Buscar este blog

sábado, 19 de julio de 2025

RELACIONES EXISTENTES ENTRE LA COLUMNA DE LA SABIDURÍA CON EL VENERABLE MAESTRO

 


Este es el segundo trabajo de cinco, donde pretendo, desde una profundidad académica y bibliográficamente documentada, hacer claridad sobre las relaciones existentes entre las tres luces -sabiduría, fuerza y belleza- con los Dignatarios del Taller -venerable maestro, primer vigilante y segundo vigilante- como también con los órdenes arquitectónicos clásicos -jónico, dórico y corintio. -

 La columna de la sabiduría se erige en el templo masónico como uno de los tres principios fundamentales que sostienen el edificio simbólico de la obra. Situada en el oriente, esta columna representa no solo un atributo operativo, sino la irradiación de una dimensión superior del espíritu. es en ese oriente donde se sienta el venerable maestro, cuyo puesto no es de mando autoritario, sino de irradiación espiritual, de guía iniciática, de encarnación de un principio eterno. Así, entre la columna y el venerable se teje una relación no meramente funcional, sino profundamente simbólica, teológica, ontológica y ética.

La sabiduría, en la tradición masónica, no se concibe como mera acumulación de conocimientos, sino como una capacidad de discernimiento espiritual que ordena el caos, da sentido al símbolo y orienta la acción. Jules Boucher[1], en El Símbolo Masónico, nos recuerda que “la sabiduría es el principio ordenador del cosmos masónico, el verbo que estructura la obra, el pensamiento que precede al acto”. Por ello, el venerable maestro no es simplemente un oficial ritualista, sino la encarnación viviente de esa sabiduría que ordena los trabajos, que ilumina el camino del aprendiz, y que vela por la armonía del taller.

La teología masónica, entendida como meditación sobre el misterio del ser y del principio, nos permite ver en la sabiduría un atributo del G A D U. En las escrituras, especialmente en los libros sapienciales, se presenta a la sabiduría como un ser preexistente que estaba con Dios al momento de la creación: “El Señor me poseía al principio de su camino, antes de sus obras de antaño” -Prov. 8:22-. Esta sabiduría no es otra cosa que el logos divino, la palabra arquitectónica mediante la cual todo fue hecho. Así, cuando el venerable maestro ocupa el oriente y se alinea con la columna de la sabiduría, está simbolizando no una autoridad humana, sino una participación simbólica en esa luz primera que todo lo ordena. Él representa, dentro del templo, al logos que crea, instruye y armoniza.

Desde la ontología, el lugar del venerable maestro es un punto de confluencia entre el ser individual y el ser trascendente. Como señala Oswald Wirth[2] en el simbolismo hermético “en sus relaciones con la alquimia y la masonería, el venerable debe dejar de ser un simple individuo para convertirse en un punto transparente de la manifestación del principio”. En este sentido, el venerable maestro no "posee" la sabiduría, sino que se vuelve su canal, su intérprete, su vehículo. No actúa por sí, sino por la luz que representa. Por ello, toda decisión del venerable no puede ser un acto personal, sino el eco de una escucha profunda, de un discernimiento espiritual. La sabiduría no es un atributo que se impone, sino una resonancia que se encarna.

Ética y simbólicamente, la relación entre la sabiduría y el venerable maestro implica un compromiso radical con la verdad, la justicia y la humildad. Como enseña Walter Leslie Wilmshurst[3], “la Sabiduría masónica no es mundana: es una cualidad del alma despertada, una luz interior que ha sido templada por la experiencia, la meditación y el sacrificio personal”. Un venerable sabio no es aquel que siempre tiene la razón, sino aquel que sabe escuchar, que sabe callar, que sabe cuándo hablar, y que, sobre todo, actúa en consonancia con los principios del arte real. Es un servidor de la logia, no su dueño. Su autoridad no nace de su cargo, sino de su coherencia, de su silencio fértil, de su capacidad de elevar y no de dominar.

Desde este punto de vista, la sabiduría se manifiesta como un principio regulador de la acción, como una brújula que mantiene orientado al taller hacia la verdadera luz. Por eso, la columna no está en cualquier lugar del templo, sino en el oriente: allí donde nace el sol, donde se inicia el día, donde se proyecta el destino. El venerable que se sienta en ese trono no debe olvidar que no representa su ego, sino la aurora espiritual del trabajo colectivo. Y como tal, su función es guardar el sentido de la marcha, recordar el propósito, encarnar el ideal.

En la práctica, esto significa que toda tenida debe ser presidida por una actitud interior de sabiduría, tanto en el ritual como en la administración, tanto en las palabras como en los silencios. La armonía de la logia es un reflejo de la sabiduría que la guía. Si el venerable se deja arrastrar por el orgullo, por la arbitrariedad o por el formalismo vacío, la columna de la sabiduría se agrieta, y el templo entero tiembla en su fundamento. Pero si mantiene el centro, si trabaja sobre sí, si se deja fecundar por la luz, entonces el taller florece, y los hermanos se elevan.

Así, la sabiduría no es un objeto que se usurpa, sino una luz que se revela en el acto justo, en la mirada compasiva, en la palabra precisa. Por eso, el oriente es también un lugar de prueba: el Venerable es observado por el G A D U y por la conciencia colectiva del taller. Su dignidad está sujeta al rigor del símbolo, y su voz debe resonar como eco de la palabra verdadera, no como simple expresión de un poder.

 El venerable maestro y la columna de la sabiduría no pueden separarse sin que el templo pierda su orientación. Él es la imagen humana de un principio eterno; la columna, la expresión vertical de esa sabiduría que desciende del alto para ordenar el bajo. El uno se realiza en la otra. Cuando el venerable vive y actúa conforme a esa columna, el templo resplandece; cuando se desvía, el taller cae en sombras. Porque el venerable no es un hombre más: es el guardián del oriente, el centinela del verbo, el sembrador de sentido.

 Así se comprende, entonces, que ser venerable maestro no es simplemente una función administrativa o ritual, sino una consagración interior al servicio de la luz. Y que la sabiduría, lejos de ser una meta alcanzada, es una llama que debe mantenerse viva cada día, en cada gesto, en cada decisión. Solo así la logia será más que un conjunto de hombres y mujeres, será un templo viviente del espíritu.

 

Referencias bibliográficas sobre la relación simbólica, espiritual y funcional entre el venerable maestro con la columna de la sabiduría

 1. Oswald Wirth. El Aprendiz Masón: “el venerable maestro está asociado a la columna de la sabiduría porque es él quien, desde el oriente, hace nacer la luz del pensamiento justo y guía a los hermanos en la dirección de la obra espiritual.”

2. Walter Leslie Wilmshurst. El significado de la Masonería: “El Venerable Maestro, sentado al Oriente, representa el centro de Sabiduría de la Logia. No como un hombre sabio, sino como quien encarna el Principio Sapiencial por el cual la construcción masónica adquiere sentido.”

3. Jules Boucher. El Simbolismo Masónico: “La columna de la sabiduría está en el oriente, no por azar, sino porque allí reside el venerable maestro, en quien se espera que la sabiduría ritual se transforme en discernimiento operativo.”

4. Albert Pike. Moral y Dogma: “El asiento del venerable maestro al oriente no es un trono de poder, sino el altar de la sabiduría. Desde allí se irradia la luz necesaria para construir el templo.”

5. Jean-Marie Ragon. Curso Filosófico de Iniciaciones Antiguas y Modernas: “El venerable representa la sabiduría activa; es la mente directriz que da forma y orientación a los trabajos, tal como la columna oriental sustenta el pensamiento creador.”

6. René Guénon. Símbolos Fundamentales de la Ciencia Sagrada: “La sabiduría es principio axial del templo. El maestro que la representa en el oriente debe ser símbolo viviente del logos que ordena y dirige.”

7. Manly P. Hall. La masonería de los Antiguos Egipcios: “El venerable maestro está entronizado en oriente, sede de la sabiduría, pues de allí proviene la primera luz del entendimiento. El maestro es, por tanto, la personificación de la sabiduría divina.”

8. Albert G. Mackey. Léxico de la masonería: “El pilar de la sabiduría se sitúa en el oriente, pues es responsabilidad del maestro planificar la obra. Él es la personificación de la sabiduría entre los tres gobernantes.”

9. Dom Pernety. Diccionario Mito-Hermético: “La sabiduría es la causa formal de toda arquitectura simbólica; por eso el maestro venerable, como imagen del principio intelectual, se sienta en su correspondencia.”

10. Carlos Álvarez Ferrer. Masonería y filosofía: “la sabiduría que se deposita en el venerable no es suya, sino que es prestada por el símbolo; él debe transparentar la columna oriental que lo sostiene, no opacarla con su ego.”

11. Rafael Melgar. La mística del Oriente Masónico: “el maestro ocupa el oriente porque es allí donde la sabiduría se manifiesta como luz primera. Él es llamado a ser su instrumento, no su dueño.”

12. Luis Bonavita. Tratado de simbolismo masónico: “El venerable maestro y la columna de la sabiduría forman una unidad simbólica: él encarna la capacidad de discernir, de intuir el orden, de preservar el eje del templo.”

13. Ramón Martí Alsina. Teología y simbolismo masónicos: “La Columna de la Sabiduría no se entiende sin el Venerable Maestro, y éste no se comprende sin ella: ambos son expresión de la misma verticalidad espiritual que guía a los constructores.”

14. Salvador Allende. Masón, discurso en R L Progreso Nº4: “el venerable maestro no gobierna; orienta. Y lo hace desde la sabiduría que simboliza su trono oriental, desde donde nace la luz que ordena nuestros trabajos.”

15. Gonzalo Gallo González. Masonería y conciencia espiritual: “El venerable y la columna oriental son inseparables: sin sabiduría no hay guía verdadera, y sin guía, la logia es un cuerpo sin rumbo.”



[1] Jules Eugène Boucher​ ​ (28 de febrero de 1902-9 de junio de 1955), fue un escritor, ocultista, alquimista, masón y gran maestro francés.​ Su libro El Símbolo Masónico es utilizado como un manual entre los masones franceses.​Boucher publicó varios artículos sobre alquimia y masonería en las revistas: Simbolismo, tu Felicidad e Iniciación y Ciencia

[2] Oswald Wirth. (5 de agosto de 1860, Brienz, Suiza - 9 de marzo de 1943) Gran conocedor de las tradiciones antiguas, escribió varias obras que han llegado a nuestros días como auténticos clásicos del mundo iniciático y el simbolismo, como los famosos manuales de Aprendiz, Compañero y Maestro, El ideal iniciático, El simbolismo astrológico, El simbolismo hermético y su relación con la alquimia y la francmasonería, Hermetismo y francmasonería, La imposición de las manos, Tarot y el arte de la memoria y Teoría y símbolos de la filosofía hermética. También es autor del conocido como «Tarot de Wirth», uno de los más ampliamente difundidos en todo el mundo.

[3] Walter Leslie Wilmshurst (22 de junio de 1867 - 10 de julio de 1939). fue un autor inglés y masón. Publicó cuatro libros sobre la masonería inglesa y muchos artículos en La Revista de lo Oculto. Libros: El significado de la masonería (1922), La ceremonia de iniciación (1932), La ceremonia del fallecimiento, Notas sobre la Conciencia Cósmica y Iniciación Masónica (1924).

 


lunes, 14 de julio de 2025

LAS TRES COLUMNAS DE LA LOGIA EN LA EXPERIENCIA MASÓNICA DEL APRENDIZ MASÓN Y SUS IMPLICACIONES SOCIO-POLÍTICAS

 


Este es el primer trabajo de cinco, donde pretendo, desde una profundidad académica y bibliográficamente documentada, hacer claridad sobre las relaciones existentes entre las tres luces -sabiduría, fuerza y belleza- con los Dignatarios del Taller -venerable maestro, primer vigilante y segundo vigilante- como también con los órdenes arquitectónicos clásicos -jónico, dórico y corintio.-

Cuando el aprendiz penetra por primera vez al templo, lo hace en medio de la oscuridad exterior, del ruido profano que le aleja de sí mismo. Despojado de todo ornamento mundano, comienza su tránsito por la vía iniciática. No se trata de un camino de acumulación, sino de despojo; no de conquista exterior, sino de despertar interior. En ese nuevo mundo que se le abre, tres columnas fundamentales sostienen su comprensión del templo, del cosmos y de sí mismo: la sabiduría, la fuerza y la belleza. Estas no son meros nombres poéticos inscritos en el decorado del taller: son principios vivos, arquetipos espirituales y fuerzas operantes que deben encarnarse en la conciencia y en la acción del aprendiz.

Las tres columnas no sólo sostienen simbólicamente el edificio sagrado, sino que representan las potencias del alma que, equilibradas, permiten la realización del ser. Estas columnas no son objetos físicos, sino estados del espíritu, formas de comprender y orientar la existencia. Al recorrer el sendero del aprendiz, uno debe hacer de cada columna una morada interior. Así como el templo visible no puede sostenerse si alguna de sus columnas cae, la edificación espiritual del masón tampoco puede progresar si no armoniza en sí mismo estas tres potencias.

En la tradición masónica, la columna de la sabiduría se asocia al venerable maestro, quien dirige la logia desde el oriente. Él representa al sol naciente, al principio rector que alumbra la obra. Para el aprendiz, esta sabiduría no es la erudición ni el conocimiento acumulado, sino el despertar de la conciencia, la apertura al logos interior. Es la intuición del orden, la claridad que surge cuando el ego se silencia y el alma comienza a escuchar la voz del silencio. El aprendiz comienza reconociendo su ignorancia, su ceguera, y ese reconocimiento ya es el inicio de la sabiduría. La sabiduría le invita a pensar con profundidad, a discernir con claridad, a dirigir su vida conforme a principios superiores. No se trata de saber por saber, sino de comprender para construir. Como diría Walter Leslie Wilmshurst, “el verdadero propósito de la iniciación es hacer al hombre consciente del alma en sí mismo”. Y esa alma es expresión de la sabiduría eterna.

La fuerza, columna atribuida al primer vigilante, representa el poder necesario para perseverar, para soportar el trabajo iniciático, para enfrentar las pruebas del perfeccionamiento moral. No es una fuerza bruta ni violenta, sino una energía interior, una voluntad templada. Es la capacidad de mantenerse firme en el camino, aun cuando el mundo exterior ofrezca resistencia o el ego interno busque desviar la atención. Para el aprendiz, la fuerza es ese impulso que lo sostiene en su reforma interior. Es también la constancia en el trabajo, la disciplina silenciosa, la obediencia consciente a la ley simbólica. Se necesita fuerza para pulir la piedra, para enfrentarse al caos interior, para aceptar la guía del método simbólico. Esa fuerza no es sólo individual; proviene también del egregor de la logia, del vínculo fraterno, del silencio sagrado compartido en tenida. Como enseña René Guénon, “la iniciación no es una adquisición profana, sino una transmisión de influencias espirituales”; y la columna de la fuerza simboliza el canal por donde tales influencias se afianzan en la vida.

La belleza, ligada al segundo vigilante y a la columna que preside el sur, es quizás la más sutil y menos comprendida. No se trata de una belleza estética, superficial o meramente sensible. Se trata de la armonía que surge cuando el corazón, la razón y la voluntad vibran en concordancia. Es la luz del alma que ha comenzado a ordenar su caos. La belleza del templo no es su ornato material, sino el hecho de que cada símbolo está en su lugar, que todo guarda una proporción secreta, que nada es arbitrario. Para el aprendiz, la belleza es la meta y el método. Meta, porque el trabajo iniciático busca producir una transformación armoniosa del ser. Método, porque todo en el camino está diseñado para embellecer el alma, para volverla transparente al espíritu. Oswald Wirth señala que “la belleza es el esplendor de la verdad manifestada en forma”. Así, el aprendiz descubre que la belleza es revelación de lo divino a través de la forma.

En la disposición del templo, estas columnas forman un triángulo sagrado. No hay línea recta entre ellas, sino una circulación de energías, una danza simbólica. El aprendiz, que comienza su trabajo en la columna del norte, región del misterio y de la potencia latente, está llamado a recorrer con su vida ese triángulo. Debe pasar del caos a la forma, del ego a la luz, del ruido profano al silencio interior. Las tres columnas le ofrecen los instrumentos para ello. Son una trinidad de poder, conocimiento y armonía. Pero este triángulo sólo se activa cuando el aprendiz se convierte en el cuarto punto: el centro operativo donde convergen y se equilibran esas fuerzas. Así como el templo de Salomón no era simplemente una construcción física, sino un cuerpo espiritual donde habitaba la Shekhiná, así también el aprendiz debe convertirse en un templo viviente, habitado por la sabiduría, la fuerza y la belleza.

Cada columna exige un trabajo distinto. La sabiduría pide escucha y contemplación. La fuerza exige acción recta y perseverancia. La belleza solicita sensibilidad, orden y capacidad de amar. No se trata de cualidades excluyentes, sino de aspectos interdependientes. Un aprendiz que acumule conocimientos sin fuerza de voluntad será estéril. Otro que sea voluntarioso, pero sin comprensión será violento o ciego. Y quien busque la belleza sin sustancia será superficial. La iniciación masónica busca precisamente ese equilibrio integral. El templo que el aprendiz construye en sí mismo no puede sostenerse sin estas tres columnas. No puede vivir en plenitud masónica si no deja que cada una de ellas impregne su ser.

El trabajo del aprendiz no termina con la recepción del primer grado, apenas comienza, su plancha de arquitectura está aún en blanco, las herramientas están sobre la mesa, pero deben ser usadas con maestría creciente; cada golpe al bloque de piedra representa una elección moral, una intuición espiritual, una renuncia al egoísmo. Las tres columnas son, en ese sentido, sus maestras interiores. La logia las representa simbólicamente; el aprendiz debe activarlas existencialmente.

Y aquí reside un secreto profundo del simbolismo masónico: que aquello que aparece como una estructura del templo externo es en realidad el mapa del alma. El templo está dentro. Las columnas también. No basta contemplarlas; hay que encarnarlas. No basta hablar de ellas; hay que vivirlas. Cuando el aprendiz comienza a actuar con sabiduría, a sostenerse con fuerza y a ordenar su vida con belleza, el templo interior se levanta, y la luz comienza a habitar en él; en ese punto, ya no es sólo aprendiz por título, sino por esencia, ha comenzado a despertar, ha comprendido que la verdadera columna no está hecha de piedra, sino de virtud; que el templo no se encuentra en el mundo, sino en el alma, y, que la masonería no es una institución, sino un camino de regeneración del ser.

Por eso, al cerrar sus trabajos, el aprendiz no abandona el templo: lo lleva consigo; y mientras vive en el mundo profano, continúa edificando en silencio, porque su corazón ha comenzado a sostenerse en tres columnas invisibles, eternas, divinas: la Sabiduría que ilumina, la Fuerza que sostiene y la Belleza que redime.

Pero hay que tener claro que las tres columnas que sustentan simbólicamente el templo masónico, no sólo operan en el ámbito del desarrollo interior del masón, sino que también tienen profundas implicaciones sociales y políticas. La masonería, aunque inicia al individuo en el silencio del templo, lo impulsa hacia una acción transformadora en el mundo. El templo interior no puede desvincularse del templo colectivo: la sociedad. El masón, al encarnar estas tres columnas en su vida, se convierte en agente de cambio, portador de un modelo de ciudadanía basado en principios éticos, espirituales y filosóficos.

La Sabiduría, en su dimensión social y política, no es mero conocimiento técnico ni erudición académica. Es la capacidad de discernir lo justo, de comprender la complejidad de la vida social sin caer en reduccionismos. El masón que cultiva la sabiduría no se deja arrastrar por las pasiones ideológicas, ni se convierte en instrumento de fanatismos o dogmas. Más bien, busca el bien común, la armonía social, la equidad y la paz fundada en la comprensión profunda del ser humano y sus necesidades. La sabiduría le exige mirar más allá de lo inmediato, ver las causas ocultas de los problemas sociales, escuchar con atención y hablar con responsabilidad. Así, el masón no es un mero espectador del devenir político de su entorno, sino alguien que aporta luz en medio de las tinieblas de la confusión, la manipulación y la ignorancia. Su palabra está regida por el logos y su acción por el discernimiento.

La Fuerza, lejos de aludir a la imposición o la violencia, representa en lo social la capacidad de sostener y proteger los principios fundamentales que hacen posible la vida en comunidad. El masón, como defensor de la libertad, de la justicia y de los derechos humanos, debe tener el coraje de resistir a las injusticias, oponerse a los abusos de poder y sostener con firmeza la dignidad de cada ser humano. En una sociedad marcada por la desigualdad, la corrupción y la manipulación, la fuerza del masón se convierte en resistencia ética, en columna vertebral del civismo y la conciencia crítica. Su compromiso no es con ideologías pasajeras, sino con los valores perennes que estructuran una sociedad libre y fraterna. La fuerza social del masón se manifiesta en su integridad, en su coherencia, en su capacidad de sostener lo justo aun cuando todo le invite a ceder. Se convierte así en guardián del orden moral, no como policía del otro, sino como vigilante de sí mismo.

La Belleza, finalmente, lejos de ser una dimensión decorativa, es la forma armoniosa que toma la verdad cuando se encarna en la sociedad. La belleza social es la equidad, la convivencia en diversidad, la solidaridad organizada, la política entendida como servicio y no como lucha por el poder. El masón que vive en la columna de la belleza procura embellecer su entorno: con su palabra, su actitud, su capacidad de escucha, su forma de construir comunidad. Promueve la cultura, el arte, el diálogo, y todas las expresiones que ennoblecen al ser humano. En un mundo herido por la fragmentación y el utilitarismo, el masón aporta sentido, armonía y esperanza. Sabe que no basta con saber y resistir; también es necesario crear, inspirar, embellecer. La belleza es política cuando es capaz de transformar la estructura del vivir juntos en un espacio digno para todos. Así, la columna de la belleza enseña al masón que toda reforma social debe también ser estética: debe tocar el alma del pueblo, despertar sus mejores sueños y abrir senderos hacia una vida plena.

En conjunto, las tres columnas configuran una ética de la acción pública profundamente transformadora. El masón que se forma en ellas no se convierte en un técnico de la política, ni en un militante ciego, sino en un constructor consciente del tejido social. Sabe que la sabiduría sin fuerza es estéril, que la fuerza sin belleza es tiranía, y que la belleza sin sabiduría es banalidad. Su compromiso con la humanidad se expresa no en la grandilocuencia, sino en el trabajo silencioso y constante, en la fidelidad a los valores iniciáticos, en la promoción de la justicia, la libertad y la fraternidad.

En tiempos de polarización, de crisis institucional, de decadencia ética en lo público, las tres columnas se convierten en un modelo de regeneración. La masonería no ofrece recetas políticas, pero sí forma hombres y mujeres capaces de pensar, actuar y embellecer el mundo. Y en ese sentido, el masón no puede ser indiferente al sufrimiento social, a la marginación, a la injusticia o a la manipulación de los pueblos. Su camino iniciático le compromete a encarnar, en cada decisión de la vida pública o privada, el espíritu del templo: un lugar donde la sabiduría guía, la fuerza sostiene y la belleza redime.

Por ello, cada masón está llamado a ser, en su entorno, una de esas columnas vivas: un sabio que ilumina, un fuerte que sostiene, un bello que inspira. Sólo así la logia se proyecta más allá de sus muros, y el templo se construye en la ciudad, en el barrio, en el país. El ideal masónico se convierte en política del alma, en ética del compromiso, en estética del bien común. Así se cumple el verdadero sentido de la iniciación: no escapar del mundo, sino transformarlo desde adentro.

 

Referencias bibliográficas sobre la relación simbólica, espiritual y funcional entre el venerable maestro y la columna de la sabiduría.

 1. Wilmshurst, W. L. El Significado de la Masonería. London: Rider & Co., 1922. Explora el rol del Venerable Maestro como representante de la Sabiduría y del principio solar en la logia. Destaca el “oriente” como sede de la iluminación espiritual.

2. Oswald Wirth. El simbolismo masónico: La interpretación esotérica de los rituales del Aprendiz, Compañero y Maestro. Barcelona: Ediciones Humanitas, 2002. Relaciona directamente al Venerable Maestro con el principio de la Sabiduría activa, el Sol naciente y el centro rector del trabajo ritual.

3. René Guénon. Símbolos fundamentales de la ciencia sagrada. Buenos Aires: Ediciones Obelisco, 2005. Profundiza en la noción de Oriente como fuente de la Sabiduría espiritual, y por extensión, el papel del Venerable Maestro como mediador entre lo trascendente y el templo.

4. Jules Boucher. La simbología masónica. Buenos Aires: Kier, 1994: Relaciona el cargo del Venerable Maestro con el arquetipo del “logos ordenador” y el poder espiritual de dirigir la obra en armonía con la Sabiduría universal.

5. Jean-Marie Ragon. Curso filosófico e interpretativo sobre iniciaciones antiguas y modernas. Paris: Bussière, 1991 (original en 1853). Detalla el papel del Venerable Maestro como el depositario de la ciencia sagrada, responsable de la armonía y sabiduría del taller.

6. Albert G. Mackey. Léxico de la masonería. New York: Masonic Publishing Co., 1852. Define al Venerable Maestro como símbolo de la sabiduría directiva, necesario para coordinar el trabajo espiritual del taller.

7. Enrique Pérez Escrich. Diccionario enciclopédico de la Masonería. Madrid.: Imprenta de Gaspar y Roig, 1873. Describe el cargo del Venerable Maestro como manifestación activa de la sabiduría ritual, en relación con las enseñanzas del Oriente simbólico.

8. Luis Hermida. El Venerable Maestro: Guía ritual, simbólica y espiritual de su función. Bogotá: Ediciones Masónicas de Colombia, 2015. Manual contemporáneo que profundiza en las implicaciones espirituales, filosóficas y pedagógicas del cargo.

9. Eduardo R. Callaey: Masonería y tradición iniciática. Buenos Aires: Kier, 2004. Explora la noción de autoridad simbólica del Venerable Maestro como manifestación activa de la sabiduría tradicional.

10. Pierré Pelle Le Croisa. El simbolismo del templo masónico. Barcelona: Obelisco, 2001. Describe la disposición del templo y las correspondencias entre cargos y columnas, asignando al Venerable Maestro la función solar y sapiencial.

 

Referencias bibliográficas sobre la relación simbólica, esotérica, ritual y funcional entre el primer vigilante y la columna de la fuerza.

1. Oswald Wirth. El simbolismo masónico: La interpretación esotérica de los rituales del Aprendiz, Compañero y Maestro. Barcelona: Ediciones Humanitas, 2002. Expone que el Primer Vigilante encarna la columna de la Fuerza y custodia el equilibrio operativo del taller. Lo asocia con la voluntad rectora, el rigor y la función iniciática del trabajo simbólico.

2. Jules Boucher. La simbólica masónica. Buenos Aires: Kier, 1994. Detalla el simbolismo del Primer Vigilante como manifestación de la Fuerza, energía organizadora del trabajo y vigilancia activa del progreso masónico.

3. René Guénon. Símbolos fundamentales de la ciencia sagrada. Buenos Aires: Obelisco, 2005. Aunque no menciona directamente al primer vigilante, sus desarrollos sobre el simbolismo vertical -columna de fuerza- y su vinculación con los “guardianes de las puertas” iluminan su rol masónico.

4. Jean-Marie Ragon. Curso filosófico e interpretativo sobre iniciaciones antiguas y modernas. Paris: Bussière, 1991. Relaciona al Primer Vigilante con la vigilancia activa de la ley simbólica y el esfuerzo sostenido del Compañero en el camino del perfeccionamiento.

5. W.L. Wilmshurst. El significado de la masonería. London: Rider & Co., 1922. Aunque se enfoca principalmente en lo espiritual del oficio, sugiere que la fuerza es uno de los principios que deben interiorizarse y que el primer vigilante representa ese sostén moral y energético.

6. Albert G. Mackey. Enciclopedia de la Francmasonería. Chicago: Masonic History Co., 1917. Describe al primer vigilante como símbolo de la fuerza moderadora, a cargo de la instrucción del compañero y del trabajo material disciplinado.

7. Enrique Pérez Escrich. Diccionario enciclopédico de la Masonería. Madrid: Gaspar y Roig, 1873. Asocia al primer vigilante con la columna de la fuerza y destaca su rol de sostén organizativo y de vigilancia estructural de la logia.

8. Luis Hermida. El Primer Vigilante: Función simbólica y guía iniciática del Compañero. Bogotá: Ediciones Masónicas de Colombia, 2016. Profundiza en el papel del primer vigilante como instructor de la fuerza simbólica y vigilante del desarrollo moral de los obreros.

9. Eduardo R. Callaey. Masonería y tradición iniciática. Buenos Aires: Kier, 2004. Relaciona las columnas con los poderes del alma, y al primer vigilante con la voluntad activa en el proceso masónico del compañero.

10. Pierré Pelle Le Croisa. El simbolismo del templo masónico. Barcelona: Obelisco, 2001. Expone la disposición del templo y cómo el primer vigilante se sitúa simbólicamente al occidente, presidido por la columna de la fuerza.

 

Referencias bibliográficas sobre la relación simbólica, esotérica, ritual y funcional entre el segundo vigilante y la columna de la belleza.

1. Oswald Wirth. El simbolismo masónico: La interpretación esotérica de los rituales del Aprendiz, Compañero y Maestro. Barcelona: Ediciones Humanitas, 2002. Wirth asocia la columna de la belleza con el segundo vigilante, señalando que él representa la armonía necesaria para equilibrar la acción y la sabiduría. Relaciona esta columna con el sur, lugar del mediodía, plenitud de la luz y del desarrollo del alma.

2. Jules Boucher. La simbólica masónica. Buenos Aires: Kier, 1994. El segundo vigilante es presentado como el vigilante del desarrollo inicial del aprendiz, vinculado a la belleza, entendida como el orden armónico que nace de la instrucción simbólica y la correcta disposición de la vida interior.

3. René Guénon. Símbolos fundamentales de la ciencia sagrada. Buenos Aires: Ediciones Obelisco, 2005. Aunque no aborda directamente al segundo vigilante, trata extensamente la noción de belleza como manifestación de la verdad a través de la forma, lo que apoya su vinculación con la función simbólica del cargo.

4. Jean-Marie Ragon. Curso filosófico e interpretativo sobre iniciaciones antiguas y modernas. Paris: Éditions Bussière, 1991. Explica cómo el segundo vigilante representa la armonía moral, el equilibrio formativo del aprendiz y el principio de belleza como proporción del alma.

5. Albert G. Mackey. Enciclopedia de la Francmasonería. Chicago: Masonic History Company, 1917. Describe la columna de la belleza como aquella que corresponde al sur y al segundo vigilante, enfatizando su papel en la supervisión estética y formativa del trabajo masónico inicial.

6. Luis Hermida. El Segundo Vigilante: Formación simbólica del Aprendiz y principio de Belleza en el Templo. Bogotá: Ediciones Masónicas de Colombia, 2017. Desarrolla ampliamente el papel del segundo vigilante como guía del proceso formativo inicial y custodio de la armonía entre símbolos, palabra y conducta.

7. Eduardo R. Callaey. Masonería y tradición iniciática. Buenos Aires: Kier, 2004. Expone cómo los cargos en la logia representan estados del alma y funciones cósmicas. El Segundo Vigilante es el guardián de la forma y de la armonía, asociado a la Belleza activa.

8. Pierré Pelle Le Croisa. El simbolismo del templo masónico. Barcelona: Ediciones Obelisco, 2001. Vincula la ubicación del segundo vigilante con el sur y la belleza, detallando su papel en la disposición simbólica del templo y su relación con la luz cenital.

9. Jorge Adoum (Mago Jefa) Del Rito al Símbolo. México: Ediciones Lux, 1990. Interpreta esotéricamente los oficios del taller, asociando la belleza al florecimiento del alma en el mediodía de la conciencia.

10. Guillermo De los Santos. Manual del Segundo Vigilante. Montevideo: Ediciones Sol de Medianoche, 2015. Obra enfocada en la dimensión ritual y pedagógica del segundo vigilante, profundizando en su relación con la belleza entendida como virtud formativa y expresión del orden espiritual.


lunes, 7 de julio de 2025

EL EGREGOR, ESPÍRITU COLECTIVO EN EL TEMPLO MASÓNICO

 


En el corazón del templo, bajo la bóveda estrellada y a la luz tenue del simbolismo, se abre un misterio silencioso pero poderoso: la presencia inefable de un espíritu que no pertenece a un solo hombre, sino a todos y a ninguno, y que parece observarnos desde la escuadra y el compás, desde la música del rito y el perfume del incienso. Ese espíritu es el Egregor Masónico.

¿Qué es este Egregor?, es la presencia espiritual colectiva que emerge cuando los hombres, revestidos de símbolos y despojados de lo profano, se reúnen en armonía para construir lo eterno en lo transitorio, pero no nace este espíritu de la voluntad arbitraria ni del mero deseo, es invocado y nutrido por la profundidad de nuestras liturgias.

La liturgia masónica no es solo una secuencia de acciones rituales, es una arquitectura metafísica del alma, un lenguaje sagrado que nos permite acceder a planos más elevados de conciencia. A través del rito, el tiempo profano se suspende y accedemos al kairós, el tiempo oportuno y sagrado, donde lo invisible se hace perceptible. En ese espacio espiritual, nuestras voces no son ya las nuestras, sino ecos de un logos ancestral que reconstituye en nosotros la palabra perdida.

La teología tradicional nos habla del Espíritu Santo como presencia vivificante en la comunidad de los fieles. En analogía, el Egregor puede entenderse como esa emanación espiritual que habita la logia cuando sus miembros, purificados por el ritual, vibran al unísono. Es el “alma del taller”, formado por las aspiraciones, pensamientos y emociones de generaciones de iniciados. Pero este ser colectivo no es una abstracción simbólica, se manifiesta en lo sensible: en el silencio compartido, en la solemnidad del rito, en la mirada fraterna, en lo trascendente y en la intuición de que algo superior nos envuelve y guía.

La liturgia, entonces, es el acto sacramental que invoca al Egregor y lo mantiene vivo. Como en los antiguos misterios, el rito masónico configura una verdadera teúrgia simbólica: hacemos lo visible para convocar lo invisible. El gesto correcto, la palabra justa, el paso ritual, son llaves que abren las puertas del alma grupal. Y cuando estas puertas se abren, el taller entero se transforma en un cuerpo espiritual donde cada hermano es órgano de un mismo ser, instrumento de una misma melodía.

El Egregor, nutrido por la liturgia, guía, protege y transforma. No solo conserva la memoria de la Orden, sino que inspira el alma del buscador, le revela significados ocultos, le acompaña en sus noches oscuras. El que ha sentido esta Presencia ya no puede negar su realidad: como el viento, no se ve, pero se percibe en la vibración de lo sagrado.

Así, nuestra responsabilidad como masones no es menor: debemos preservar la pureza de la liturgia, no como forma vacía, sino como acto vivo y fecundo, sabiendo que cada tenida es un acto de creación espiritual. Cuando el rito se profana, el egregor se debilita; cuando se honra, renace con fuerza.

El Egregor masónico, como forma-pensamiento viva, participa del misterio de lo invisible que se manifiesta a través de lo visible, tal como el alma se expresa a través del cuerpo o como la idea se encarna en la forma según la enseñanza platónica. En este sentido, el templo no es sólo una arquitectura simbólica sino una antena sagrada, un microcosmos donde se evocan y condensan energías que trascienden lo humano ordinario. Así como el V.I.T.R.I.O.L. nos invita a descender al centro de la tierra para encontrar la piedra oculta, la formación del Egregor representa una ascensión colectiva al centro celeste de la conciencia iniciática.

La logia, en su más alta expresión, es un organismo espiritual. Cada hermano es una célula de ese cuerpo vivo, pero el alma que lo unifica, su ánima mundi, es el Egregor. Aquí se cumple el principio hermético “el todo es más que la suma de sus partes”, ya que la comunidad masónica no solo actúa en la dimensión horizontal del trabajo simbólico, sino que al resonar en unísono y bajo una misma intención, abre un eje vertical de comunicación entre el mundo profano y el mundo arquetípico, entre el tiempo y lo eterno. Ese eje es precisamente el canal por donde desciende el Egregor, como una paloma que encuentra lugar entre las columnas de Sabiduría y de Fuerza, siendo la Belleza el altar donde reposa.

Desde una óptica esotérica, el Egregor se constituye por capas: una primera capa emocional, una segunda capa mental y, en los casos más elevados, una capa espiritual que trasciende incluso a los miembros encarnados de la logia. En esta última se hallan las presencias tutelares, los maestros invisibles, los egregores acumulados de generaciones pasadas que han sido purificados por el fuego de la verdad y el sacrificio interior. Es por eso que muchas tradiciones místicas, incluida la masónica, evocan con respeto a los “antiguos y venerables maestros” no sólo como recuerdos, sino como presencias vivas que todavía obran sobre el taller.

La fuerza del Egregor depende directamente del grado de conciencia y de vibración de quienes lo alimentan. Un ritual hecho de forma mecánica, sin recogimiento interior ni comprensión de su significado, produce un Egregor débil o distorsionado. Por el contrario, cuando el rito se ejecuta como verdadera liturgia -es decir, como obra del pueblo sagrado reunido- se genera una expansión vibratoria que convierte el espacio físico en un espacio metafísico. En ese momento, el templo se convierte en un verdadero axis mundi, un pilar que une cielo y tierra, lo visible y lo invisible.

En términos simbólicos, el Egregor puede ser asimilado a la Shekináh de la tradición hebrea: la presencia inmanente de la Divinidad entre quienes se reúnen con propósito sagrado. También guarda analogía con el concepto de Ruah o espíritu colectivo que llena la asamblea cuando esta está en armonía con la Ley divina. En términos alquímicos, el Egregor sería el resultado de la coagulatio de las múltiples voluntades purificadas en el crisol del rito, la sal cristalizada de la obra alquímica colectiva. No por azar se afirma que “el Templo no se construye sino con piedras vivas”, ya que cada hermano no solo aporta su cuerpo y presencia, sino su energía, su intención y su luz particular.

Filosóficamente, el Egregor plantea una crítica radical al individualismo moderno. En una sociedad donde el yo se ha aislado del nosotros, donde el egoísmo ha sustituido a la comunión, la existencia del Egregor masónico recuerda que la verdadera libertad se conquista en el seno de una comunidad iniciática, que es al mismo tiempo simbólica, ética y espiritual. El Egregor es la manifestación de la intersubjetividad trascendente: no una simple suma de subjetividades, sino una presencia emergente que revela que “ser” es “ser-con”. Aquí se encuentra la superación del dualismo cartesiano, pues el sujeto masón se constituye y se realiza en y con el otro, no en su contra ni a su pesar.

Desde la perspectiva del inconsciente colectivo de Carl Gustav Jung[1], el Egregor también puede entenderse como un arquetipo activado: una imagen viva que opera en el campo psíquico de quienes comparten símbolos, mitos y rituales comunes. Pero mientras el arquetipo es una estructura universal, el Egregor es una forma específica, un constructo particular que nace y se sostiene en el marco de una tradición y una intención determinada. En ese sentido, el Egregor masónico no es una entelequia flotante, sino una entidad sutil configurada por siglos de símbolos, silencios, palabras sagradas, gestos rituales y compromisos éticos.

Cabe también recordar que el Egregor, como toda forma de poder espiritual, es ambivalente: puede iluminar o puede cegar, puede elevar o puede aprisionar. Si los miembros de una logia se abandonan a las formas externas sin alimentar el fondo espiritual, el Egregor se densifica, se estanca y puede convertirse en una parodia de sí mismo, en un ídolo vacío que exige obediencia sin vida. Por ello, mantener la pureza del Egregor requiere una vigilancia interior constante: un examen de conciencia colectivo, una fidelidad activa a los ideales de la fraternidad, una vigilancia moral que impida la corrupción de lo sagrado.

En muchas escuelas esotéricas, se enseña que el Egregor es el mediador entre los mundos: como un ángel guardián del grupo, pero también como un espejo. Si la logia está en armonía, el Egregor devuelve luz, consuelo, revelación. Pero si hay discordia, ambición, doblez, el Egregor puede tornarse oscuro, reflejando las sombras no integradas del colectivo. Así, trabajar en la edificación del Egregor es también un camino de purificación individual y colectiva, un camino de redención en comunidad, un acto de responsabilidad espiritual permanente.

Finalmente, hay que decir que el Egregor sobrevive a los individuos. La muerte física de los hermanos no disuelve la energía construida con amor y constancia. Por eso, cuando un iniciado se sienta en el templo, aunque sea por primera vez, puede experimentar una presencia antigua, un susurro en el silencio, un escalofrío en la espalda: eso es el Egregor saludándolo, reconociéndolo como parte del linaje invisible. Es entonces cuando uno comprende que no está solo, que nunca lo estuvo, que trabaja en comunión con todos los que han trabajado y con todos los que vendrán. Y en ese instante, la masonería deja de ser una institución para convertirse en una comunidad mística viva, una Orden que respira, piensa, recuerda y espera: un cuerpo cuyo corazón es invisible, pero palpitante en cada tenida bien realizada.

 

Es por eso que, desde la plenitud masónica, el Egregor es el alma colectiva del taller. Es la continuidad espiritual que enlaza a los masones del presente con los del pasado y con aquellos que aún no han sido iniciados. Se expresa en la cadena de unión, en los trabajos rituales, en las vibraciones sagradas de la palabra. Cuando decimos que una Logia "tiene espíritu", o que "está viva", nos referimos precisamente a la fuerza de su Egregor. Walter Leslie Wilmshurst, señala que “la verdadera iniciación no se recibe de labios humanos, sino del Espíritu que mora en el templo”. Este Espíritu es el Egregor que, aunque no pueda verse ni tocarse, se percibe en el recogimiento profundo del taller, en la mirada fraterna del hermano, en el símbolo que despierta y en el rito que transforma. Es una forma de consagración invisible, que da sentido y profundidad a cada tenida, y que protege y guía a la logia como una nube luminosa en el desierto del mundo profano.

Mantener el Egregor vivo es, por tanto, un deber del masón. No basta con la presencia física ni con el cumplimiento formal del rito. Se requiere pureza de intención, profundidad de pensamiento, compasión fraterna y fidelidad al ideal. Cada pensamiento hostil, cada juicio mezquino, cada palabra vana, hiere al Egregor. Por el contrario, cada acto de humildad, cada esfuerzo sincero, cada silencio fértil, lo fortalece. El Egregor no es estático: es dinámico, mutable, en continuo devenir. Se enriquece con los aportes rituales, simbólicos y espirituales del taller, y se empobrece con la mediocridad o la rutina. Es, por ello, también un espejo del estado interior de sus miembros. En él se refleja la luz o la sombra que cada uno aporta.

El Egregor masónico es la respiración invisible del templo. Es su hálito espiritual, su pulso interior. Nos recuerda que el taller no es un lugar, sino un cuerpo místico; que la masonería no es solo una doctrina, sino una vivencia espiritual; y que el trabajo masónico solo es auténtico cuando se realiza en comunidad de alma y no solo de presencia. Aquel que entra en la logia solo con el cuerpo, se va como llegó. Pero aquel que entra con el alma abierta y el corazón despierto, siente que algo lo envuelve, lo eleva, lo transforma: es el Egregor, el Espíritu que mora entre nosotros, y que es al mismo tiempo el guardián del secreto y la promesa del camino.

QQHH  y  QQHnas, cuidemos el fuego sagrado; que cada palabra ritual, cada acento simbólico, sea ofrecido como tributo consciente al alma del taller, porque en esa fidelidad se encuentra el puente entre lo humano y lo eterno, entre la piedra y la estrella.

No tomemos a la ligera el poder de nuestra liturgia, ella es la lengua sagrada mediante la cual invocamos el alma viva de la masonería; cada palabra ritual, cada compás abierto, cada acacia colocada con intención, son actos que dan vida al espíritu del taller.

En tiempos donde el ruido profano amenaza con diluir lo sagrado, nuestra misión es clara: restaurar el templo interior, mantener viva la llama del rito y alimentar al Egregor con la pureza de nuestro pensamiento y el ardor de nuestra búsqueda. Así, quizás, seremos dignos de acercarnos a la verdadera palabra.



[1] Carl Gustav Jung (26 de julio de 1875 - 6 de junio de 1961) fue un médico psiquiatra, psicólogo y ensayista suizo. Considerado figura clave en la etapa inicial del psicoanálisis, fundó la escuela de psicología analítica, también llamada psicología de los complejos y psicología profunda. Se le relaciona a menudo con Sigmund Freud, de quien fuera colaborador en sus comienzos. Jung fue un pionero de la psicología profunda y uno de los estudiosos de esta disciplina más ampliamente leídos en el siglo XX.


lunes, 30 de junio de 2025

¿SOIS MASÓN? RESPUESTA DESDE LA VOZ INTERIOR DEL TEMPLO Y DESDE LA VOZ EXTERIOR DE LA POLIS Y DEL MUNDO


Cuando en el umbral del Templo se formula la pregunta: “¿Sois Masón?”, no se trata de una simple formalidad ritual, ni de una comprobación administrativa de identidad. Es una invocación profunda, una interpelación existencial que toca los cimientos del alma del iniciado. Es la voz del G• A• D• U• que, como en el jardín del Edén, pregunta: “¿Dónde estás?”. Es, en su raíz más honda, la demanda de autenticidad que se eleva desde el altar del corazón.

Responder afirmativamente no puede ser un mero acto de labio. Decirse masón no es portar un título ni exhibir un mandil; es una afirmación ética, una declaración de vida, una consagración continua. Ser masón es ser piedra viva en el templo invisible del G• A• D• U, templo que se edifica no con manos humanas, sino con actos de justicia, compasión y sabiduría.

La pregunta desgarra el velo de las apariencias, inquiere si has penetrado los misterios no solo en lo externo, sino en lo interno. ¿Has tallado tu piedra bruta? ¿Has vencido la ignorancia con la luz? ¿Has hecho de tu vida una ofrenda sobre el altar del servicio y de la verdad? Porque solo quien ha recorrido con humildad el sendero del silencio, del trabajo y de la fraternidad puede con verdad responder: “Sí, lo soy.”

Desde la ética, esta pregunta nos devuelve al imperativo moral de la coherencia. ¿Vive en ti la triple llama de la libertad, la igualdad y la fraternidad? ¿Eres constructor de puentes o de muros? ¿Tienes limpio el corazón, libre de odios y prejuicios, para que puedas llamar hermano a todo ser humano? Si no es así, aún no eres masón, aunque estés inscrito en todos los registros.

Desde lo trascendental, ser masón implica una experiencia de comunión con lo sagrado, no como un dogma, sino como una vivencia. El masón es un teósofo silencioso, que reconoce en cada símbolo una epifanía del G• A• D• U Su fe no se encierra en credos rígidos, sino que se expande en la contemplación activa del cosmos como obra divina. Es en su vida, más que en sus palabras, donde predica la luz.

Desde la dimensión esotérica, la pregunta revela su rostro iniciático. “¿Sois Masón?” es el eco de la pregunta de la Esfinge: “¿Quién eres?” Solo quien ha descendido al sótano de su propio ser, y ha allí combatido con sus sombras, puede emerger con la palabra sagrada en los labios. Ser masón es un estado del alma que trasciende grados, obediencias y ritos; es ser consciente del eje vertical que une la tierra y el cielo, - la plomada, la columna y la escalera - y saberse mediador entre el caos y el cosmos.

A veces, la respuesta verdadera no se puede pronunciar con palabras. El silencio es la única afirmación posible; un silencio cargado de obra, de transformación, de fidelidad al Arte Real. Porque al final, masón no se dice, se es. Se revela en la mirada, en las manos, en la conducta; se prueba en la oscuridad, cuando nadie mira, cuando no hay medallas ni reconocimientos, es allí donde la conciencia, como testigo inapelable, vuelve a preguntar: “¿Sois Masón?”, y el que responde, lo haga con temblor y con fuego.

Hay preguntas que no vienen de afuera. Que no se formulan con palabras audibles ni se pronuncian en logias visibles. Hay una voz que emana del Sanctum Sanctorum del alma, que surge en la hora del quebranto o del despertar, en las noches oscuras del espíritu o en los fulgores del éxtasis interior; es la voz del templo interior, donde cada masón es a la vez altar, sacerdote y sacrificio.

“¿Sois Masón?”, te pregunta el espejo cuando la máscara cae, cuando fracasa tu orgullo, cuando tus errores hieren a los que amas, cuando el mundo te exige rendirte a la mediocridad, cuando tu fe tambalea en medio de tormentas que no comprendes, cuando tu espada se oxida y tu mandil se mancha, esa voz no calla; vuelve, exige y despierta.

La pregunta no busca una defensa, busca una rendición, no ante el mundo, sino ante la verdad. ¿Eres realmente constructor de ti mismo? ¿Has consagrado tus herramientas a algo más alto que tu ego? ¿Tu templo se eleva sobre el fundamento del amor?

En el silencio del oratorio interno, cuando el incienso invisible del pensamiento asciende al cielo de tu conciencia, el G• A• D• U• no te interroga como un juez, sino como un Padre. “¿Sois Masón?”, significa: “¿Amas con obras? ¿Buscas la luz con humildad? ¿Reconstruyes lo que otros destruyen? ¿Te mantienes firme cuando todos huyen?”

Porque ser masón en la vida exterior puede ser fácil: vestirse de símbolos, hablar de virtudes, repetir fórmulas; pero ser masón en el alma, en la intemperie de la existencia, es un fuego devorador, es tender la mano al enemigo, callar cuando el orgullo clama, sostener al hermano caído, edificar cuando el mundo solo quiere destruir y también, es mantener la esperanza cuando todo se oscurece. Allí, en esa cripta interior donde guardas tus votos, tus lágrimas, tus anhelos de justicia, es donde más claramente resuena la voz que pregunta: “¿Sois Masón?”, y si en ese instante puedes levantar la cabeza y decir, aunque con voz quebrada: “Lo intento. Lo sigo intentando.”, entonces, el G• A• D• U• te reconoce y el silencio del alma se convierte en templo y el templo se enciende.

Pero otras veces la pregunta resuena más allá del templo, más allá de los muros rituales; resuena en las calles, en las plazas, en los campos donde mueren de hambre los inocentes y donde la injusticia se levanta como ídolo moderno; ya no es el V• M•   quien interroga, ahora es el pueblo, la historia, la humanidad herida la que se alza y te pregunta: “¿Sois Masón?”

¿Dónde está el masón cuando se violan los derechos de los más débiles? ¿Dónde está cuando se aprueban leyes injustas, cuando los tiranos levantan su cetro, cuando se profana la dignidad humana? ¿Dónde está cuando los pueblos claman por pan y por libertad, cuando los muros se alzan y las fronteras matan? ¿Dónde estás tú, portador de la escuadra y el compás?

Ser masón en la polis no es aislarse en una torre de símbolos ni refugiarse en el culto al misterio, es bajar al ágora, al polvo del camino, al dolor del otro; es hacer de la palabra “hermano” una praxis política y no solo un vocablo ritual; es ser incómodo para los poderosos, consuelo para los humildes, faro entre las tinieblas.

Porque si el Arte Real no transforma la realidad social, si no encarna sus principios en la historia viva de los pueblos, entonces se convierte en un lujo estético sin alma, en una cáscara sin fruto. Ser masón es, o debería ser, asumir un compromiso con la liberación integral del ser humano, es hacer de la logia una escuela de ciudadanía activa, crítica y creadora; es rechazar toda forma de servidumbre disfrazada de orden, todo autoritarismo envuelto en discursos de paz, toda desigualdad justificada por el mérito o la cuna.

Al hacer la pregunta “¿Sois Masón?”, Pregunta también la madre que llora por su hijo desaparecido; el campesino que ha sido desplazado; la mujer oprimida por estructuras patriarcales; el niño sin educación, sin techo, sin futuro; el migrante rechazado, el anciano olvidado, el obrero explotado. Todos ellos son la piedra bruta que la sociedad desecha, y que tú, si verdaderamente eres masón, estás llamado a redimir.

El mandil no es un adorno: es un compromiso, el compás no es un adorno: es una trinchera moral y la escuadra no es un adorno: es una promesa de justicia; porque al final, el juicio no vendrá de los libros ni de los títulos, ni de los grados, sino de una sola pregunta que resonará en el umbral de la historia: “¿Sois Masón?”

Y solo aquel que haya luchado por la dignidad humana, que haya puesto su vida al servicio de la luz en el mundo, podrá responder, sin palabras: “Sí. En la obra y en el alma.”

Al final del viaje, después del silencio del altar, del crisol del alma y del clamor de los pueblos, la pregunta persiste: “¿Sois Masón?”  Ya no como eco ritual ni como examen ajeno, sino como voz interior, conciencia colectiva y destino universal.

El verdadero masón no divide el mundo entre lo sagrado y lo profano, entre el templo y la calle, entre la mística y la política. Para él, todo es templo cuando el amor edifica, cuando la justicia alumbra, cuando la verdad no se negocia; en su corazón, late una triple llama: La llama del espíritu, que lo une al G• A• D• U, no como teología impuesta, sino como una vivencia interior de que hay un orden superior, una armonía que le da sentido al caos. La llama de la ética, que lo guía en cada acto, que le exige coherencia, humildad, trabajo, y lo obliga a pulir su piedra sin descanso, sabiendo que la perfección no es meta, sino camino y la llama del compromiso, que lo lanza al mundo como obrero de la humanidad. Que lo hace constructor de una civilización más libre, más fraterna, más justa.

Porque ser masón es vivir entre columnas invisibles, es cargar un mandil que no se ve, pero que arde en el alma; Es reconocer que no hay templo más sagrado que el ser humano, ni logia más alta que el corazón que ama y cuando, en el gran juicio de la historia, en el ocaso de los tiempos o en el último suspiro, vuelva a escucharse la pregunta: “¿Sois Masón?”, no bastarán los títulos ni los grados, ni las medallas.

Solo podrá responder con verdad quien haya hecho de su vida una piedra bien labrada, una palabra luminosa, una acción redentora, una oración sin palabras; entonces, el silencio hablará y el G• A• D• U, al ver su obra, dirá: “Sí. Este hombre, esta mujer, este ser… fue Masón.” 


RELACIONES EXISTENTES ENTRE LA COLUMNA DE LA SABIDURÍA CON EL VENERABLE MAESTRO

  Este es el segundo trabajo de cinco, donde pretendo, desde una profundidad académica y bibliográficamente documentada, hacer claridad sob...