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lunes, 30 de junio de 2025

¿SOIS MASÓN? RESPUESTA DESDE LA VOZ INTERIOR DEL TEMPLO Y DESDE LA VOZ EXTERIOR DE LA POLIS Y DEL MUNDO


Cuando en el umbral del Templo se formula la pregunta: “¿Sois Masón?”, no se trata de una simple formalidad ritual, ni de una comprobación administrativa de identidad. Es una invocación profunda, una interpelación existencial que toca los cimientos del alma del iniciado. Es la voz del G• A• D• U• que, como en el jardín del Edén, pregunta: “¿Dónde estás?”. Es, en su raíz más honda, la demanda de autenticidad que se eleva desde el altar del corazón.

Responder afirmativamente no puede ser un mero acto de labio. Decirse masón no es portar un título ni exhibir un mandil; es una afirmación ética, una declaración de vida, una consagración continua. Ser masón es ser piedra viva en el templo invisible del G• A• D• U, templo que se edifica no con manos humanas, sino con actos de justicia, compasión y sabiduría.

La pregunta desgarra el velo de las apariencias, inquiere si has penetrado los misterios no solo en lo externo, sino en lo interno. ¿Has tallado tu piedra bruta? ¿Has vencido la ignorancia con la luz? ¿Has hecho de tu vida una ofrenda sobre el altar del servicio y de la verdad? Porque solo quien ha recorrido con humildad el sendero del silencio, del trabajo y de la fraternidad puede con verdad responder: “Sí, lo soy.”

Desde la ética, esta pregunta nos devuelve al imperativo moral de la coherencia. ¿Vive en ti la triple llama de la libertad, la igualdad y la fraternidad? ¿Eres constructor de puentes o de muros? ¿Tienes limpio el corazón, libre de odios y prejuicios, para que puedas llamar hermano a todo ser humano? Si no es así, aún no eres masón, aunque estés inscrito en todos los registros.

Desde lo trascendental, ser masón implica una experiencia de comunión con lo sagrado, no como un dogma, sino como una vivencia. El masón es un teósofo silencioso, que reconoce en cada símbolo una epifanía del G• A• D• U Su fe no se encierra en credos rígidos, sino que se expande en la contemplación activa del cosmos como obra divina. Es en su vida, más que en sus palabras, donde predica la luz.

Desde la dimensión esotérica, la pregunta revela su rostro iniciático. “¿Sois Masón?” es el eco de la pregunta de la Esfinge“¿Quién eres?” Solo quien ha descendido al sótano de su propio ser, y ha allí combatido con sus sombras, puede emerger con la palabra sagrada en los labios. Ser masón es un estado del alma que trasciende grados, obediencias y ritos; es ser consciente del eje vertical que une la tierra y el cielo, - la plomada, la columna y la escalera - y saberse mediador entre el caos y el cosmos.

A veces, la respuesta verdadera no se puede pronunciar con palabras. El silencio es la única afirmación posible; un silencio cargado de obra, de transformación, de fidelidad al Arte Real. Porque al final, masón no se dice, se es. Se revela en la mirada, en las manos, en la conducta; se prueba en la oscuridad, cuando nadie mira, cuando no hay medallas ni reconocimientos, es allí donde la conciencia, como testigo inapelable, vuelve a preguntar: “¿Sois Masón?”, y el que responde, lo haga con temblor y con fuego.

Hay preguntas que no vienen de afuera. Que no se formulan con palabras audibles ni se pronuncian en logias visibles. Hay una voz que emana del Sanctum Sanctorum del alma, que surge en la hora del quebranto o del despertar, en las noches oscuras del espíritu o en los fulgores del éxtasis interior; es la voz del templo interior, donde cada masón es a la vez altar, sacerdote y sacrificio.

“¿Sois Masón?”, te pregunta el espejo cuando la máscara cae, cuando fracasa tu orgullo, cuando tus errores hieren a los que amas, cuando el mundo te exige rendirte a la mediocridad, cuando tu fe tambalea en medio de tormentas que no comprendes, cuando tu espada se oxida y tu mandil se mancha, esa voz no calla; vuelve, exige y despierta.

La pregunta no busca una defensa, busca una rendición, no ante el mundo, sino ante la verdad. ¿Eres realmente constructor de ti mismo? ¿Has consagrado tus herramientas a algo más alto que tu ego? ¿Tu templo se eleva sobre el fundamento del amor?

En el silencio del oratorio interno, cuando el incienso invisible del pensamiento asciende al cielo de tu conciencia, el G• A• D• U• no te interroga como un juez, sino como un Padre. “¿Sois Masón?”, significa: “¿Amas con obras? ¿Buscas la luz con humildad? ¿Reconstruyes lo que otros destruyen? ¿Te mantienes firme cuando todos huyen?”

Porque ser masón en la vida exterior puede ser fácil: vestirse de símbolos, hablar de virtudes, repetir fórmulas; pero ser masón en el alma, en la intemperie de la existencia, es un fuego devorador, es tender la mano al enemigo, callar cuando el orgullo clama, sostener al hermano caído, edificar cuando el mundo solo quiere destruir y también, es mantener la esperanza cuando todo se oscurece. Allí, en esa cripta interior donde guardas tus votos, tus lágrimas, tus anhelos de justicia, es donde más claramente resuena la voz que pregunta: “¿Sois Masón?”, y si en ese instante puedes levantar la cabeza y decir, aunque con voz quebrada: “Lo intento. Lo sigo intentando.”, entonces, el G• A• D• U• te reconoce y el silencio del alma se convierte en templo y el templo se enciende.

Pero otras veces la pregunta resuena más allá del templo, más allá de los muros rituales; resuena en las calles, en las plazas, en los campos donde mueren de hambre los inocentes y donde la injusticia se levanta como ídolo moderno; ya no es el V• M•   quien interroga, ahora es el pueblo, la historia, la humanidad herida la que se alza y te pregunta: “¿Sois Masón?”

¿Dónde está el masón cuando se violan los derechos de los más débiles? ¿Dónde está cuando se aprueban leyes injustas, cuando los tiranos levantan su cetro, cuando se profana la dignidad humana? ¿Dónde está cuando los pueblos claman por pan y por libertad, cuando los muros se alzan y las fronteras matan? ¿Dónde estás tú, portador de la escuadra y el compás?

Ser masón en la polis no es aislarse en una torre de símbolos ni refugiarse en el culto al misterio, es bajar al ágora, al polvo del camino, al dolor del otro; es hacer de la palabra “hermano” una praxis política y no solo un vocablo ritual; es ser incómodo para los poderosos, consuelo para los humildes, faro entre las tinieblas.

Porque si el Arte Real no transforma la realidad social, si no encarna sus principios en la historia viva de los pueblos, entonces se convierte en un lujo estético sin alma, en una cáscara sin fruto. Ser masón es, o debería ser, asumir un compromiso con la liberación integral del ser humano, es hacer de la logia una escuela de ciudadanía activa, crítica y creadora; es rechazar toda forma de servidumbre disfrazada de orden, todo autoritarismo envuelto en discursos de paz, toda desigualdad justificada por el mérito o la cuna.

Al hacer la pregunta “¿Sois Masón?”, Pregunta también la madre que llora por su hijo desaparecido; el campesino que ha sido desplazado; la mujer oprimida por estructuras patriarcales; el niño sin educación, sin techo, sin futuro; el migrante rechazado, el anciano olvidado, el obrero explotado. Todos ellos son la piedra bruta que la sociedad desecha, y que tú, si verdaderamente eres masón, estás llamado a redimir.

El mandil no es un adorno: es un compromiso, el compás no es un adorno: es una trinchera moral y la escuadra no es un adorno: es una promesa de justicia; porque al final, el juicio no vendrá de los libros ni de los títulos, ni de los grados, sino de una sola pregunta que resonará en el umbral de la historia: “¿Sois Masón?”

Y solo aquel que haya luchado por la dignidad humana, que haya puesto su vida al servicio de la luz en el mundo, podrá responder, sin palabras: “Sí. En la obra y en el alma.”

Al final del viaje, después del silencio del altar, del crisol del alma y del clamor de los pueblos, la pregunta persiste: “¿Sois Masón?”  Ya no como eco ritual ni como examen ajeno, sino como voz interior, conciencia colectiva y destino universal.

El verdadero masón no divide el mundo entre lo sagrado y lo profano, entre el templo y la calle, entre la mística y la política. Para él, todo es templo cuando el amor edifica, cuando la justicia alumbra, cuando la verdad no se negocia; en su corazón, late una triple llama: La llama del espíritu, que lo une al G• A• D• U, no como teología impuesta, sino como una vivencia interior de que hay un orden superior, una armonía que le da sentido al caos. La llama de la ética, que lo guía en cada acto, que le exige coherencia, humildad, trabajo, y lo obliga a pulir su piedra sin descanso, sabiendo que la perfección no es meta, sino camino y la llama del compromiso, que lo lanza al mundo como obrero de la humanidad. Que lo hace constructor de una civilización más libre, más fraterna, más justa.

Porque ser masón es vivir entre columnas invisibles, es cargar un mandil que no se ve, pero que arde en el alma; Es reconocer que no hay templo más sagrado que el ser humano, ni logia más alta que el corazón que ama y cuando, en el gran juicio de la historia, en el ocaso de los tiempos o en el último suspiro, vuelva a escucharse la pregunta: “¿Sois Masón?”, no bastarán los títulos ni los grados, ni las medallas.

Solo podrá responder con verdad quien haya hecho de su vida una piedra bien labrada, una palabra luminosa, una acción redentora, una oración sin palabras; entonces, el silencio hablará y el G• A• D• U, al ver su obra, dirá: “Sí. Este hombre, esta mujer, este ser… fue Masón.” 


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