justo, de comprender la complejidad de la vida social
sin caer en reduccionismos. El masón que cultiva la sabiduría no se deja
arrastrar por las pasiones ideológicas, ni se convierte en instrumento de
fanatismos o dogmas. Más bien, busca el bien común, la armonía social, la
equidad y la paz fundada en la comprensión profunda del ser humano y sus
necesidades. La sabiduría le exige mirar más allá de lo inmediato, ver las
causas ocultas de los problemas sociales, escuchar con atención y hablar con
responsabilidad. Así, el masón no es un mero espectador del devenir político de
su entorno, sino alguien que aporta luz en medio de las tinieblas de la
confusión, la manipulación y la ignorancia. Su palabra está regida por el logos
y su acción por el discernimiento.
La
Fuerza,
lejos de aludir a la imposición o la violencia, representa en lo social la
capacidad de sostener y proteger los principios fundamentales que hacen posible
la vida en comunidad. El masón, como defensor de la libertad, de la justicia y
de los derechos humanos, debe tener el coraje de resistir a las injusticias,
oponerse a los abusos de poder y sostener con firmeza la dignidad de cada ser
humano. En una sociedad marcada por la desigualdad, la corrupción y la
manipulación, la fuerza del masón se convierte en resistencia ética, en columna
vertebral del civismo y la conciencia crítica. Su compromiso no es con
ideologías pasajeras, sino con los valores perennes que estructuran una
sociedad libre y fraterna. La fuerza social del masón se manifiesta en su
integridad, en su coherencia, en su capacidad de sostener lo justo aun cuando
todo le invite a ceder. Se convierte así en guardián del orden moral, no como
policía del otro, sino como vigilante de sí mismo.
La Belleza, finalmente, lejos de ser una dimensión decorativa, es la forma armoniosa que toma la verdad cuando se encarna en la sociedad. La belleza social es la equidad, la convivencia en diversidad, la solidaridad organizada, la política entendida como servicio y no como lucha por el poder. El masón que vive en la columna de la belleza procura embellecer su entorno: con su palabra, su actitud, su capacidad de escucha, su forma de construir comunidad. Promueve la cultura, el arte, el diálogo, y todas las expresiones que ennoblecen al ser humano. En un mundo herido por la fragmentación y el utilitarismo, el masón aporta sentido, armonía y esperanza. Sabe que no basta con saber y resistir; también es necesario crear, inspirar, embellecer. La belleza es política cuando es capaz de transformar la estructura del vivir juntos en un espacio digno para todos. Así, la columna de la belleza enseña al masón que toda reforma social debe también ser estética: debe tocar el alma del pueblo, despertar sus mejores sueños y abrir senderos hacia una vida plena.
En conjunto,
las tres columnas configuran una ética de la acción pública profundamente
transformadora. El masón que se forma en ellas no se convierte en un técnico de
la política, ni en un militante ciego, sino en un constructor consciente del
tejido social. Sabe que la sabiduría sin fuerza es estéril, que la fuerza sin
belleza es tiranía, y que la belleza sin sabiduría es banalidad. Su compromiso
con la humanidad se expresa no en la grandilocuencia, sino en el trabajo
silencioso y constante, en la fidelidad a los valores iniciáticos, en la
promoción de la justicia, la libertad y la fraternidad.
En tiempos
de polarización, de crisis institucional, de decadencia ética en lo público,
las tres columnas se convierten en un modelo de regeneración. La masonería no
ofrece recetas políticas, pero sí forma hombres y mujeres capaces de pensar,
actuar y embellecer el mundo. Y en ese sentido, el masón no puede ser
indiferente al sufrimiento social, a la marginación, a la injusticia o a la manipulación
de los pueblos. Su camino iniciático le compromete a encarnar, en cada decisión
de la vida pública o privada, el espíritu del templo: un lugar donde la
sabiduría guía, la fuerza sostiene y la belleza redime.
Por ello,
cada masón está llamado a ser, en su entorno, una de esas columnas vivas: un
sabio que ilumina, un fuerte que sostiene, un bello que inspira. Sólo así la
logia se proyecta más allá de sus muros, y el templo se construye en la ciudad,
en el barrio, en el país. El ideal masónico se convierte en política del alma,
en ética del compromiso, en estética del bien común. Así se cumple el verdadero
sentido de la iniciación: no escapar del mundo, sino transformarlo desde
adentro.
Referencias
bibliográficas sobre la relación simbólica, espiritual y funcional entre el
venerable maestro y la columna de la sabiduría.
2. Oswald
Wirth. El simbolismo masónico: La interpretación esotérica de los rituales del
Aprendiz, Compañero y Maestro. Barcelona: Ediciones Humanitas, 2002. Relaciona
directamente al Venerable Maestro con el principio de la Sabiduría activa, el
Sol naciente y el centro rector del trabajo ritual.
3. René
Guénon. Símbolos fundamentales de la ciencia sagrada. Buenos Aires: Ediciones
Obelisco, 2005. Profundiza en la noción de Oriente como fuente de la
Sabiduría espiritual, y por extensión, el papel del Venerable Maestro como
mediador entre lo trascendente y el templo.
4. Jules
Boucher. La simbología masónica. Buenos Aires: Kier, 1994: Relaciona el
cargo del Venerable Maestro con el arquetipo del “logos ordenador” y el poder
espiritual de dirigir la obra en armonía con la Sabiduría universal.
5.
Jean-Marie Ragon. Curso filosófico e interpretativo sobre iniciaciones antiguas
y modernas. Paris: Bussière, 1991 (original en 1853). Detalla el papel del
Venerable Maestro como el depositario de la ciencia sagrada, responsable de la
armonía y sabiduría del taller.
6. Albert G.
Mackey. Léxico de la masonería. New York: Masonic Publishing Co., 1852. Define
al Venerable Maestro como símbolo de la sabiduría directiva, necesario para
coordinar el trabajo espiritual del taller.
7. Enrique
Pérez Escrich. Diccionario enciclopédico de la Masonería. Madrid.: Imprenta
de Gaspar y Roig, 1873. Describe el cargo del Venerable Maestro como
manifestación activa de la sabiduría ritual, en relación con las enseñanzas del
Oriente simbólico.
8. Luis
Hermida. El Venerable Maestro: Guía ritual, simbólica y espiritual de su
función. Bogotá: Ediciones Masónicas de Colombia, 2015. Manual contemporáneo
que profundiza en las implicaciones espirituales, filosóficas y pedagógicas del
cargo.
9. Eduardo
R. Callaey: Masonería y tradición iniciática. Buenos Aires: Kier, 2004. Explora
la noción de autoridad simbólica del Venerable Maestro como manifestación
activa de la sabiduría tradicional.
10. Pierré
Pelle Le Croisa. El simbolismo del templo masónico. Barcelona: Obelisco, 2001. Describe
la disposición del templo y las correspondencias entre cargos y columnas,
asignando al Venerable Maestro la función solar y sapiencial.
Referencias
bibliográficas sobre la relación simbólica, esotérica, ritual y funcional entre
el primer vigilante y la columna de la fuerza.
1. Oswald Wirth. El simbolismo masónico: La interpretación esotérica de los rituales del Aprendiz, Compañero y Maestro. Barcelona: Ediciones Humanitas, 2002. Expone que el Primer Vigilante encarna la columna de la Fuerza y custodia el equilibrio operativo del taller. Lo asocia con la voluntad rectora, el rigor y la función iniciática del trabajo simbólico.
2. Jules
Boucher. La simbólica masónica. Buenos Aires: Kier, 1994. Detalla el
simbolismo del Primer Vigilante como manifestación de la Fuerza, energía
organizadora del trabajo y vigilancia activa del progreso masónico.
3. René
Guénon. Símbolos fundamentales de la ciencia sagrada. Buenos Aires: Obelisco,
2005. Aunque no menciona directamente al primer vigilante, sus desarrollos
sobre el simbolismo vertical -columna de fuerza- y su vinculación con los
“guardianes de las puertas” iluminan su rol masónico.
4.
Jean-Marie Ragon. Curso filosófico e interpretativo sobre iniciaciones antiguas
y modernas. Paris: Bussière, 1991. Relaciona al Primer Vigilante con la
vigilancia activa de la ley simbólica y el esfuerzo sostenido del Compañero en
el camino del perfeccionamiento.
5. W.L.
Wilmshurst. El significado de la masonería. London: Rider & Co., 1922. Aunque
se enfoca principalmente en lo espiritual del oficio, sugiere que la fuerza es
uno de los principios que deben interiorizarse y que el primer vigilante
representa ese sostén moral y energético.
6. Albert G.
Mackey. Enciclopedia de la Francmasonería. Chicago: Masonic History Co., 1917. Describe
al primer vigilante como símbolo de la fuerza moderadora, a cargo de la
instrucción del compañero y del trabajo material disciplinado.
7. Enrique
Pérez Escrich. Diccionario enciclopédico de la Masonería. Madrid: Gaspar y
Roig, 1873. Asocia al primer vigilante con la columna de la fuerza y destaca
su rol de sostén organizativo y de vigilancia estructural de la logia.
8. Luis
Hermida. El Primer Vigilante: Función simbólica y guía iniciática del
Compañero. Bogotá: Ediciones Masónicas de Colombia, 2016. Profundiza en el
papel del primer vigilante como instructor de la fuerza simbólica y vigilante
del desarrollo moral de los obreros.
9. Eduardo
R. Callaey. Masonería y tradición iniciática. Buenos Aires: Kier, 2004. Relaciona
las columnas con los poderes del alma, y al primer vigilante con la voluntad
activa en el proceso masónico del compañero.
10. Pierré
Pelle Le Croisa. El simbolismo del templo masónico. Barcelona: Obelisco, 2001. Expone
la disposición del templo y cómo el primer vigilante se sitúa simbólicamente al
occidente, presidido por la columna de la fuerza.
Referencias
bibliográficas sobre la relación simbólica, esotérica, ritual y funcional entre
el segundo vigilante y la columna de la belleza.
1. Oswald Wirth. El simbolismo masónico: La interpretación esotérica de los rituales del Aprendiz, Compañero y Maestro. Barcelona: Ediciones Humanitas, 2002. Wirth asocia la columna de la belleza con el segundo vigilante, señalando que él representa la armonía necesaria para equilibrar la acción y la sabiduría. Relaciona esta columna con el sur, lugar del mediodía, plenitud de la luz y del desarrollo del alma.
2. Jules
Boucher. La simbólica masónica. Buenos Aires: Kier, 1994. El segundo
vigilante es presentado como el vigilante del desarrollo inicial del aprendiz,
vinculado a la belleza, entendida como el orden armónico que nace de la
instrucción simbólica y la correcta disposición de la vida interior.
3. René
Guénon. Símbolos fundamentales de la ciencia sagrada. Buenos Aires: Ediciones
Obelisco, 2005. Aunque no aborda directamente al segundo vigilante, trata
extensamente la noción de belleza como manifestación de la verdad a través de
la forma, lo que apoya su vinculación con la función simbólica del cargo.
4.
Jean-Marie Ragon. Curso filosófico e interpretativo sobre iniciaciones antiguas
y modernas. Paris: Éditions Bussière, 1991. Explica cómo el segundo
vigilante representa la armonía moral, el equilibrio formativo del aprendiz y
el principio de belleza como proporción del alma.
5. Albert G.
Mackey. Enciclopedia de la Francmasonería. Chicago: Masonic History Company,
1917. Describe la columna de la belleza como aquella que corresponde al sur
y al segundo vigilante, enfatizando su papel en la supervisión estética y
formativa del trabajo masónico inicial.
6. Luis
Hermida. El Segundo Vigilante: Formación simbólica del Aprendiz y principio de
Belleza en el Templo. Bogotá: Ediciones Masónicas de Colombia, 2017. Desarrolla
ampliamente el papel del segundo vigilante como guía del proceso formativo
inicial y custodio de la armonía entre símbolos, palabra y conducta.
7. Eduardo
R. Callaey. Masonería y tradición iniciática. Buenos Aires: Kier, 2004. Expone
cómo los cargos en la logia representan estados del alma y funciones cósmicas.
El Segundo Vigilante es el guardián de la forma y de la armonía, asociado a la
Belleza activa.
8. Pierré
Pelle Le Croisa. El simbolismo del templo masónico. Barcelona: Ediciones
Obelisco, 2001. Vincula la ubicación del segundo vigilante con el sur y la
belleza, detallando su papel en la disposición simbólica del templo y su
relación con la luz cenital.
9. Jorge
Adoum (Mago Jefa) Del Rito al Símbolo. México: Ediciones Lux, 1990. Interpreta
esotéricamente los oficios del taller, asociando la belleza al florecimiento
del alma en el mediodía de la conciencia.
10.
Guillermo De los Santos. Manual del Segundo Vigilante. Montevideo: Ediciones
Sol de Medianoche, 2015. Obra enfocada en la dimensión ritual y pedagógica
del segundo vigilante, profundizando en su relación con la belleza entendida
como virtud formativa y expresión del orden espiritual.
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