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martes, 2 de septiembre de 2025

LA LIBERTAD DE EXPRESIÓN Y LA UNIÓN FRATERNA EN LA LOGIA Y SUS IMPLICACIONES EN LA VIDA DEL APRENDIZ MASÓN

 

La masonería se proclama como una escuela de hombres libres, donde la libertad de pensamiento y expresión se constituyen en pilares fundamentales del trabajo iniciático. Esta afirmación, sin embargo, debe ser constantemente examinada a la luz de la práctica concreta en nuestros talleres. Porque más allá de las declaraciones solemnes, lo que revela el verdadero estado espiritual de una logia es su capacidad de acoger, respetar y procesar la diferencia.

Hablar de libertad de expresión en un contexto iniciático no es simplemente una cuestión de permitir que cada quien diga lo que piensa, se trata de generar un ambiente ritual y fraterno donde la palabra no esté condicionada por el temor, el juicio o la censura. Una palabra masónica auténtica brota del silencio interior y se expresa con respeto, pero también con sinceridad y profundidad, cuando esta palabra es domesticada por el miedo al disenso o por estructuras jerárquicas cerradas, la logia corre el riesgo de convertirse en un espacio de repetición vacía.

La diversidad de interpretaciones sobre símbolos, rituales y funciones masónicas no debe ser vista como amenaza, sino como riqueza; una logia viva no es aquella donde todos piensan igual, sino donde cada voz contribuye a la construcción simbólica del templo con su propia piedra, cada punto de vista ofrece una faceta distinta del misterio y es justamente en el entretejido de esas miradas donde se enriquece el sentido iniciático. El silencio ritual no es represión del pensamiento, sino contención sagrada que da valor y sentido a la palabra, pero cuando ese silencio se vuelve imposición o autocensura, se vacía de su función y se transforma en cómplice de una cultura de obediencia pasiva.

Pensar diferente, desde el respeto, es un acto de fidelidad a la verdad y a la conciencia masónica; no es rebeldía ni irreverencia, sino expresión del principio iniciático que nos enseña que el camino a la luz se transita con lucidez crítica, no con sumisión. Como lo advertía Walter Leslie Wilmshurst, la Masonería pierde su vitalidad espiritual cuando se convierte en una estructura formalista y repetitiva, más preocupada por la ortodoxia externa que por la vivencia interna -El Significado de la Masonería, 1922-.

La fraternidad verdadera no se basa en la uniformidad del pensamiento, sino en el compromiso de convivir, reflexionar y trabajar con quienes pueden mirar el símbolo desde otro ángulo; el conflicto no es el problema, sino la manera como lo abordamos, una logia madura acoge el conflicto como oportunidad de crecimiento, mientras que una logia inmadura lo niega, lo reprime o lo etiqueta como desorden.

 La observancia masónica no debería ser utilizada como instrumento de exclusión intelectual, más bien, ha de ser un marco abierto donde florezca la interpretación libre, la búsqueda simbólica personal y el diálogo constructivo. Cuando se teme a la voz que interroga o se margina al hermano que interpreta de manera diferente, no estamos protegiendo la tradición, sino fosilizándola, recordemos que la tradición no es un conjunto de verdades estáticas, sino una corriente viva que se actualiza en cada conciencia que la asume con autenticidad.

René Guénon nos recuerda que el símbolo no se agota en una sola lectura, y que cada interpretación válida es un reflejo de una verdad más profunda -Ideas sobre la iniciación, 1946. Esto implica que el espacio masónico debe estar siempre abierto a nuevas comprensiones, sin que ello implique relativismo, sino una fidelidad dinámica al espíritu iniciático.

Quien plantea una lectura crítica y documentada del rito, una interpretación simbólica personal o una inquietud sobre las prácticas institucionales no traiciona al rito, a las autoridades masónicas debidamente constituidas y, mucho menos a la masonería, sino que las honra desde la libertad responsable. El hermano que calla su pensamiento por miedo a la exclusión, a la burla o al juicio no está en condiciones de pulir su piedra, porque se le ha negado la herramienta más básica: la palabra.

En este camino de búsqueda interior y colectiva, el aprendiz masón aprende que la unidad no significa uniformidad; al contrario, la verdadera fraternidad se forja en la capacidad de permanecer unidos aún en la diferencia; en el templo simbólico que construimos, cada piedra es distinta, cada hermano aporta desde su historia, su cosmovisión, su sensibilidad y su comprensión del símbolo. Las diferencias cognitivas no deben ser vistas como obstáculos, sino como manifestaciones legítimas de la diversidad humana y espiritual que nutre el taller.

El aprendiz, en su humildad formativa, no está llamado a competir por tener la razón ni a imponer su visión sobre los demás, sino a escuchar con apertura, a hablar con prudencia, y a integrarse fraternalmente al trabajo colectivo; es en esa actitud de apertura serena donde se cultiva el espíritu masónico auténtico: no el de la dogmática ni el de la obediencia ciega, sino el de la búsqueda compartida.

El verdadero lazo de unión entre los masones no es la coincidencia de opiniones, sino la voluntad común de crecer, de construir, de perfeccionarse juntos. En palabras de Jules Boucher, “la unidad masónica no reside en pensar todos lo mismo, sino en trabajar todos hacia lo mismo: el mejoramiento del hombre y de la humanidad” -La simbología masónica, 1948, p. 167-. Por eso, incluso cuando dos hermanos discrepan en su interpretación del símbolo, deben recordar que sus herramientas apuntan a la misma obra: el templo interior del alma y el templo colectivo de la fraternidad.

En la logia, el aprendiz debe aprender a sostener el equilibrio entre su derecho a pensar con libertad y su deber de respetar al otro. Esta es una de las enseñanzas éticas más sutiles del grado: la convivencia fraterna con quienes piensan distinto, sin que eso rompa el lazo de respeto ni el sentido de pertenencia. Las columnas del templo se sostienen mutuamente, a pesar de sus formas diversas; del mismo modo, los hermanos deben sostenerse unos a otros en la diversidad de sus comprensiones.

La armonía masónica no es la ausencia de conflicto, sino la presencia del amor fraternal que permite superar el conflicto con dignidad, inteligencia y respeto. En ese espíritu, el aprendiz comienza a comprender que la verdadera iniciación no es sólo hacia el conocimiento, sino hacia la comunión con el otro. Que no se trata de tener la palabra final, sino de construir juntos un lenguaje común desde la diferencia.

Sólo así la logia se convierte en verdadero taller de hombres libres y de buenas costumbres: cuando en su interior pueden convivir múltiples voces, múltiples visiones, múltiples formas de amar el símbolo. Y cuando a pesar de todo, nos seguimos llamando, con convicción profunda: “Mi Querido Hermano”.

Como enseñaba Albert Pike, “el verdadero aprendiz no es aquel que repite palabras rituales, sino aquel que ha comprendido que la única arquitectura duradera es la del alma que busca la verdad, la justicia y la fraternidad” (Moral y Dogma, 1871). Esa búsqueda sólo puede sostenerse en un ambiente donde la libertad de pensamiento no sea una consigna vacía, sino una práctica cotidiana y fraterna.

 

Referencias bibliográficas:

Boucher, Jules. La simbología masónica. París: Dervy, 1948.

Guénon, René. Ideas sobre la iniciación. París: Gallimard, 1946.

Pike, Albert. Moral y Dogma del Antiguo y Aceptado Rito Escocés de la Masonería. Charleston: Supreme Council, 1871.

Wilmshurst, W.L. El Significado de la Masonería. Londres: Rider & Co., 1922.


LA LIBERTAD DE EXPRESIÓN Y LA UNIÓN FRATERNA EN LA LOGIA Y SUS IMPLICACIONES EN LA VIDA DEL APRENDIZ MASÓN

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