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miércoles, 14 de mayo de 2025

EL VENERABLE MAESTRO, LUZ Y CENTRO DEL TALLER, ARQUETIPO DEL SABIO

 


El V• M no es simplemente quien ocupa el Oriente del taller; es el símbolo viviente de la luz que guía los trabajos y de la sabiduría que orienta el crecimiento de cada hermano. Su función va más allá del ceremonial: representa la conciencia despierta del templo, la voz de la razón y el corazón del rito. Desde el trono oriental, no sólo preside: escucha, mide, guarda silencio, y cuando habla, debe hacerlo con equilibrio. Él es el Sol en su cenit, cuya luz no permite sombras. Su responsabilidad no radica en el poder, sino en el ejemplo; no en el mando, sino en la armonía. El VM ha sido elegido por sus virtudes, su conocimiento del arte y su templanza de espíritu. Debe inspirar respeto, no por su autoridad, sino por su humildad; debe fomentar la unidad, no con imposiciones, sino con sabiduría fraterna. Pero más allá de la persona, el cargo nos recuerda una verdad profunda: en cada uno de nosotros habita un V• M interior. Al trabajar nuestra piedra bruta, aspiramos a despertar esa parte de nuestro ser que puede gobernar con serenidad, discernir con claridad y construir con amor. Así, cuando contemplamos al V• M  en el Oriente, recordamos que él es imagen del ideal masónico: ser luz para los demás, equilibrio en el templo y paz en el corazón. Por otra parte, en el centro del templo, elevado sobre sus columnas, se sienta el V• M , símbolo de la sabiduría, la justicia y la armonía. él representa el arquetipo del sabio, aquel que ha recorrido el sendero iniciático y cuya voz, al resonar en el silencio del templo, ordena el caos simbólico del mundo profano. El V• M  es imagen del Sol que ilumina y fecunda. Como el Sol al mediodía, su luz no proyecta sombra: su juicio debe ser equilibrado, sin inclinación hacia el prejuicio o la emoción. Por eso, el V• M  no gobierna con poder, sino con ejemplo; no impone, sino guía. Esta función exige no sólo conocimiento del rito y la ley, sino también un profundo dominio de sí mismo. El V• M  debe encarnar la temperancia, la prudencia, la fortaleza y la justicia, virtudes cardinales que aseguran que su gobierno no sea tiránico, sino fraternal. Pero también nosotros, como aprendices, compañeros y maestros, tenemos un deber: reconocer en el V• M  no sólo al hermano elegido, sino al reflejo del Maestro interior que cada uno debe cultivar. Pues si el templo es el espacio donde trabajamos la piedra bruta, el V• M  es el ideal hacia el cual aspiramos en nuestro propio proceso de perfeccionamiento. Así, cuando observamos al V• M  dirigir los trabajos, debemos preguntarnos: ¿estamos también nosotros dispuestos a gobernar nuestras pasiones como él gobierna el taller? ¿Somos capaces de obedecer la ley como preparación para algún día aplicarla con sabiduría? Que su luz nos inspire a buscar la verdad, cultivar la virtud y construir el templo interior con fidelidad y constancia. Que como el no permitamos desarmonía, diferencias, irrespeto o cualquier otro antivalor masónico que se cuele disfrazado de construcción fraterna.      

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