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lunes, 15 de diciembre de 2025

LOS ENEMIGOS DE LA MASONERÍA: Un combate a la luz de la Libertad, La Igualdad y la Fraternidad

 


La Masonería, en su milenaria aspiración de tallar al ser humano hacia estados superiores de conciencia, virtud y lucidez, se enfrenta no solo a desafíos externos, sino a fuerzas internas que amenazan silenciosamente la coherencia espiritual del Taller. Entre esos peligros, tres se elevan como enemigos naturales de la Orden: la hipocresía, la ignorancia y la ambición desordenada. No se trata de adversarios abstractos ni lejanos; por el contrario, son sombras que pueden infiltrarse en la conciencia del iniciado, debilitando la autenticidad de su trabajo y comprometiendo el equilibrio de las logias.

Estos tres elementos se consideran enemigos porque corrompen directamente los tres pilares sagrados sobre los que se sostiene la Masonería. La hipocresía ataca la libertad al socavar la coherencia entre lo que se piensa, se dice y se hace; la ignorancia erosiona la igualdad al impedir que los hermanos se reconozcan desde una base común de conocimiento y dignidad; y la ambición desordenada destruye la fraternidad al anteponer los intereses personales por encima del bien común y del servicio al otro.

Oswald Wirth advertía que “la Masonería solo puede florecer donde hay transparencia de intención” (El libro del Aprendiz), y René Guénon recordaba que “toda iniciación supone una conquista interior contra las fuerzas que oscurecen el ser” (Apercepciones sobre la Masonería). Estas reflexiones iluminan por qué la Orden identifica estos comportamientos no como simples defectos morales, sino como obstáculos estructurales al camino iniciático.

Reconocerlos como enemigos permite al masón no solo denunciarlos, sino combatirlos, es decir, transformarlos por medio del trabajo interior, la disciplina ritual y el ejercicio constante de las virtudes. La presente plancha desarrolla, de manera profunda y crítica, cómo cada una de estas sombras afecta uno de los pilares fundamentales de la Orden, mostrando sus manifestaciones, sus efectos y las vías para transmutarlas. Así, el lector -sea iniciado experimentado o simplemente alguien curioso que se aproxima por primera vez a la reflexión masónica- podrá comprender por qué estas tres realidades amenazan el corazón mismo del arte real y por qué urge enfrentarlas con valentía, sabiduría y fraternidad.

1. La hipocresía: el enemigo que corroe la libertad: La Masonería siempre ha considerado que la libertad interior es el punto de partida de todo crecimiento iniciático; no se trata de la libertad exterior, política o social, sino de aquella que permite al ser humano ser auténtico, veraz y fiel a su propio ideal de perfección. Por eso, la hipocresía es un enemigo tan peligroso: no ataca la conducta externa del masón, sino su fundamento espiritual.

La hipocresía convierte la vida iniciática en una escenografía vacía. En palabras de Oswald Wirth, “nada es más funesto que aparentar lo que no se es, pues la iniciación exige una transparencia absoluta del alma” (El Libro del Aprendiz). Quien vive pendiente del juicio ajeno no es libre; quien ajusta su comportamiento para agradar más que para ser verdadero, pierde la capacidad de transformarse. El hipócrita no progresa porque no se permite ver su propia oscuridad.

W.L. Wilmshurst expresa esta idea con claridad admirable: “La iniciación no se otorga; se conquista mediante la sinceridad y la ruptura del yo ficticio” (El Significado de La Masonería). La hipocresía es justamente la victoria de ese yo ficticio. Al masón hipócrita no le interesa el trabajo interior, sino el reconocimiento exterior. Busca cargos, grados o prestigio, pero jamás se pregunta si la luz que proclama también brilla dentro de él.

René Guénon agrega una dimensión todavía más profunda: “La autenticidad es condición indispensable del esoterismo; nada puede edificarse sobre la falsedad interior” (Apercepciones sobre la Masonería y el Compañerismo). Sin autenticidad, la Libertad deja de ser virtud y se vuelve apariencia. El masón hipócrita no solo se traiciona a sí mismo; también traiciona a la logia, porque convierte la comunión fraterna en un teatro de sobreactuaciones.

Combatir este enemigo implica valentía moral: reconocer los propios errores, hablar con transparencia, dejar caer las máscaras, aceptar la corrección fraterna y trabajar para que la vida exterior corresponda al ideal interior. Solo quien es veraz consigo mismo puede ser realmente libre; solo quien camina sin disfraces puede caminar hacia la luz.

2. La ignorancia: el enemigo que niebla la igualdad: La ignorancia, en la perspectiva masónica, no es falta de instrucción académica: es ausencia de claridad interior, resistencia a aprender, incapacidad para cuestionarse y tendencia al dogmatismo. La Masonería nace como una escuela de la Luz; por eso, la ignorancia es una sombra que amenaza con apagar la llama del conocimiento.

Jules Boucher afirma que “la piedra bruta simboliza la ignorancia que el masón debe trabajar con perseverancia, pues solo el conocimiento abre las puertas de la verdadera libertad interior” (La Simbología Masónica). Pero este conocimiento no es acumulación de datos; es discernimiento, profundidad, capacidad de comprender el sentido espiritual de los símbolos.

Cuando la ignorancia permanece, la igualdad se desvanece. La Masonería enseña que todos los hermanos son iguales, no porque posean los mismos saberes, sino porque comparten el mismo derecho -y el mismo deber- de aprender unos de otros. Oswald Wirth lo expresa así: “La instrucción masónica no eleva a unos sobre otros; eleva a todos hacia un mismo ideal” (El Libro del Compañero). La ignorancia rompe esta igualdad cuando se convierte en arrogancia intelectual, desprecio por el estudio, superficialidad ritual o desinterés por la verdad.

Sociológicamente, una logia ignorante genera círculos de poder basados en la desinformación. Aparecen rumores, prejuicios, lecturas literales del ritual, malinterpretaciones simbólicas y decisiones desacertadas que afectan a todo el taller. Guénon advierte: “El desconocimiento de los principios conduce inevitablemente al extravío de la tradición (Apercepciones sobre la Masonería y el Compañerismo). Cuando la ignorancia se establece, la logia pierde su identidad iniciática y se convierte en un simple club social.

La igualdad florece cuando la luz del conocimiento circula libremente. Combatir la ignorancia exige estudio constante, lectura profunda, discusiones filosóficas, formación simbólica y apertura mental. El masón que estudia ilumina no solo su propio sendero, sino también el de sus hermanos. Allí donde la luz se comparte, la igualdad renace.

3. La ambición desordenada: el enemigo que destruye la fraternidad: La ambición, cuando es rectamente orientada, puede ser motor de crecimiento personal, el problema surge cuando se vuelve desordenada: cuando se transforma en deseo de poder, búsqueda de honores o necesidad de dominar a los demás. Esta ambición destruye la fraternidad porque introduce rivalidades, celos, competencias estériles y pugnas internas que enferman a la logia.

Wilmshurst advierte que “quien busca ascender sin transformarse interiormente no comprende el sentido de los grados” (El Significado de La Masonería). La ambición desordenada convierte los grados en escalones de vanidad y no en etapas de regeneración interior. Cuando esto ocurre, el masón deja de mirar hacia la luz y comienza a mirar hacia el pedestal.

Oswald Wirth señala que “la verdadera Fraternidad exige renunciar a todo espíritu de superioridad” (El Libro del Maestro). El hermano que ansía dominar no es fraterno, pues instrumentaliza a los demás para satisfacer su ego. La Fraternidad se funda en la igualdad de dignidad, no en la desigualdad del orgullo.

Desde el punto de vista de la tradición, Guénon es contundente: “Todo ascenso iniciático es interior; ningún título puede suplir la ausencia de trabajo espiritual” (Apercepciones sobre la Masonería y el Compañerismo). Cuando la ambición desordenada se instala, las logias se fragmentan, los grupos se enfrentan, las columnas se debilitan y el egregor colectivo se contamina.

La Fraternidad se nutre del servicio, la humildad y la generosidad. Combatir esta sombra implica valorar más el trabajo silencioso que el reconocimiento exterior, dar prioridad al bien común sobre las pretensiones personales, y cultivar la empatía como virtud fundamental. La logia crece cuando sus miembros desean el progreso ajeno tanto como el propio.

Conclusión: tres sombras y tres caminos de restauración: La hipocresía, la ignorancia y la ambición desordenada no son enemigos externos: nacen en el interior del ser humano y la única forma de vencerlos es activar en nosotros las tres fuerzas luminosas que la Masonería eleva como columnas eternas: la Libertad, la Igualdad y la Fraternidad. La hipocresía se combate mediante una libertad que obliga a la sinceridad, al despojo del ego y al cultivo de la verdad interior. La ignorancia se supera mediante una igualdad que abraza el aprendizaje, la humildad intelectual y la transmisión generosa del conocimiento. La ambición desordenada se transforma mediante una fraternidad que privilegia el servicio, la cooperación, el crecimiento mutuo y la armonía del templo.

Caminos para fortalecer la vida masónica en las logias: Practicar diálogos sinceros sin temor al juicio, promover círculos de formación continuada en simbología y filosofía, incorporar rituales de reconocimiento al servicio silencioso, rotar responsabilidades para impedir el arraigo del ego y cultivar espacios de silencio contemplativo que devuelvan al masón a su centro espiritual. Estas prácticas no solo restauran el equilibrio, sino que reavivan la llama del ideal iniciático. Quien combate con valentía estas tres sombras descubre que la Masonería no es un lugar para aparentar, sino para transformarse; no es un escenario, sino un taller; no es un refugio del ego, sino un laboratorio del alma. Allí donde la libertad, la igualdad y la fraternidad se viven con autenticidad, la Orden renace en cada hermano y cada hermano renace en la Orden.

 AUTOR: Villar Peñalver, Andy.  "LOS ENEMIGOS DE LA MASONERÍA: UN COMBATE A LA LUZ DE LA LIBERTAD, LA IGUALDAD Y LA FRATERNIDAD " en https://andyvillar.blogspot.com/2025/12/los-enemigos-de-la-masoneria-un-combate.html Blog: "SER APRENDIZ MASÓN" Año: 2025

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

Boucher, Jules. La Symbolique Maçonnique. París: Dervy, 1948.

Guénon, René. Apercepciones sobre la Masonería y el Compañonazgo. París: Éditions Traditionnelles, 1946.

Wilmshurst, W.L. The Meaning of Masonry. Londres: Rider & Co., 1922.

Wirth, Oswald. El Libro del Aprendiz. Buenos Aires: Kier, 2004.

Wirth, Oswald. El Libro del Compañero. Buenos Aires: Kier, 2004.

Wirth, Oswald. El Libro del Maestro. Buenos Aires: Kier, 2005.




lunes, 8 de diciembre de 2025

LA INTELIGENCIA ARTIFICIAL GENERATIVA Y EL TRABAJO MASÓNICO: ÉTICA, CONCIENCIA Y AUTENTICIDAD EN LA ERA DE CHATGPT

 


En el umbral del siglo XXI, la humanidad asiste a un fenómeno tan trascendente como el descubrimiento del fuego o la imprenta: el surgimiento de la inteligencia artificial generativa. En esta nueva era, la palabra —símbolo y herramienta sagrada para el masón— ya no solo nace del pensamiento humano, sino también de un entramado algorítmico capaz de imitar la razón, la emoción y la creatividad. Frente a esta revolución silenciosa, la Masonería, como escuela de sabiduría y conciencia, se ve convocada a un examen interior: ¿Cómo armonizar las luces de la inteligencia artificial con las luces del templo interior?

No se trata de una pregunta técnica, sino ontológica. Desde sus orígenes, la Orden ha buscado formar hombres y mujeres libres, capaces de discernir entre la piedra bruta y la piedra cúbica, entre la apariencia y la verdad. En ese sentido, ChatGPT y otras inteligencias artificiales son nuevas herramientas del taller, pero no sustitutos del trabajo iniciático. Como enseña Oswald Wirth, “el trabajo masónico es esencialmente una obra interior; lo que se construye fuera solo refleja el grado de perfección alcanzado dentro” (El Libro del Aprendiz, 1910).

De acuerdo con el Supremo Consejo del Rito Escocés Antiguo y Aceptado, Jurisdicción Sur de los Estados Unidos, “es nuestro deber anteponer la curiosidad responsable a las convenientes sospechas conspirativas en todas las cosas, y esto incluye la inteligencia artificial” (La Inteligencia Artificial: Una mirada a la IA generativa como herramienta para su Valle, 2023). Esta afirmación encarna un principio masónico fundamental: la verdad no teme al conocimiento, sino al uso irresponsable de la luz.

Así, el debate no debe centrarse en si un masón puede usar la inteligencia artificial, sino en cómo y para qué la usa; la herramienta, por sí misma, es neutra, es el operador quien le confiere valor moral. En el plano ético, como recordaba Kant, la acción no se juzga por su eficacia, sino por la pureza de su intención. La inteligencia artificial puede, por tanto, ser instrumento de iluminación o de profanación, dependiendo de si el hermano la emplea para elevar su comprensión o para eludir su trabajo interior.

El Pennsylvania Masons Magazine advertía recientemente que “toda implementación de IA debe realizarse de tal manera que sostenga los principios masónicos de honestidad, integridad y búsqueda de la verdad” (2024). Esta declaración institucional condensa lo que podríamos llamar la deontología digital del masón contemporáneo. Quien recurre a ChatGPT o a cualquier inteligencia artificial para elaborar una plancha, debe hacerlo como quien usa el compás o el cincel: con respeto, conciencia y responsabilidad.

Sin embargo, el riesgo está latente: delegar la labor reflexiva al algoritmo y confundir la sabiduría con la información. El pensamiento masónico no se produce por acumulación de datos, sino por el acto de meditar sobre los símbolos. W.L. Wilmshurst lo expresó con claridad: “El verdadero templo del masón se construye en la mente y en el corazón; ningún otro edificio puede contener la luz de la iniciación” (El Significado de la Masonería, 1922). Por ello, el texto masónico generado sin conciencia interior es una obra vacía, una fachada de sabiduría sin cimiento espiritual.

Aun así, negar la utilidad de la inteligencia artificial sería un acto de oscurantismo. The Square Magazine, en su edición de 2025, afirmaba: “Los masones están en una posición única para abrazar la rápida evolución de la inteligencia artificial” (G. Boussoutas-Thanassoulas, El masón del siglo XXI y la inteligencia artificial). Esa posición privilegiada deriva del método masónico mismo, basado en la autorregulación ética, la búsqueda de la verdad y el perfeccionamiento constante. En lugar de temer a la herramienta, la Masonería puede enseñarle al mundo a usar la tecnología con alma y discernimiento, con equilibrio entre la razón y el espíritu.

La Gran Logia de Arizona experimentó en 2023 con textos generados por ChatGPT en su revista Arizona Masonry, reconociendo abiertamente el uso de la IA para fines educativos. Este gesto de transparencia es éticamente ejemplar: el uso de la inteligencia artificial no se oculta ni se disfraza de erudición, sino que se presenta como apoyo pedagógico. Allí reside la frontera moral: no apropiarse de lo que no es propio, sino transformar la información en sabiduría mediante la vivencia iniciática.

Desde una mirada filosófica, la inteligencia artificial puede ser comprendida como un nuevo “espejo de la conciencia humana”. Al dialogar con ChatGPT, el masón no conversa con una mente, sino con el reflejo estructurado de su propio pensamiento colectivo. Cada respuesta devuelta por el algoritmo revela, en última instancia, la suma del conocimiento humano que lo alimenta, pero también su vacío espiritual. Esta tensión entre la luz racional y la ausencia de espíritu interpela al masón contemporáneo: ¿Qué significa hoy “conocer” si la palabra ya no requiere experiencia?

The Square Magazine sintetiza esta cuestión ética cuando afirma: “El masón está llamado a ser un ciudadano digital ético… El objetivo no es rechazar la tecnología, sino convertirse en guardián de la libertad interior —un faro del discernimiento” (El Masón como ciudadano ético en la era del algoritmo, 2024). En esta frase resuena la esencia del ideal masónico moderno: el masón no huye del mundo, lo ilumina. No teme a la herramienta, pero tampoco se subordina a ella.

En esta nueva era, el mandamiento iniciático “Conócete a ti mismo” adquiere una nueva dimensión. Usar la inteligencia artificial exige un conocimiento profundo de sus límites, de sus sesgos y de su poder. Como en el mito de Prometeo, el fuego robado a los dioses puede iluminar o consumir. Por eso, la ética masónica debe situarse hoy en la frontera entre la creación y la conciencia, entre la razón y la responsabilidad.

La Masonería, fiel a su vocación de formar constructores de sentido, está llamada a ser guardiana del uso ético de la inteligencia artificial. No se trata de competir con la máquina, sino de preservar la humanidad que nos distingue. Tal como lo expresó Hegel, “la conciencia se eleva en la medida en que se enfrenta a aquello que la niega” (Fenomenología del Espíritu, 1807). Enfrentar la inteligencia artificial no es combatirla, sino integrarla en el proceso dialéctico de nuestra evolución moral y espiritual.

El futuro de la Masonería no radica en la resistencia al cambio, sino en la fidelidad a sus principios dentro del cambio. Si la inteligencia artificial puede ayudarnos a ordenar ideas, a enriquecer el lenguaje o a explorar nuevos horizontes de conocimiento, entonces será una aliada del Gran Arquitecto, no un adversario. Pero si sustituye la introspección por la apariencia, o la vivencia simbólica por la comodidad intelectual, se convertirá en un nuevo velo sobre la verdad.

Por ello, el uso de ChatGPT para la elaboración de planchas masónicas puede ser éticamente legítimo si y solo si responde a una intención de crecimiento, de búsqueda, de autenticidad. El hermano debe transformar cada palabra que recibe en experiencia vivida; debe reconstruir el texto con su propia luz interior. Como recordaba Jules Boucher, “el símbolo no revela su secreto a quien lo estudia desde fuera; solo se abre a quien lo vive” (La Simbología Masónica, 1948).

Así, el verdadero desafío no es tecnológico, sino espiritual: mantener la centralidad del trabajo interior en una era de pensamiento asistido. En última instancia, la inteligencia artificial puede ayudarnos a escribir, pero nunca podrá iniciarnos. Puede ofrecer respuestas, pero no nos otorgará conciencia. La palabra puede ser generada por un algoritmo, pero solo el corazón humano puede dotarla de sentido trascendente.

En esta encrucijada, los masones del siglo XXI debemos recordar que el templo se construye con piedra viva, no con líneas de código. La IA puede ser un nuevo cincel; el alma sigue siendo la mano que lo guía.

  AUTOR: Villar Peñalver, Andy.  "LA INTELIGENCIA ARTIFICIAL GENERATIVA Y EL TRABAJO MASÓNICO: ÉTICA, CONCIENCIA Y AUTENTICIDAD EN LA ERA DE CHATGPT" en https://andyvillar.blogspot.com/2025/12/la-inteligencia-artificial-generativa-y.html Blog: "SER APRENDIZ MASÓN" Año: 2025

Referencias bibliográficas

Boussoutas-Thanassoulas, G. (2025). El masón del siglo XXI y la inteligencia artificial. The Square Magazine.

Gran Logia de California. (2023). Una conversación con ChatGPT sobre la masonería. California Freemason.

Gran Logia de Pennsylvania. (2024). Inteligencia artificial: riesgos y recompensas. Pennsylvania Masons Magazine.

Supremo Consejo del Rito Escocés Antiguo y Aceptado, Jurisdicción Sur de los Estados Unidos (33°). (2023). La inteligencia artificial: una mirada a la “IA generativa” como herramienta para su Valle. Washington D.C.

The Square Magazine. (2024). El masón como ciudadano ético en la era del algoritmo.

Gran Logia de Arizona. (2023). Inteligencia artificial y masonería – Reflexiones y experimentos. Arizona Masonry.

Wirth, O. (1910). El libro del aprendiz. París: Doin.

Wilmshurst, W. L. (1922). El significado de la masonería. Londres: Rider & Co.

Boucher, J. (1948). La simbología masónica. París: Dervy.

Hegel, G. W. F. (1807). Fenomenología del espíritu. Leipzig: Felix Meiner.


lunes, 1 de diciembre de 2025

EL PAPEL DE LA ORDEN MASÓNICA EN LA NUEVA SOCIEDAD TECNOLÓGICA

 


 La humanidad atraviesa una de las transformaciones más profundas de su historia. El siglo XXI no solo ha traído nuevos instrumentos, sino un nuevo modo de ser y de comprender el mundo. La inteligencia artificial, la nanotecnología, la biogenética, la robótica, la computación cuántica y la realidad virtual están modelando una civilización distinta, una en la que los límites entre lo humano y lo artificial se vuelven cada vez más difusos. Nos acercamos a una sociedad donde la conciencia, la identidad y la verdad misma se reconfiguran en torno a la tecnología. En este contexto, la Orden Masónica no puede permanecer indiferente: su papel se vuelve esencial como guía ética, filosófica y espiritual de la humanidad en medio de la revolución técnica.

La Masonería, heredera de las tradiciones sapienciales que unieron ciencia y espíritu, no se opone al progreso ni a la innovación, pero sí advierte sobre la necesidad de que estos avances sean acompañados por una evolución moral equivalente. Como afirmaba W.L. Wilmshurst, “la Masonería existe para guiar al hombre hacia la comprensión de su naturaleza espiritual, por encima de los artificios materiales” ( El Significado de la Masonería, 1922, p. 45). En la actualidad, cuando la razón instrumental ha alcanzado niveles inimaginables, el masón está llamado a recordar que el conocimiento técnico sin sabiduría puede conducir a la autodestrucción. La Orden se convierte entonces en la conciencia moral del progreso, en la voz que recuerda que el verdadero destino del ser humano no es dominar la creación, sino armonizarse con ella.

La sociedad que surge de este nuevo paradigma tecnológico será, sin duda, más interconectada, más veloz, más eficiente, pero corre el riesgo de ser también más impersonal, más fragmentada y más vulnerable a la pérdida de sentido. Las máquinas procesan información, pero no generan sabiduría; calculan, pero no aman; simulan empatía, pero no sienten. En esta brecha entre la potencia técnica y la esencia humana se abre el campo de acción de la Masonería. Su tarea consiste en preservar la llama del espíritu en medio del ruido digital, formar individuos capaces de discernir entre el dato y el sentido, entre el conocimiento y la verdad, entre la conexión virtual y la comunión interior. René Guénon advertía ya en 1927 que “la civilización moderna ha desarrollado la cantidad en detrimento de la calidad” (La crisis del mundo moderno, p. 63). Hoy esa advertencia se actualiza frente a la multiplicación de datos que ocultan la profundidad del pensamiento y la reducción del hombre a un usuario del sistema tecnológico.

La logia, como espacio simbólico y pedagógico, representa en esta nueva era un refugio ontológico. En un mundo saturado de estímulos, donde la mente humana se dispersa entre pantallas, el silencio del templo enseña a reconectar con el ser. El rito masónico, con su geometría, su ritmo y su palabra, actúa como una pedagogía del alma, un método para despertar la conciencia adormecida por la inmediatez tecnológica. Como escribe Oswald Wirth, “el iniciado aprende a callar para escuchar la voz de la conciencia” (El libro del aprendiz, 1924, p. 77). Ese silencio interior, tan escaso en la sociedad contemporánea, se convierte en la condición de posibilidad de toda sabiduría. Frente al ruido del algoritmo, el masón cultiva la introspección; frente al vértigo de la velocidad, la reflexión; frente al simulacro, la autenticidad del ser.

Pero la Orden Masónica no puede limitarse a ser un refugio espiritual; debe ser también una fuerza moral activa en la construcción de la nueva sociedad tecnológica. Si los masones del siglo XVIII impulsaron la Ilustración, los derechos del hombre y la independencia de los pueblos, los masones del siglo XXI están llamados a promover una ilustración ética y planetaria, en la que el progreso científico esté guiado por los principios de fraternidad, justicia y dignidad humana. Zygmunt Bauman recordaba que “el progreso sin dirección moral se convierte en un movimiento sin destino” (Modernidad líquida, 2000, p. 14). Esa dirección moral es la que debe proporcionar la Masonería al mundo tecnificado, siendo el puente entre la razón científica y la sabiduría del espíritu.

La sociedad que esperamos construir gracias a los avances tecnológicos debe ser una sociedad más justa, consciente y humana, no una civilización dominada por la eficiencia y la automatización. Los descubrimientos de la ciencia deben orientarse al servicio del hombre y no a su instrumentalización. El masón contemporáneo, desde su ética iniciática, tiene la obligación de participar en los debates públicos sobre inteligencia artificial, biotecnología, justicia digital y sostenibilidad, defendiendo una visión del progreso basada en la solidaridad universal. Leonardo Boff, en su obra El cuidado esencial (2002, p. 38), sostiene que “la ética del cuidado es el nuevo nombre de la razón en la era planetaria”. Esa ética del cuidado, del respeto por la vida, por el otro y por la tierra, coincide plenamente con la misión masónica de edificar el templo de la humanidad en armonía con el cosmos.

Así, la Masonería no debe mirar con desconfianza el desarrollo tecnológico, sino contribuir a su orientación espiritual. La ciencia puede explicar el cómo, pero la Masonería se ocupa del porqué y del para qué. En la sociedad del futuro, donde las fronteras entre lo físico y lo digital se diluyen, la Masonería puede servir como puente entre el espíritu y la razón, entre la técnica y la ética, entre la información y la sabiduría. Su papel será formar seres humanos íntegros, capaces de gobernar la tecnología sin ser gobernados por ella, de crear máquinas inteligentes sin perder la inteligencia del corazón.

La nueva sociedad que emerge no debe ser una tecnocracia deshumanizada, sino una fraternidad iluminada por la razón y guiada por la conciencia. El masón tiene el deber de ser el guardián de ese equilibrio: un arquitecto de humanidad en medio de la revolución de los circuitos. Como afirmaba Jules Boucher, “el simbolismo masónico es el lenguaje de la sabiduría universal” (La simbólica masónica, 1948, p. 112). Esa sabiduría debe ahora expresarse en un lenguaje capaz de dialogar con la ciencia, la ética y la espiritualidad.

En última instancia, el papel de la Orden Masónica en esta sociedad tecnológica es el de preservar la dimensión trascendente del ser humano. En un mundo donde la inteligencia artificial puede simular la razón, solo el espíritu puede sostener la verdad. La Masonería debe recordarle al hombre que su misión no es crear dioses de silicio, sino despertar al dios interior que habita en su conciencia. La ciencia sin fraternidad es poder sin alma; la tecnología sin ética es progreso sin destino. El masón, en cambio, sabe que todo conocimiento verdadero debe conducir a la luz.

El futuro que se vislumbra con los avances tecnológicos dependerá no de las máquinas que construyamos, sino del tipo de humanidad que decidamos ser. La Masonería, fiel a su lema de libertad, igualdad y fraternidad, debe ser la voz que inspire esa decisión. En medio de los algoritmos y los datos, su enseñanza silenciosa recordará siempre que el templo más perfecto no se erige en los laboratorios ni en los servidores, sino en el corazón iluminado del hombre.

 AUTOR: Villar Peñalver, Andy.  "EL PAPEL DE LA ORDEN MASÓNICA EN LA NUEVA SOCIEDAD TECNOLÓGICA." en https://andyvillar.blogspot.com/2025/12/el-papel-de-la-orden-masonica-en-la.html  Blog: "SER APRENDIZ MASÓN" Año: 2025

Referencias bibliográficas

Bauman, Z. (2000). Modernidad líquida. Fondo de Cultura Económica.

Boff, L. (2002). El cuidado esencial: Ética de lo humano, compasión por la Tierra. Trotta.

Boucher, J. (1948). La simbólica masónica. París: Éditions Dervy.

Guénon, R. (1927). La crisis del mundo moderno. París: Gallimard.

Wilmshurst, W.L. (1922). The Meaning of Masonry. London: Rider & Co.

Wirth, O. (1924). El libro del aprendiz. París: Éditions Dervy.

 

lunes, 24 de noviembre de 2025

EL LLAMADO QUE NO SE BUSCA: CUANDO LA MASONERÍA LLEGA AL ALMA ANTES QUE LOS GRADOS

 

“No es el hombre quien busca la Masonería, sino la Masonería quien llama al hombre cuando éste está preparado.”

W.L. Wilmshurst, El Significado de la Masonería

No llegué a la Masonería por grados ni por cargos, no crucé el umbral del templo impulsado por la sed de ascenso, ni atraído por la ilusión de ocupar un sitial en la jerarquía visible. Llegué, más bien, porque algo en mí -un fuego antiguo, una nostalgia del origen- me empujaba a regresar hacia la fuente, a reencontrar en el símbolo el eco de lo eterno. Llegué porque la Masonería, silenciosa y paciente, ya me esperaba.

A veces uno cree buscar, pero en verdad está siendo buscado; la Masonería me encontró, no cuando yo la merecí, sino cuando estuve dispuesto a vaciarme de mis falsas certezas. No fue una decisión racional ni un acto de curiosidad; fue un movimiento interior, una llamada que resonó en el alma y que ningún ruido del mundo pudo acallar.

Platón dijo que conocer es recordar, y, al cruzar las columnas de entrada, sentí que no ingresaba a algo nuevo, sino que regresaba a un lugar que ya habitaba en mí; reconocí las herramientas, las luces, las palabras, como quien reconoce el rostro de un viejo amigo. Comprendí que el templo no era un edificio, sino una estructura invisible que se alza en la conciencia del iniciado, y que cada rito es una forma del alma de recordarse a sí misma.

René Guénon enseñaba que “todo rito auténtico es un medio de reconexión con el principio”. Por eso comprendí que no había llegado a una sociedad, sino a una vía de retorno. Cada símbolo, cada palabra sagrada, cada silencio ritual era un mapa de regreso al centro del ser. La Masonería no me ofreció respuestas inmediatas; me ofreció preguntas luminosas, enigmas que me despojaban de la comodidad de las apariencias.

Y es precisamente en este punto donde nace la diferencia entre el que llega por vocación interior y el que llega por ambición exterior, porque hay quienes se acercan al templo buscando en él una confirmación del ego: anhelan grados, insignias, títulos o reconocimientos que nada tienen que ver con la verdadera iniciación. Confunden la escala simbólica con una escalera de poder, olvidando que los grados son metáforas de estados del alma, no peldaños de un prestigio humano.

Esos hermanos, atrapados por la forma y no por el espíritu, convierten el trabajo interior en una burocracia de vanidades; buscan ascender sin profundizar, adquirir sin transformarse, mandar sin servir; son, como advirtió Albert Pike, “quienes visten las insignias de la Orden, pero permanecen profanos en su corazón”. Y, sin embargo, incluso ellos -en su error- son necesarios, pues encarnan el contraste que permite reconocer el valor de la autenticidad.

La verdadera Masonería no se mide por el número de grados, sino por la profundidad del silencio; no por el brillo de los metales, sino por la transparencia del alma. No llegué a la Orden para subir, sino para hundirme: para descender a las cavernas interiores donde se ocultan mis sombras, mis limitaciones y mis miedos; allí descubrí que el martillo y el cincel no son armas para dominar, sino instrumentos de purificación, el golpe no se da sobre la piedra ajena, sino sobre la propia dureza del corazón.

Oswald Wirth tenía razón cuando escribió que “el templo masónico no se edifica en el espacio exterior, sino en el interior del hombre”. Cada hermano que trabaja su piedra contribuye al levantamiento del templo invisible que es la humanidad reconciliada con su Creador. Y en ese trabajo, ningún grado otorga luz por sí mismo: sólo el trabajo consciente la despierta.

La escuadra y el compás me enseñaron que el equilibrio y la medida son virtudes interiores antes que símbolos rituales; la escuadra me recuerda la necesidad de rectitud moral, y el compás me enseña a circunscribir mis pasiones, a contener la soberbia que impide reconocer en el otro la misma chispa divina que me anima. Aquellos que buscan los grados por vanidad, en cambio, abren el compás hacia afuera y nunca hacia adentro; miden el mundo, pero no se miden a sí mismos.

En las cámaras del templo aprendí que el camino masónico es un itinerario de conciencia, no una carrera institucional. Como señaló Hegel, “el Espíritu se desarrolla en el movimiento que lo conduce del ser en sí al ser para sí”: el alma se ilumina cuando comprende que el verdadero ascenso no es vertical sino interior; la luz no se conquista; se revela.

Erich Fromm nos recordó que el hombre moderno ha olvidado el arte de ser, la Masonería vino a devolverme ese arte; me enseñó que el “Arte Real” consiste en transmutar la piedra bruta de la personalidad en la piedra cúbica del espíritu, en transformar la ignorancia en sabiduría, el egoísmo en fraternidad y la duda en fe; no una fe dogmática, sino una certeza interior de que todo lo que existe participa de una misma esencia divina.

Y es aquí donde comprendí que la fraternidad masónica no es un lazo de conveniencia, sino una comunión ontológica. No llegué a la Masonería buscando amigos, sino hermanos; no buscando un grupo, sino a un espejo, porque el otro, dentro del templo, no es un competidor sino una proyección del mismo principio universal. Como enseñó Martin Buber, el encuentro con el tú auténtico transforma al yo en algo más grande que sí mismo: lo diviniza.

Por eso, cuando un hermano busca el poder dentro de la logia, rompe esa comunión sagrada; el poder en el templo no pertenece a nadie, porque fluye del Gran Arquitecto del Universo. El que intenta poseerlo se vacía de luz; el que lo sirve, se ilumina. Quien desea ser visto, pierde la visión; quien desea ser comprendido, deja de comprender. El verdadero cargo masónico es el del alma que se ofrece al servicio silencioso del bien, del amor y de la verdad.

Albert Pike lo expresó con admirable claridad: “El masón auténtico es un sacerdote del Espíritu, y su altar está en su corazón.” Esa frase me marcó, porque me hizo entender que no vine a la Masonería para representar un papel, sino para consagrar mi vida. Mi templo no tiene techo ni paredes: está hecho de mis pensamientos, de mis actos, de mi oración constante al Gran Arquitecto.

No llegué, pues, por curiosidad ni por deseo de ascenso; llegué porque algo en mí recordó que la luz existe; llegué porque el alma, cansada de los artificios del mundo, buscó reposo en la verdad; llegué porque necesitaba comprender que la verdadera iniciación no se recibe, sino que se encarna; que la luz no se adquiere, sino que se deja pasar.

Y si hoy alguien me preguntara por qué llegué a la Masonería, respondería que no lo sé con palabras, pero lo sé con el alma. Llegué porque era el momento; porque la aurora me encontró con los ojos abiertos. Llegué porque el templo me esperaba desde antes del tiempo. Llegué porque la Masonería, en su infinita sabiduría, me llamó sin hablar y yo, sin entender, respondí con el corazón.

Y desde entonces trabajo, día tras día, no para obtener grados, sino para merecer silencio; no para ocupar un cargo, sino para hallar sentido; no para distinguirme de los hombres, sino para reconciliarme con ellos. Porque quien llega a la Masonería por interés, se queda fuera del templo, aunque esté dentro; pero quien llega por amor a la verdad, entra en el centro del templo, aunque permanezca en la periferia.

Así comprendí, finalmente, que no fui yo quien llegó a la Masonería: fue la Masonería la que llegó a mí. Porque cuando el alma está madura, la luz se presenta, y, cuando la luz llega, no pregunta por los grados ni por los títulos: sólo pregunta si el corazón está dispuesto a arder.

 AUTOR: Villar Peñalver, Andy.  " EL LLAMADO QUE NO SE BUSCA: CUANDO LA MASONERÍA LLEGA AL ALMA ANTES QUE LOS GRADOS." en https://andyvillar.blogspot.com/2025/11/el-llamado-que-no-se-busca-cuando-la.html    Blog: "SER APRENDIZ MASÓN" Año: 2025

Referencias Bibliográficas

Buber, M. (1923). Yo y Tú. Leipzig: Insel Verlag.

Fromm, E. (1956). El arte de amar. México: Fondo de Cultura Económica.

Guénon, R. (1962). Símbolos fundamentales de la ciencia sagrada. Buenos Aires: Editorial Kier.

Hegel, G. W. F. (1807). Fenomenología del espíritu. Berlín: Editorial Reclam.

Pike, A. (1871). Moral y Dogma del Rito Escocés Antiguo y Aceptado de la Masonería. Charleston: Supremo Consejo.

Rogers, C. (1980). El camino del ser. Barcelona: Editorial Kairós.

Wilmshurst, W. L. (1922). El significado de la Masonería. Londres: Rider & Co.

Wirth, O. (1922). El libro del aprendiz. París: Editorial Dervy.

 


lunes, 17 de noviembre de 2025

ENTRE EL RITO Y LA RAZÓN : CUANDO EL CORAZÓN DEL MASÓN PIENSA

 

Imagen generada con I. A.

El masón como intérprete del misterio presente entre el silencio del templo y la voz del logos

 Esta reflexión se levanta desde una mirada hermenéutica, fenomenológica y afectiva del quehacer masónico, no pretende solamente analizar ideas o contrastar métodos, sino comprender la experiencia viva del iniciado frente al dilema del conocimiento: ¿Debe el masón limitarse al cumplimiento ritual o abrazar también la investigación reflexiva y científica del sentido que lo sustenta? La respuesta, antes que una disyuntiva, es un acto de integración; rito y razón no son polos opuestos, sino dos corrientes de un mismo río espiritual que se encuentran en el corazón del masón consciente.

El iniciado que cruza las columnas del templo con el corazón dispuesto y la mente despierta, comprende que el rito no es una cárcel de gestos, sino una vía hacia la plenitud del ser. El peligro no está en pensar demasiado, sino en no pensar con amor; como escribió W. L. Wilmshurst, “la Masonería es una escuela de autoconocimiento donde el ritual no constituye un fin, sino un medio para alcanzar la iluminación interior” (El significado de la Masonería, 1922). Tal iluminación no proviene del cumplimiento mecánico de las formas, sino del encuentro armónico entre la razón que interroga y el alma que siente.

El rito, cuando se vive con profundidad, se convierte en un lenguaje simbólico que exige ser comprendido y amado. La tradición ofrece la forma y el símbolo; la investigación despierta su espíritu y lo renueva sin violentarlo. René Guénon sostenía que “la verdadera iniciación requiere inteligencia simbólica y continuidad doctrinal” (Apercepciones sobre la Iniciación, 1946). Pero esa inteligencia simbólica no es un simple ejercicio racional: implica sensibilidad, humildad y apertura del corazón. Quien estudia sin emoción se seca; quien celebra sin comprensión se vacía.

La investigación masónica no debe nacer del orgullo intelectual, sino del amor por la verdad. En esa búsqueda afectiva se revela la auténtica fraternidad: el deseo de comprender para servir mejor, de estudiar para no repetir los gestos del rito como autómatas, sino para habitarlos con sentido. Oswald Wirth expresó esta idea con lucidez al afirmar que “el simbolismo no fue hecho para dormir en los templos, sino para despertar en los hombres la conciencia de su propio misterio” (El Libro del Compañero, 1928). Así, el estudio se convierte en un acto de gratitud hacia la tradición y hacia los hermanos, porque cada reflexión profunda es una piedra pulida para el edificio común.

El deseo de conocer forma parte de la esencia humana, Aristóteles, en su Metafísica, afirmó que “todos los hombres desean por naturaleza saber”, y cuando ese deseo se orienta con amor, se transforma en una plegaria. Investigar el rito, entonces, no es desarmarlo ni profanarlo, sino orar con la mente; es una forma de acercarse al Gran Arquitecto del Universo con la inteligencia tanto como con las manos. El conocimiento sin ternura se vuelve estéril; la devoción sin pensamiento degenera en fanatismo.

Desde la mirada existencialista, Jean-Paul Sartre escribió que “el hombre no es otra cosa que lo que hace de sí mismo” (El ser y la nada, 1943). En ese sentido, el masón es lo que hace de su propio trabajo interior; en ese sentido, el masón es el artífice de su propia obra interior; si se limita a la forma, se convierte en piedra inerte, pero si se entrega a la búsqueda, se transforma en fuego vivificante. Pensar el rito es avivarlo; sentirlo es darle alma. De allí que la verdadera Masonería no se reduzca al rito, ni tampoco se pierda en la erudición: es un camino de integración entre el pensamiento que ilumina y el corazón que calienta.

Cuando el masón estudia, no traiciona el rito: lo honra; la reflexión no sustituye la práctica, la enriquece, así como la comprensión intelectual del símbolo alimenta la vivencia ritual, y la experiencia vivida del rito da sentido al estudio. El rito, sin la razón, corre el riesgo de convertirse en un eco vacío; la razón, sin el rito, se queda sin carne espiritual, ambas dimensiones deben caminar juntas.

El estudio masónico debe ser, por tanto, un ejercicio de amor lúcido; cada símbolo es una palabra del Gran Arquitecto que pide ser comprendida y encarnada. En el taller, el investigador y el oficiante son dos aspectos del mismo ser: el primero busca la luz en los textos; el segundo la enciende en el silencio del templo. La investigación sin afecto genera vanidad; el rito sin reflexión genera oscuridad, pero, cuando ambos se abrazan, nace la sabiduría: esa luz que no deslumbra, sino que guía.

Esta integración exige un modo particular de trabajo, una metodología tanto científica como espiritual. No se trata de estudiar la Masonería con los métodos fríos de la ciencia profana, sino de aplicar una hermenéutica simbólica que parta de la vivencia del iniciado; de promover un conocimiento dialógico y fraterno, donde la palabra de cada hermano complemente la del otro; y de vivir una fenomenología iniciática que comprenda la experiencia masónica como proceso de transformación interior. De este modo, la investigación se convierte en prolongación del rito, y el rito en fuente inagotable de conocimiento.

Cuando la razón ilumina y el corazón vibra, el masón piensa con ternura y siente con claridad. Entonces el estudio se convierte en meditación, el rito en reflexión, y ambos en expresión de una misma llama: la del corazón que busca comprender al Gran Arquitecto en todas las cosas. Porque la razón traza el sendero, pero sólo el corazón lo convierte en camino.

 AUTOR: Villar Peñalver, Andy.  " ENTRE EL RITO Y LA RAZÓN : CUANDO EL CORAZÓN DEL MASÓN PIENSA." en https://andyvillar.blogspot.com/2025/11/entre-el-rito-y-la-razon-cuando-el.html    Blog: "SER APRENDIZ MASÓN" Año: 2025

Referencias bibliográficas

 Aristóteles. (1995). Metafísica. Trad. García Yebra. Madrid: Gredos.

Guénon, R. (1996). Apercepciones sobre la Iniciación. Madrid: Ediciones Obelisco.

Sartre, J.-P. (1983). El ser y la nada. Buenos Aires: Losada.

Wirth, O. (1997). El Libro del Compañero. Barcelona: Kier.

Wilmshurst, W. L. (2006). El significado de la Masonería. Buenos Aires: Kier.

 

 


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