El V••• M••• no es simplemente quien ocupa el Oriente del taller; es el símbolo viviente de la luz que guía los trabajos y de la sabiduría que orienta el crecimiento de cada hermano. Su función va más allá del ceremonial: representa la conciencia despierta del templo, la voz de la razón y el corazón del rito. Desde el trono oriental, no sólo preside: escucha, mide, guarda silencio, y cuando habla, debe hacerlo con equilibrio. Él es el Sol en su cenit, cuya luz no permite sombras. Su responsabilidad no radica en el poder, sino en el ejemplo; no en el mando, sino en la armonía. El V•••M••• ha sido elegido por sus virtudes, su conocimiento del arte y su templanza de espíritu. Debe inspirar respeto, no por su autoridad, sino por su humildad; debe fomentar la unidad, no con imposiciones, sino con sabiduría fraterna. Pero más allá de la persona, el cargo nos recuerda una verdad profunda: en cada uno de nosotros habita un V••• M••• interior. Al trabajar nuestra piedra bruta, aspiramos a despertar esa parte de nuestro ser que puede gobernar con serenidad, discernir con claridad y construir con amor. Así, cuando contemplamos al V••• M••• en el Oriente, recordamos que él es imagen del ideal masónico: ser luz para los demás, equilibrio en el templo y paz en el corazón. Por otra parte, en el centro del templo, elevado sobre sus columnas, se sienta el V••• M••• , símbolo de la sabiduría, la justicia y la armonía. él representa el arquetipo del sabio, aquel que ha recorrido el sendero iniciático y cuya voz, al resonar en el silencio del templo, ordena el caos simbólico del mundo profano. El V••• M••• es imagen del Sol que ilumina y fecunda. Como el Sol al mediodía, su luz no proyecta sombra: su juicio debe ser equilibrado, sin inclinación hacia el prejuicio o la emoción. Por eso, el V••• M••• no gobierna con poder, sino con ejemplo; no impone, sino guía. Esta función exige no sólo conocimiento del rito y la ley, sino también un profundo dominio de sí mismo. El V••• M••• debe encarnar la temperancia, la prudencia, la fortaleza y la justicia, virtudes cardinales que aseguran que su gobierno no sea tiránico, sino fraternal. Pero también nosotros, como aprendices, compañeros y maestros, tenemos un deber: reconocer en el V••• M••• no sólo al hermano elegido, sino al reflejo del Maestro interior que cada uno debe cultivar. Pues si el templo es el espacio donde trabajamos la piedra bruta, el V••• M••• es el ideal hacia el cual aspiramos en nuestro propio proceso de perfeccionamiento. Así, cuando observamos al V••• M••• dirigir los trabajos, debemos preguntarnos: ¿estamos también nosotros dispuestos a gobernar nuestras pasiones como él gobierna el taller? ¿Somos capaces de obedecer la ley como preparación para algún día aplicarla con sabiduría? Que su luz nos inspire a buscar la verdad, cultivar la virtud y construir el templo interior con fidelidad y constancia. Que como el no permitamos desarmonía, diferencias, irrespeto o cualquier otro antivalor masónico que se cuele disfrazado de construcción fraterna.